Suerte

3.10.09

Estaba yo sentado en una banca, bajo la sombra de uno de los frondosos árboles de la avenida Colón, justo frente al Centro Comercial Parque Colón, en Arica, cuando de pronto apareció una gitana. Era una gitana como cualquier otra. De esas que llevan el vestido hasta los pies, chompa abierta de lana y un cigarrillo entre los dedos. Se acercó a mí y me ofreció leer las líneas de mis manos. "Para saber tu futuro", dijo.

Jamás he creído en encantadores de serpientes ni pitonisas, por lo que me sentí molesto ante la presencia de la mujer. Intenté despacharla cortésmente. Sin embargo, estas personas son famosas también por su terquedad, así que no me hice de rogar más y accedí a que me leyera las manos. Mientras sostenía mi mano y pronosticaba cosas inverosímiles, hacía yo como si pusiera atención pero no, estaba pensando en otras cosas. Pensé: "La chilena esta no sabe que sin necesidad de bolas mágicas y sin poseer dotes de vidente, puedo adivinar su futuro. Y es la suerte de todos los gitanos: vagan, mendigan, viven en la indigencia, llenando sus pulmones de tabaco, y un día caen en la cuenta de que están por morirse sin pena ni gloria.

Cuando concluyó la lectura de mis manos, me dijo que me cobraba mi "voluntad". Así que le di un sol de moneda peruana. Cuando la vio dijo con el clásico dejo chileno:

—Oiga, chi, esta cochinaa, no serví para nada.

—Es que —mentí— es todo lo que tengo.

Tenía plata chilena (un billete de 10 mil pesos) en el bolsillo de la camisa. La mujer vio el billete y en un santiamén, me lo arranchó.

—Oiga, espere —le dije, pero la gitana había echado a correr.

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