Curiosidad incontenible

2.8.11

Le habían dicho que era bonita, y de buen cuerpo. Por eso quiso ir a verla. Salió pues con todos los soldados a la pampa, como todas las tardes, a recoger leña. Esperó a que se alejaran un poco y, con disimulo, retrasándose a propósito, hizo como que se ataba los pasadores de las botas. Cuando vio que se habían alejado lo suficiente, volvió sobre sus pasos. En Juliaca, su tierra natal, había tenido una chica, regular, ni fea ni bonita. Un día estuvo a punto de hacerla suya, sobre los sacos de papas de la bodega, pero todo salió mal por culpa del hermanito. Siempre le habían gustado las mujeres, profesaba una loca obsesión por ellas, y más si eran coquetas y sensuales. Cuando se presentaba la oportunidad, las espiaba, las desnudaba, acariciaba sus curvas con la imaginación.

Llegó al grupo de casas de piedra y barro. Pasó por la escuelita. Era allí donde ella enseñaba. Estaba cerrada por ser sábado, pero de seguro se hallaba detrás, en su cuarto. Sólo iba los fines de mes a la ciudad.

Avanzó por la calle trasera. Se detuvo. Allí estaba la casa. había una ventana. Se asomaría por allí.

Primero se aproximó de puntillas evitando pisar la paja seca. Y de pronto la oyó. Cantaba, tarareando una melodía. Se notaba que era joven. Había también otro ruido, como de cocina. Sí, era una cocina, una primus quizá. Se agazapó justo bajo la ventana y se quedó allí, auscultando cada ruido. Se paró de a poquitos, hasta alcanzar el alféizar. Notó que aún poniéndose de pie no iba a poder ver dentro. Así que volvió a agacharse y busco una piedra. Esta vez alcanzó. Asomó la cabeza con cautela. Allí estaba. Distinta a como se la había imaginado, joven, bella. Batía un cucharón en una olla. Contempló su cintura bien dibujada, sexy, y no pudo evitar un suspiro. En eso, ella lo oyó, se volvió y lo miró. "Qué", dijo asombrada. Él bajó de un salto y echó a correr. Tropezó. De bruces en el suelo, oyó que lo insultaba, le mentaba la madre. Se puso de pie y volvió a la pampa. Lo esperaba la leña.

1 comentario:

ludobit dijo...

me hizo acordar un pasaje de cien años de soledad donde alguien por espiar a una de las mujeres mas hermosas de macondo termina cayendose y rompiendose el cuello. puede que este muy equivocado, hace muchos años que lei esa novela jeje. en resumen, como dice el dicho, la curiosidad (casi) mato al gato. un abrazo.
p.d: te invito a visitar mi blog

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