Escribir para sanar

6.7.12

DESCUBRE LOS MÚLTIPLES BENEFICIOS DE PLASMAR TUS PENSAMIENTOS

Por Camile Roldán Soto / croldan@elnuevodia.com

Escribe. Sin analizar demasiado, sin pretensiones. Permite a tus manos soltar palabras sobre el papel o la pantalla de la computadora.

Es un hecho: escribir libera. Por eso se han creado métodos que utilizan la escritura como terapia para trabajar con veteranos de guerra, presos, enfermos terminales y pacientes de condiciones mentales. Pero, de igual modo, otros enfoques sirven a personas que simplemente buscan un medio de desahogo, ordenar pensamientos o incluso simplemente divertirse, pulir un talento y crear.

No importa el propósito. La palabra impresa tiene una magia, un poder.

“Escribir puede ser una liberación: una forma de exorcizar nuestros temores, miedos y culpas de enfrentar esos monstruos que se instalan en nuestro interior y nos hacen daño. La escritura se convierte en un especie de catarsis que nos limpia y nos libera”, sostiene Nina Torres Vidal, profesora de Lengua y Literatura en la Universidad del Sagrado Corazón.

Como terapia

James Pennebaker, profesor de sicología en la Universidad de Texas en Austin, es uno de los más conocidos pioneros en el campo de la escritura terapéutica. Durante décadas se ha dedicado a investigar sus beneficios para cualquier persona.

Utiliza, sobre todo, una técnica muy simple. Le pide a la gente que durante cuatro días consecutivos dedique unos 15 o 20 minutos a escribir sobre alguna situación en sus vidas. Finalizada la experiencia, afirma el también autor de varios libros sobre el tema, muchos sienten los beneficios. Estos pueden fluctuar desde mejorías en condiciones de salud a mejor desempeño académico.

“Los golpes emocionales tocan cada parte de nuestras vidas. No es simplemente perder un trabajo o divorciarse. Estas experiencias afectan todos los aspectos de quienes somos: nuestra situación financiera, nuestras relaciones con los demás, la visión sobre nosotros mismos. Escribir ayuda a enfocar y organizar las experiencias”, afirma el sicólogo en el perfil que publica en internet la Universidad de Texas.

La profesora Edna Benítez trabajó en cárceles de Puerto Rico el taller Desde Adentro. Fue un currículo que diseñó para acercar a los reos de máxima custodia al mundo de las palabras, que les era tan ajeno.

“En la cárcel, los confinados literalmente no se ven. Los espejos están prohibidos. Llevarlos a escribir fue una manera de que pudieran mirarse al espejo”, comenta la también abogada y doctora en literatura.

A través de su experiencia confirmó lo que había leído: que la escritura puede ser un poderoso medio de sanación, catarsis e, incluso, de transformación.

“Articular algo, por más traumático o vergonzoso que sea, es como un vómito que te ayuda a curar”, establece la profesora.

Como es la práctica en muchos de los métodos de escritura terapéutica, Benítez comenzó por pedir a los reos que hablaran sobre sí mismos. Les leyó textos de diferentes autores para que les sirvieran de modelo y, al cabo de varias sesiones, ellos escribieron los propios.

El ejercicio rescató toda clase de eventos. Uno de los presos recordó el día que su madre salió a buscar pizza y jamás volvió. El chico fue separado de sus hermanos y solo a través de la escritura recordó, en la cárcel, el nombre de su hermana menor.

“Él me dijo: ‘Profesora, recordé cómo se llama’. Y eso fue como rescatarla a ella. Reecontrarse con ella en el papel y rescatar su historia”, apunta Benítez.

Si al principio fue difícil motivar a este y a otros confinados a escribir, imposible fue detener en muchos de ellos el deseo de continuar haciéndolo una vez descubrieron su poder, lo bien que se sentía.

Soltar la mano

Por distintas razones, más o menos evidentes, a muchas personas la experiencia de escribir les resulta ajena o intimidante.

“Yo trabajo con estudiantes de primer año y muchos no se sienten vinculados con la escritura”, comenta Benítez, quien piensa que esto puede deberse al abandono de ciertas costumbres.

“Para poder escribir hay que aprender a conversar, a escuchar. Eso está un poco en coma debido a otros entretenimientos que han surgido. Hay poca relación entre los jóvenes y la palabra”, comenta, al aclarar que, por supuesto, hay excepciones.

La editora y escritora Gizelle Borrero, quien ofrece talleres de terapia de escritura, observa todo el tiempo estas resistencias. Lo atribuye al acercamiento obligatorio e incluso punitivo que se le da a la escritura en la escuela. Así las cosas, muchas veces escribir y leer (dos destrezas que van de la mano) se convierten desde temprano en tareas evadidas y poco practicadas.

Escribir también puede provocar temor porque revela mucho de nosotros, de lo que ronda en nuestro interior. De hecho, algunos estudiosos como Pennebaker advierten que, a corto plazo, es común sentirse triste luego de escribir. Ese efecto debe ser pasajero y similar a haber visto una película triste.

En casos de personas que rescatan o profundizan en experiencias difíciles, el sicólogo ofrece ciertas guías para evitar, por ejemplo, caer en un ciclo negativo de recuerdos. Entre ellas, limitar el tiempo que se dedica a escribir de un tema en específico.

El miedo a escribir también puede deberse a la creencia de que es un privilegio de los grandes autores.

La palabra es de todos

En su libro “The Right to Write”, la autora Julia Cameron enfrenta este mito, no para minimizar el talento de los escritores renombrados, sino para inspirar a la gente a abordar la escritura de manera relajada, porque al hacerlo pueden descubrir una increíble fuente de placer.

Borrero utiliza en sus talleres muchos ejercicios propuestos por Cameron. Entre ellos, convertir el acto de escribir en una actividad cotidiana. Recomienda dedicarle unos minutos en la mañana o en la noche. Ese ritual puede convertirse incluso en un tipo de meditación, propone la editora.

Otra manera de rescatar la diversión de escribir es hacerlo también con la mano no diestra. Es una tarea grupal que comparte Borrero en sus clases y asegura funciona para romper con la intimidación y el autojuicio que impide la soltura al plasmar las ideas.

Cuando estas barreras se derriban, cuenta la autora, “a la gente le cambia la vida”.

Vía | elnuevodia.com

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