Los pasos de Faulkner

1.7.12

DANIEL FERMÍN | EL UNIVERSAL

William Faulkner (1897-1962) quería que la historia se olvidara de él sin dejar rastros. El escritor estadounidense era una persona reservada que intentaba evitar el protagonismo, que sólo deseaba escribir. Y fueron sus libros los que le deshicieron ese anhelo: el próximo viernes cumplirá 50 años de muerto como una figura de la literatura norteamericana.



El Premio Nobel de 1949 fue un narrador que dejó huella. Que, con sus innovadoras técnicas literarias, acabó con la linealidad del tiempo, incluyó a múltiples narradores, o creó un territorio de ficción propio en el que transcurre gran parte de su obra. "Faulkner es una especie de elemento icónico de la literatura mundial. Fue un individuo que, dedicándose a esos pequeños temas que nos circunscriben a una entidad geográfica, alcanzó noción de universalidad. A través del localismo desarrolló unos temas y personajes significativos como pocas veces se ha hecho en la literatura estadounidense", dijo el venezolano Karl Krispin, un devoto de sus ficciones.

Faulkner tuvo sus seguidores. También detractores. Ese estilo serpenteado, de frases largas que contrastan con las cortas de Ernest Hemingway, aún resulta difícil de tolerar (alguna vez dijo que quería escribir una gran obra de una única frase). "La prosa de Faulkner no es una prosa fácil. Hay que iniciarse, que tenerle muchísima paciencia. Además, él no tiene condescendencia con el lector. Un escritor marca su estilo como los zorros orinan un territorio para hacerlo suyo. Y el estilo de Faulkner es absolutamente suyo", agregó el autor de Con la urbe al cuello.

El nativo de Misisipi llevó ese estilo a muchos escritores. Ya el propio Juan Carlos Onetti dijo que era un plagiador de su obra. También Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo o Carlos Fuentes reconocieron esa influencia. "No hay duda de que sin Faulkner no podría explicarse buena parte del boom latinoamericano. Hasta (Jorge Luis) Borges, que es un escritor canónico, que no pertenece al boom, se interesó por la obra de Faulkner al punto de que tradujo Las palmeras salvajes", indicó Edgardo Mondolfi Gudat, que hace algunos años visitó la casa-museo del estadounidense, en Oxford.

El historiador venezolano, entonces, pidió visitar el lugar, ese pueblo del Sur de Estados Unidos que está en algunas de las narraciones del escritor. Y que ayudó a crear ese condado ilusorio de Yoknapatawpha que es la sede de la mayoría de las ficciones de Faulkner. "De alguna manera, él recrea ese mundo, ese drama del Sur, esa sociedad mal avenida después de la Guerra Civil, en su obra. Ahí está esa violencia que él veía como algo muy propio de la sociedad sureña", explicó el egresado de Letras por la UCV.

Mondolfi Gudat plasmó su visita a la casa del estadounidense en una crónica que publicó en su libro Fantasmas del norte/Miradas al sur, que fue editado por la Fundación para la Cultura Urbana. "Es un lugar casi imposible de llegar, que está muy apartado del mapa. Tres cosas me cautivaron de esa vieja casa: primero, la memorabilia personal de él, todavía conservada ahí; sus libros, sus objetos, sus pipas de maíz, su ropa caqui, sus establos. Segundo, un cuadro de Marcos Castillo, que le obsequiaron en su visita a Caracas. Y tercero, un busto de El Quijote que le regaló Rómulo Betancourt. Me pareció sorprendente que tuviera eso en un lugar visible de su casa. Se ve que lo valoró", recordó el miembro de la Academia Nacional de Historia.

Sí, William Faulkner estuvo en Venezuela en abril de 1961, justo un año antes de morir. Aquí recibió la orden Andrés Bello, dio varias conferencias, fue celebrado por su obra. Aunque al principio no quería venir. Tanto, que dijo en una de sus cartas que no le importaba ni Venezuela ni su dinero. "Había cierta reticencia. Él sentía que el viaje podía no beneficiarlo, o que se viera cumpliendo una función de embajador de buena amistad del gobierno de Estados Unidos. Tenía sus dudas, pero aceptó por el hecho de que tenía algunos vínculos por vía de una hija que vivía en el país casada con un ejecutivo de una petrolera. Se sintió muy a gusto, luego lo dijo, que montó muchos caballos, que era una de sus aficiones".

Faulkner también tenía algunos raras costumbres. Rayaba las paredes, por ejemplo. Sobre una de ellas, al lado del comedor, escribió parte de Una fábula. "Esa es su novela más ambiciosa, y no se le ocurrió nada mejor que utilizar una pared de su casa para hacer la estructura de los tiempos en los que iban a actuar esos personajes. Y todavía eso se conserva como lo dejó", contó el investigador. Arte es escribir novelas en una pared, dirá alguno.

El alcohol era otra de sus grandes pasiones destructivas. Faulkner era un vago que no tenía un trabajo fijo. Alguna vez, en una entrevista, dijo que una de las cosas más tristes que un hombre puede hacer es trabajar durante ocho horas. Piloteó aviones, pintó casas, cortó césped. De hecho, su etapa más productiva fue mientras trabajaba en la administración de un burdel. "Fue un hombre abatido por el alcohol, muy huraño, muy poco dado a celebrarse. Y dentro de ese silencio, construyó esa obra tan maravillosa. Fue un hombre del oficio que lidiaba con la literatura a diario", concluyó Mondolfi Gudat. A los 65 años, lo mató un ataque al corazón. Y, en una de sus cartas, escribió que quería que su epitafio dijera: "Compuso libros y murió". Faulkner dedicó su vida a la escritura.

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