Bautizo real y literario de Mario Vargas Llosa

5.8.12

Fue una de las novelas fundacionales del boom latinoamericano y se afirma con justicia que marcó un cambio notable en la narrativa peruana. Para Mario Vargas Llosa significó un tortuoso proceso creativo que le demandó tres años de escritura y corrección obsesivas. El autor de esta nota nos recuerda la incertidumbre y el desosiego que envolvieron al escritor peruano poco antes del éxito rotundo de su ópera prima.


LA PERLA, 1964. Mario Vargas Llosa delante del Colegio Militar Leoncio Prado, escenario en el que transcurre una de sus novelas más leídas y celebradas.
Por Freddy Molina Casusol/

LA COMENZÓ a escribir en Madrid en el otoño de 1958, mientras hacía sus estudios de doctorado en la Universidad de Madrid –hoy Complutense–; y la terminó en un departamento de la rue de Tournon, en París, tres años después, fatigado y sin saber que había escrito una de las obras fundacionales del boom de la novela latinoamericana.

La ciudad y los perros nació de una experiencia vital del escritor. Cuando estaba por cumplir catorce años, su padre lo inscribió en el Colegio Militar Leoncio Prado. Allí descubrió “que la realidad peruana no era una realidad de niños bien, de pituquitos miraflorinos, sino una realidad extremadamente compleja, de blancos, de negros, de indios, de chinos, que había pobres, que había ricos…”, cargados de “prejuicios, complejos, animosidades y rencores sociales y raciales”[1] que marcaron profundamente su vida adolescente.

Para escribirla Vargas Llosa debió resucitar los tortuosos años de cautiverio en el Leoncio Prado. En una carta, fechada en Madrid el 11 de diciembre de 1958, dirigida a su amigo Abelardo Oquendo, describe ese proceso:

“Pero yo voy a salir loco: frente a la máquina siento malhumor, palpitaciones, odio, impotencia, excitación […] una inexpresable y espantosa desesperación. Dejo la máquina y me acuesto: sueño despeñarme por abismos larguísimos y siniestros en cuyas simas me aguardan las lucientes bayonetas del Colegio Militar como una anchurosa cama de fakir, o revivo los malditos sábados de consigna, paseándome como una fiera rabiosa dentro de la grisácea cárcel de La Perla, sin poder salir, y las humillaciones matutinas, vespertinas y nocturnas, constantes, ineludibles, bochornosas, de suboficiales, oficiales, brigadieres […] y, en fin, toda la tragedia y el sufrimiento de dos años que creía olvidados”[2].

Cuando Vargas Llosa puso fin a este desgarramiento personal, en el invierno parisino de 1961, e hizo una revisión de lo escrito en febrero de 1962, tenía 700 páginas: “Me deprime su dimensión, su tema, y ya no tengo simpatía por los personajes. Me parece que le he dedicado demasiado tiempo, es mejor que pase a otra cosa. Ojalá se pueda publicar allá [en España], aunque su extensión espantará a los editores. Sería triste que se quedara inédita”[3].

Las dudas de un joven novelista. Sería a fines de 1961, o comienzos de 1962, cuando Vargas Llosa, siguiendo el consejo de un amigo francés, el hispanista Claude Couffon, envió el manuscrito de su novela a la editorial Seix Barral; pero pasó el tiempo y el escritor no obtenía respuesta:

“Pasaron muchos meses, y en esos meses yo me había decepcionado de la novela. Había sido rechazada por varios editores: además había trabajado tanto en ella que estaba saturado, harto; ya estaba escribiendo otra [La casa verde]. Pensaba que el libro no había salido en absoluto. Pensé que el silencio de Seix Barral era una manera diplomática de rechazarla, de decirme que la novela no les había gustado, pero siempre recordaré una mañana que, al despertarme, me sorprendió la llegada de un telegrama, un telegrama de Carlos Barral. Habían pasado ocho o diez meses desde que mandara el manuscrito. El telegrama decía: ‘Paso por París tal día. Búsqueme en el hotel Port-Royal’”, rememoró el escritor después[4].

¿Qué había pasado? Que Carlos Barral, editor de Seix Barral, revisando los manuscritos de novelas que el novelista Luis Goytisolo –lector profesional de la editorial– había desechado, se topó una tarde con el original de La ciudad y los perros y quedó embelesado con su historia.

El editor español, entonces, envió un telegrama a Vargas Llosa para verse con él en París. Cuando lo vio, Barral le propuso que presentara La ciudad y los perros –entonces llamada La morada del héroe[5]– al premio Biblioteca Breve. Vargas Llosa dijo que lo iba a pensar.

José Miguel Oviedo, crítico literario y compañero de carpeta de Vargas Llosa en el colegio La Salle, cuenta al respecto: “Hay testimonios de que Vargas Llosa tomó el consejo [de Barral] con reticencia: le parecía imposible alcanzar el premio o le entraron dudas de su obra o lo alarmaron los precedentes del mismo premio (de cinco convocatorias, cuatro veces habían ganado novelistas españoles; en la otra, el fallo fue desierto). Lo consultó, lo pensó; finalmente presentó su novela al concurso bajo el título de Los impostores. A los veintiséis años hacía su mayor apuesta”[6].

Recepción de la crítica. La ciudad y los perros se impuso en el concurso Biblioteca Breve de 1962 a 81 originales que llegaron a disputarle el premio. El fallo del jurado fue otorgárselo por unanimidad al novelista peruano. Con ese fallo, escribió Oviedo, “la vida y la obra de Vargas Llosa dejaron de ser, para siempre, anónimas”[7].

Sin embargo, el escritor tuvo que esperar un año para ver su novela publicada. La censura franquista le ponía trabas a la publicación en España. Al final la superó con la ayuda indesmayable de Carlos Barral. “El libro –ha recordado Vargas Llosa– salió con un tiraje de dos mil ejemplares que se agotó muy rápido, en días. Comenzaron las reediciones y, pasado un tiempo, llegaron las noticias de la quema [de la novela] en Lima, lo que le dio al libro una enorme publicidad. De pronto, ante mi gran sorpresa y la de la propia editora, el libro empezó a agotarse una edición tras otra. Lo presentaron al Premio Formentor de editores, que existía en ese tiempo, y quedó segundo; pero los diez editores lo contrataron para ser traducido”[8].

La novela, que salió a la luz en octubre de 1963, tuvo un éxito indiscutible, fue traducida a diez idiomas y ganó el Premio de la Crítica Española de ese año. En Lima, cuando al fin pudo leerse (sobre todo en la edición de Populibros, de Manuel Scorza), críticos como Alberto Escobar –que en el pasado había escuchado con desdén la lectura pública de un cuento suyo, “La Parda”[9]– se doblegaron ante la variedad de recursos narrativos del joven novelista Vargas Llosa[10].

Cincuenta años después. La historia del Poeta, el Jaguar y el Esclavo es aún motivo de admiración por la arquitectura de la historia –devota de la técnica de Faulkner y de la teoría del relator invisible de Flaubert– y por la precocidad literaria de su autor –26 años– que resultó, a juicio de J.J. Armas Marcelo, biógrafo español de Vargas Llosa, “insultante” para la época.

Hace algunas semanas la Real Academia, en coordinación con la Asociación de Academias de la Lengua Española, lanzó una edición conmemorativa para celebrar el cincuentenario de su aparición. Atrás han quedado los tiempos cuando La ciudad y los perros pugnaba por salir a la luz: ahora todos se disputan el honor de publicarla.



[1] Ver El inconquistable, Beto Ortiz, Edit. Estruendomudo, 2011, p. 48; y El pez en el agua, Mario Vargas Llosa, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1993, p. 104.
[2] Ver Cartas del sartrecillo valiente (1958-1963) / Abelardo Oquendo, en Hueso Húmero N° 35, diciembre de 1999, pp. 90-91.
[3] Ibíd., p. 96.
[4] Ver Semana de autor. Mario Vargas Llosa, Ediciones de Cultura Hispánica. Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1989, p. 14.
[5] El título final, La ciudad y los perros, es sugerido por Oviedo. Ver La primera novela de Vargas Llosa, J.M.Oviedo, en La ciudad y los perros, Mario Vargas Llosa, RAE/Asociación de Academias de la Lengua Española, 2012, p. XXXIV.
[6] Ver Mario Vargas Llosa: la invención de una realidad, José Miguel Oviedo, Seix Barral-Biblioteca Breve, 1982, p. 34.
[7] Ibíd., p. 35.
[8] Ver La total vigencia de los derechos humanos es central, entrevista de Federico de Cárdenas a MVL (1/1/84), en Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas (selección, prólogo y notas de Jorge Coaguila), Tierra Nueva Editores, 2010, p. 182.
[9] El incidente completo se puede leer en El pez en el agua, pp. 281-282.
[10] Ver Impostores de sí mismos (1964), Alberto Escobar, en Mario Vargas Llosa y la crítica peruana, Miguel Ángel Rodríguez Rea (editor), Univ. Ricardo Palma. Editorial Universitaria, 2011, pp. 43-51.

Vía | larepublica.pe

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