La amiga de Nacho

20.3.09


Amaba a Mary, con locura, con ingenuidad, la quería de verdad. Amaba sus ojos chinitos, su cabello negro, lacio y brillante; amaba sus labios, sus ricos labios, los cuales, una vez, después de besarlos, me hicieron arder los míos, entonces sospeché el porqué, y al preguntárselo, ella dijo: “Sí, Cesítar, he comido rocoto”. Me dio risa: nunca había besado a una chica cuyos labios picaran así. Era linda de verdad. Mis amigos y mis primos me envidiaban. Uno de ellos, Lenin, me dijo un día: “Primo, qué ricas piernas tiene tu enamorada”. Y en verdad que las tenía, muy bonitas y sensuales.

Pero a pesar de tanta belleza, un día, en el barrio me encontré con una chica distinta. Era de aquellas, que por la perfección de sus curvas, en especial de su cintura, piernas y glúteos perfectos, cautivan hasta a las rocas. No sé cómo se llamaba ni lo supe después. Lo cierto es que me la encontré en el pasillo del segundo piso del hostal de un tío mío. Buscaba a un amigo. Me dijo:



—Disculpa, ¿no sabes en cuál de las habitaciones vive Nacho?

Le señalé la habitación, ella fue y llamó, pero vi que no abrían; entonces se me acercó otra vez y me pidió que dijera al tal Nacho que ella lo había buscado. Prometí entregar su recado. Cuando ya bajaba por la escalera rumbo a la calle, pude ver su hermosa silueta. ¡Dios! ¡Qué cuerpo!

—Espera un momento —le dije, emocionado, nervioso.

Ella se volvió, se quedó quieta, esperando.

—¿Cómo te llamas? —dije— Es para decírselo a Nacho.

Me miró a los ojos, y respondió.

—Mejor no le digas nada, por favor.

No soy un tipo mandado, menos cuando se tiene dieciséis años de edad, pero, la chica era tan bella, que no pude resistir y dije:

—¿No quieres que nos sentemos en las escaleras a esperar a Nacho? Pueda que llegue en cualquier momento.

Esperaba un “no” como respuesta y, de repente, con una sonrisa que me hizo sonreír, dijo que sí, que lo esperaríamos.

—¿Cómo te llamas? —volví a preguntar.

—¿Y tú? —dijo, coqueta.

Le dije mi nombre.

Miré sus bellos muslos y me atreví a decir:

—Creo que te he visto antes, en algún lugar.

—¿Sí? ¿Dónde?

—En… Oye… —dije, hecho un estúpido— ¿Es tu novio Nacho?

—No, es sólo un amigo. Y... tú, ¿Tienes enamorada?

—No, —mentí— pero es posible que Dios quiera que hoy empiece a tenerla.

Me miró a los ojos, directa, exploradora. Entendió el mensaje subliminal que lancé y se sonrió otra vez. Hubiera vivido toda la vida arrepentido de no haber hecho lo que hice luego, porque lo deseaba, lo deseaba con locura, como se desea algo con loca pasión. La besé. Sí: la había cogido de los cabellos y la atraje hacía mi boca. Sorbí su saliva, tragué sus respiros y ella me dejo hacerlo. Por unos segundos, segundos gloriosos, me olvidé de Mary. Fui infiel. Y no me arrepentía.

Quedamos en encontrarnos al día siguiente, domingo, en la discoteca “Los Milagros” de la calle Arias y Araguez. La esperé ansioso, entre el ruido de la música, el humo, las luces y las parejas. Encendí un cigarrillo. Acababa de echar la primera bocanada al aire cuando una mano femenina me tapó los ojos desde la espalda. Una felicidad eléctrica recorrió mi cuerpo: la amiga de Nacho estaba otra vez aquí, conmigo. No me importaba Mary, la sentía lejos, debió haberse tragado la excusa de mi supuesta enfermedad que me impedía buscarla. Arrojé el cigarro, cogí las manos de la bella amiga de Nacho, las retiré poco a poco, di un violento giro, la abracé y la besé.

—¡Cesitar! Pero… ¿qué haces aquí? ¿No que estabas enfermo?

Era Mary, mi enamorada. Fingí una sonrisa amorosa, confundido.

—Ven, vamos a bailar —dijo, tirándome del brazo a la pista. Empezaba a sonar el tema de Sandra, I’ll never be Maria Magadalena.

Mary se pegaba a mí, me cogía de las manos y me besaba, me metía la lengua, despacito. Entonces, mientras las bocas seguían unidas abrí los ojos y... estaba allí, justo detrás de Mary, la amiga de Nacho, bellísima, bellísima; pero su gesto cambió de inmediato y me lanzó una mirada de odio y se perdió entre el humo perfumado y los haces de luz.

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