Quique necesita una mujer

12.12.09

Hay situaciones engorrosas, terriblemente engorrosas, de las que es imposible salir con la conciencia limpia.

Transitaba a pie por la calle Progreso con intención de dirigirme a mi hogar. Me hallaba justo a la altura de la casa de tía Rita, quien vivía en esa calle, cuando me encontré con Quique, el marido de mi prima. Nos saludamos y por su aliento a alcohol noté que estaba medio ebrio, razón por la que traté de quitármelo de encima lo antes posible. Me despedí como pude, y había dado ya los primeros pasos para alejarme cuando oí que me llamaba:

—Oye. Oye, Sergio. Espera un momento —dijo, al tiempo que hacía malabares para mantenerse en equilibrio.

Me detuve y pensé dos veces antes de hacer caso a su llamado. Acudí hacia él. Pronto me arrepentiría de ello.

—Dime, Quique. ¿Qué hay?

Se acercó a mí tambaleante; con gesto amistoso, puso su mano en mi hombro.

—Sergito, hermano, quiero pedirte un enorme favor.

—Espero que no sea dinero lo que necesitas porque no tengo ni un centavo.

—No, hombre. Dinero ahora me sobra.

Se cogió del bolsillo y vi que tenía un bulto.

—¿Ves? —dijo golpeando el bulto–. Plata hay, Sergito.

—¿Y entonces? ¿Qué se te ofrece?

—Oye, Sergio, seamos sinceros; hablemos de hombre a hombre. Tú me entiendes.

—Pues, no entiendo nada. Ve al grano, porque la verdad, Quique, se me hace un poco tarde y mi vieja se engorila cuando llego retrasado a casa.

Me miró con mirada sospechosa. Esbozó una media sonrisa.

—Sergito, necesito una hembra.

—¿Cómo? ¿Qué dices?

—Ya has oído. Necesito una hembrita. Ya sabes, para llevarla a la cama. Y la necesito en este momento. Estoy excitadísimo.

Quedé anonadado.

—Oye, pero… y tu mujer, mi prima. ¿Qué hay con ella?

—¡Bah! No pasa nada con mi mujer. Hace tiempo que no hacemos el amor. Es más fría la idiota… El hielo es más caliente.

—Pero… pero…

—Sergito, necesito una mujer de verdad. Y por allí me he enterado que tú conoces a muchas.

Era verdad. En mi trabajo como “deejay” había conocido muchas chiquillas, pero ninguna era mujer fácil.

—Pero, a esta hora es imposible encontrar a nadie. Mejor ve a descansar, Beto. Tu esposa ha de estar preocupada.

—Ni de vainas. No me voy a dormir mientras no me haya levantado a una flaca. Y tú me vas a ayudar. Además te voy a dar una buena propina. Toma. Aquí tienes diez soles de adelanto. Y cuando me haya zampado a la hembra, te doy los otros diez.

—Quique —repliqué, rechazando el billete—. La verdad es que no conozco a nadie y menos a esta hora. Ya ha de ser la una o una y media de la mañana. Es imposible.

—Ya pues, Sergito. Si me ayudas, no sólo te voy a pagar, sino que te invito unas cervezas. ¿De acuerdo?

—No. Gracias por la oferta, pero no puedo ayudarte. Discúlpame.

Pero insistió tanto, tanto, que, vencido por sus argumentos, hube de decirle:

—Lo único que se me ocurre a esta hora es visitar a una prostituta de “Las Muñecas” que vive en el edificio verde.

—Excelente —dijo Quique—. Vamos inmediatamente. ¿La conoces? ¿Es tu amiga?

—No precisamente. Pero, una meretriz es una meretriz. Y creo que nos atenderá con gusto.

Beto salivaba. No sé si por la cervezas que había bebido o por la ansiedad de ver pronto a la chica. En fin, nos dirigimos a la casa verde, de tres pisos, donde esperábamos hallarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario