Los Rangers

25.9.10

Faltaban dos días para la conclusión de las labores escolares. Y, aunque estaba prohibido, los chicos de quinto habíamos empezado a garabatear recuerdos en nuestras camisas. Dibujábamos de todo: un corazón flechado, un ancla, una mano haciendo la v de la victoria o cualquier otra cosa. Debajo, encima, o alrededor de los dibujos, solíamos escribir por ejemplo:

“¡VIVA LA PROMO 2009!”

“RECUERDO DE TU YUNTA. Miguel”

“FRIENDS FOREVER”

“ARRIBA GUADALUPANOS”

Y muchas otras porquerías.

La estrella de los recuerdos era yo. Los Rangers adoraban lo que les pintaba. Desde pequeño me había gustado dibujar y a mi edad era ya un trome en el arte de los desnudos. Mi especialidad eran los rostros y los senos sensuales. A Lucho logré dibujarle el rostro de una chica sexy. Me inspiré en mi hermana Claudia (la muy perra salía con dos) que ostentaba un lunar entre la boca y la aleta de la nariz; tenía además labios carnosos y ojos de vampiresa. Tardé la primera hora del curso de inglés en dibujarla. La profesora había salido “un momentito” para entregar ciertos registros, pero no regresó durante el resto de la clase. Pero el dibujo que causó la ovación unánime de los Rangers fue el torso de una mujer desnuda (en este caso no me inspiré en Claudia, pues aunque era bonita del cuello para arriba, el resto era un auténtico desastre). Hace algunos días había visto una peli indú. En ella, la bailarina exhibía con orgullo unos senos prominentes, un vientre plano, una cinturita curvada y unas caderas de locura. Claro que en la peli la chica no estaba desnuda del todo, pero yo, imaginativo, la desnudé en mi dibujo. José, vicepresidente de los Rangers, quedó contentísimo, y hasta prometió invitarme una Coca-Cola a la hora de la salida. Por otro lado, Julia, la Miss Guadalupe de ese año, me tachó de pervertido; aunque Fanny, la alcaldesa, con mente más abierta, felicitó mi obra de arte.

Pero no es de mis dibujos de lo que quiero hablar, sino de Omar, el nerd de la clase. Era el único que se negaba a pintarse un recuerdo. Cuando el chancho Efraín le preguntó el porqué, dio una respuesta que indignó (una maldita vez más) a los Rangers. Dijo que temía que su mamá se molestara.

—¡Hasta cuándo vas a estar con las mismas! —le dijo Efraín. ¿No te da vergüenza? Mi mamá, mi mamá… Ya estás grande, imbécil. Saben qué —añadió dirigiéndose a los Rangers—, vamos a pintarlo de todas maneras.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —coreamos.

Entonces intentamos cogerlo por los hombros, pero Omar se ovilló contra sí mismo.

Alguien (creo que Leonidas) lo levantó por una pierna. Fue allí cuando el chancho Efraín vio el agujero que había justo donde descansaban los genitales de Omar y metió los dedos. El sonido nos dejó estupefactos. El desgarrón se había extendido hasta las rodillas y pudimos ver incluso sus calzoncillos. Entonces, cual hienas hambrientas, introdujimos las manos como pudimos y en contados segundos hicimos tiras lo que hasta hace unos segundos había sido un pantalón de uniforme escolar. Las chicas rieron. Y nadie osó detener a los Rangers. Sabían de lo que éramos capaces. Al final dejamos a Omar muerto de vergüenza y con lágrimas en los ojos, en tanto que la clase no paraba de reír.

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