Faltaban dos días para la conclusión de las labores escolares. Y, aunque estaba prohibido, los chicos de quinto habíamos empezado a garabatear recuerdos en nuestras camisas. Dibujábamos de todo: un corazón flechado, un ancla, una mano haciendo la v de la victoria o cualquier otra cosa. Debajo, encima, o alrededor de los dibujos, solíamos escribir por ejemplo:
“¡VIVA LA PROMO 2009!”
“RECUERDO DE TU YUNTA. Miguel”
“FRIENDS FOREVER”
“ARRIBA GUADALUPANOS”
Y muchas otras porquerías.

Pero no es de mis dibujos de lo que quiero hablar, sino de Omar, el nerd de la clase. Era el único que se negaba a pintarse un recuerdo. Cuando el chancho Efraín le preguntó el porqué, dio una respuesta que indignó (una maldita vez más) a los Rangers. Dijo que temía que su mamá se molestara.
—¡Hasta cuándo vas a estar con las mismas! —le dijo Efraín. ¿No te da vergüenza? Mi mamá, mi mamá… Ya estás grande, imbécil. Saben qué —añadió dirigiéndose a los Rangers—, vamos a pintarlo de todas maneras.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —coreamos.
Entonces intentamos cogerlo por los hombros, pero Omar se ovilló contra sí mismo.
Alguien (creo que Leonidas) lo levantó por una pierna. Fue allí cuando el chancho Efraín vio el agujero que había justo donde descansaban los genitales de Omar y metió los dedos. El sonido nos dejó estupefactos. El desgarrón se había extendido hasta las rodillas y pudimos ver incluso sus calzoncillos. Entonces, cual hienas hambrientas, introdujimos las manos como pudimos y en contados segundos hicimos tiras lo que hasta hace unos segundos había sido un pantalón de uniforme escolar. Las chicas rieron. Y nadie osó detener a los Rangers. Sabían de lo que éramos capaces. Al final dejamos a Omar muerto de vergüenza y con lágrimas en los ojos, en tanto que la clase no paraba de reír.
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