Carmen quiere bailar

31.7.11

Echó una última mirada al interior de la bolsa de mano. No deseaba olvidar nada. Y, tras verificar, comprobó satisfecha que los zapatos de tacón estaban allí, lo mismo la blusa rosa, el pantalón jean, y, en una bolsita, los cosméticos. Todo en orden. Dio un profundo respiro. Antes de abandonar la habitación se acercó al espejó y observó sus rizos recién peinados. “Okey”, se dijo, y salió por fin al pasillo. Miró en dirección a la habitación de Martin, su odiado hermano. La puerta estaba cerrada, aunque se oía dentro el ruido de la televisión encendida. Justo lo que esperaba. De ese modo estaría distraído, con sus tontas películas, como siempre.
Avanzó sobre la punta de sus zapatillas, deteniéndose ante cada ruido extraño, pero por suerte no ocurrió ningún contratiempo. Ya en la puerta que daba a la calle, echó una mirada al interior. “Adiós”, dijo, y más cautelosa que una gata, cerró la puerta tras de sí. Listo. Al fin fuera. Ahora sólo le faltaba ir en busca de Toña, que vivía en la casa contigua.
Llamó golpeando con los nudillos.
—Hola ¿Todo bien? —dijo su amiga al abrir la puerta.
—Creo que sí —respondió Carmen en voz baja—. Pero vamos. No vaya a ser que salga mi hermano.
—Espérame un segundito. Voy por mi cartera —dijo Toña, y le lanzó un guiño pícaro.
“Ella como si nada —pensó Carmen—. En cambió yo me muero de nervios. Pero no debo preocuparme. Todo ha salido bien, hasta ahora”.
Pensó en la fiesta a la que estaba por asistir. Las chicas del trabajo estarían esperándolas, los chicos también, y ya estarían bebiendo, bailando y comiendo. Se imaginó entre ellos, con un vaso de vino en la mano, chillando de alegría, contoneándose al ritmo de la música. ¡Cuánto iba a divertirse!
—¡Oye! —Una voz la hizo salir de su ensueño. Dio un respingo, y se volvió. Era Martín. Estaba de pie en la puerta de la casa, mirándola con ojos de furia contenida. Se encaminó hacia ella.—¿Qué mierda haces allí?
—No, nada —Le tembló la voz. Sintió cómo se aceleraban los latidos—. Es que… es que… quería hablar con Toña. Un momentito nada más
—Hablar ¿eh? —El hermano bajó la vista—. ¿Qué traes allí?.
—No, nada. Es… —Intentó esconder su bolsa tras de sí.
—¡Dame acá!. —Se la arrebató de un tirón. Vio estupefacta cómo metía la mano en el interior, extraía el pantalón, y lo arrojaba al suelo. Hizo lo propio con los zapatos, la blusa, y se quedó con los cosméticos entre los dedos abiertos—. Con que pensaban salir, ¿no es así? Al baile, a putear.
Se quedó muda. Las evidencias eran contundentes como para negar nada.
—Yo… sólo —susurro, sin salida.
—¿Qué ocurre? —dijo Toña, que apareció en ese instante.
—Y tú tienes la culpa —dijo el hermano, dirigiéndose a la aparecida—. Eres una maldita prostituta. Si quieres ir a las fiestas, búscate a otra acompañante. No comprometas a mi hermana en tus cochinadas.
Carmen sintió la garra de Martín aprisionando su muñeca. La arrastró con violencia. En un primer instante pensó en detenerse, zafarse y revelarse, encararle todo aquello que ansiaba decirle desde hace tiempo; pero conocía demasiado bien el carácter de Martín.
Sintió cómo, al pasar por la puerta, la empujaba al interior, sintió el puntapié, un golpe sordo, duro, compacto, arrasador y que le quemó el alma. Pero lo soportó, como había soportado otras veces, con rabia, con odio, y no se volvió, se limitó a maldecir entre dientes.
Ya en su habitación, se arrojó a la cama. Las lágrimas le descorrieron el maquillaje.

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