Cómo escriben los grandes escritores (Parte II)

28.1.12

Abelardo Castillo

abelardo castilloEra 1966 y Alfredo Alcón ensayaba su personaje de Edgar Allan Poe para la interpretación de Israfel, la obra de Abelardo Castillo sobre la vida del autor de "Los crímenes de la calle Morgue", en el Teatro San Martín. En pleno delirium tremens, Poe (Alcón), debía hacer rodar una moneda por el escenario luego de recitar un parlamento sobre las ratas. Pero, en lugar de echarla a rodar, hizo como si la arrojara al público. Ese gesto fuera de libreto tuvo un efecto "místico" sobre Castillo, quien, sentado en el fondo de la sala, sintió que esa moneda imaginaria surcaba el aire y lo golpeaba la frente. De inmediato, decidió incluir esa acción en la pieza.

"Alfredo casi se muere. No podía entenderlo. Pero después, cuando se estrenó la obra con ese gesto incorporado, a las mujeres se les caía la cartera del regazo y había tipos que se iban para atrás. ¡Y no tiraba nada! ¡No había ninguna moneda! Lo interesante es que eso no era lo que escribí yo sino lo que inventó Alfredo", cuenta Castillo acerca del efecto benéfico de ciertas "erratas" que surgen durante el proceso de creación de un texto literario.

El autor de El que tiene sed escribe por las noches en cuadernos cuadriculados que confecciona él mismo, preferentemente con lápiz (odia los bolígrafos), sobre su escritorio y rodeado de cientos de libros. Sólo cuando el texto está avanzado, lo pasa a la computadora. "Mi realidad entera sucede a la noche. Y no me refiero a la hora. Para mí, la noche puede ser artificial. La ventana de mi escritorio está siempre cerrada y yo escribo con luz de lámpara, aunque sean las dos de la tarde", dice.

A pesar de haber dedicado su vida a la literatura, Castillo nunca se pensó a sí mismo como un escritor profesional. "Creo que la palabra profesión está prohibida en algunas disciplinas. Van Gogh no era un buen profesional, era un buen pintor, pero era lo menos profesional del mundo."

Es capaz de escribir durante horas, "incluso días", aunque luego deba "tirar a la basura" buena parte de lo producido. "He llegado a escribir dieciocho horas seguidas. Tengo tendencia a escribir de un tirón, por lo menos hasta el lugar donde sé que se ha resuelto el problema literario. Eso puede llevarme un día, diez horas o lo que fuere. El otro Judas, por ejemplo, lo escribí en una noche, después de haberlo pensado durante más de un año."

Entre sus secretos menos conocidos a la hora de encarar el oficio, se cuenta un extraño rechazo por la letra "a". "Siento aversión por esa letra, que es la letra de mi nombre. Es muy difícil que encuentres un texto mío que empiece con una ´a´, o una ´A´ mayúscula luego de un punto. Soy capaz de dar vueltas buscando una solución verbal a un párrafo que empieza con esa letra", dijo.

El hombre que soñó con ser un poeta maldito y brillante, morir joven y dejar una obra genial detrás de sí asegura que escogió la prosa a los 22 años, luego de haber destinado al fuego más mil poemas, tras descubrir que no sería el poeta que quería ser. "Cuando escribo poesía, me importa un comino el lector -dice-. Pero cuando escribo prosa, se me impone la necesidad de comunicar algo. No te olvides de que yo soy cuentista y autor dramático y que, por lo tanto, debo apegarme a un plan. El cuentista en serio (no el escritor que escribe cuentos) conoce de antemano lo que va a ocurrir y, cuando escribe, es como si lo estuviera dictando."

Pablo De Santis


Pablo de SantisHacia 1984, cuando Juan Sasturain era jefe de redacción de la revista Fierro, un chico de 21 años ganó el premio del concurso al mejor guión de historieta. El galardón, módico, consistía en una máquina de escribir y una lámpara de escritorio, además de la posibilidad de comenzar a trabajar para la revista. "Ésa fue la primera vez que gané dinero con mi escritura de ficción -recuerda Pablo de Santis-. Además, empecé a hacer historietas con el dibujante Max Cachimba, que era el que había ganado en la categoría de dibujo. Max tenía 15 años y las historietas que hacíamos nos las pagaban."

Más de 25 años después y con los premios Konex de Platino y Planeta-Casa de América de su haber, el autor de El enigma de París confiesa que escribe cuando puede. "Escribo en casa y en el estudio. La primera versión la hago a mano y bastante rápido. A veces me tomo menos de un mes, pero es sólo un boceto", cuenta. Para la primera versión de sus ficciones, De Santis prefiere trabajar en cuadernos escolares Laprida, Rivadavia o Gloria. Y, a contramano de Alan Pauls y Martín Caparrós, quienes sólo usan estilográficas con fuente de tinta, no tienen ninguna preferencia especial en ese aspecto. "Uso lo primero que encuentro en casa", dijo. En la segunda versión, De Santis trabaja en computadora y con letra Courier New, tamaño 12.

El autor de El calígrafo de Voltaire es de los que trazan un plan de la historia que va a narrar. "Necesito conocer la estructura para poder ir después por otro camino. Si uno va en auto y sabe adónde va, puede charlar o escuchar música. Pero si uno se pierde, no puede relajarse ni tampoco atender lo que hay alrededor." Como Marguerite Duras, De Santis considera que la escritura es un ejercicio que no se limita al momento de la redacción: "Para mí es tan importante escribir como pensar la trama, la estructura y los personajes. Trato de pensar mucho antes de ponerme a escribir, y la escritura se alimenta de esas reflexiones".

La llegada de la computadora y el avance de la tecnología, asegura, han alterado la naturaleza de esos procesos de creación. "Antes de la computadora había una elaboración interna del texto mucho mayor. Cuando uno hacía una versión a máquina se parecía mucho más al texto definitivo. La computadora transformó mucho la forma de escribir. A lo mejor, una novela se escribía dos o tres veces. Pero ahora, ¿quién sabe cuántas veces fue corregida?"

Rodolfo Enrique Fogwill


FogwillAños atrás, Fogwill contó que había escrito Los pichiciegos en lo que tardan en consumirse dos días y medio y doce gramos de cocaína, a partir de un comentario de su madre sobre el hundimiento de un barco inglés, en Malvinas. La anécdota se hizo muy conocida. En una visita a su madre, ella le dijo: "¡Hundimos un barco!". Fogwill convirtió: Mamá hundió un barco. La frase dio origen a la novela.

Casi 30 años después, ya sin recurrir a los estimulantes ("cero absoluto, hace más de diez años que no me drogo"), Fogwill escribe entre las seis y las siete de la mañana ("cuando me despierta la vejiga") y no precisa más que treinta o cuarenta minutos para producir entre tres y cuatro carillas. "Me burlo de los que temen a la página en blanco. Antes que a la página en blanco, yo le temo a la página en negro, a preguntarme: ¿cómo pude haber escrito esta estupidez?"

No escribe a mano porque no entiende su letra y es un precursor entre los escritores argentinos que redactan en computadora. "Yo pude acceder a la máquina IBM con bochita en 1976, que para mí era como para otros tener una Mont Blanc. Me sentí globalizado. En 1979 tuve mi primer procesador de palabras. Y escribo en computadora desde que apareció la Commodore." Hoy utiliza una notebook y una configuración del procesador de palabras, por lo menos singular. "Trabajo con fondo oscuro, azul, en Word. En Linux, fondo negro y letra blanca. En Word, uso tipografía automática. Tamaño 10, formato Arial. La letra la ves blanca sobre azul." El uso intensivo de la computadora, sin embargo, le produce una curiosa reacción cutánea. "A pesar de que uso el fondo oscuro, cuando escribo me tengo que poner Bagovit A en la cara porque la luz de la pantalla te reseca la piel", dice.

En cuanto a la composición de la trama y de los personajes, Fogwill se declara un escéptico. "No existen los personajes. Invento en el momento. No soy de los que saben la última frase, ni soy de los que les ponen nombre a los personajes. Ahora todos tienen un nombre y un apellido. ¡¿Por qué no les ponen el DNI también?!" Tampoco le gusta la idea de redactar en las mesas de café. "Ése es un goce perverso y burgués del escritorzuelo", dice. Sin embargo, no necesita la comodidad y el silencio de un estudio para producir. "Puedo escribir en lugares públicos, como en aeropuertos o el Club Ciudad. Pero mi mejor cuento lo escribí en un barco. Cuando salió la Smith Corona a pila, me compré un transformador, la conecté en la batería del barco y escribí ?Muchacha punk? en la noche de Navidad de 1978."

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