Él mismo dice que siempre se recuerda leyendo. Siempre leyendo y escribiendo. Y asegura que leer y escribir para él fueron más que una obsesión, no ahora, en plena madurez, sino desde su misma infancia cuando escribía sus primeras líneas para el periódico del colegio que fundó cuando tenía nueve años; escribía cualquier cosa en cualquier cuaderno y así siempre, como cumpliendo una extraña rutina que sus mayores solo llegaron a entender mucho tiempo después cuando les dijo que quería ser escritor, profesión que, por cierto, para ellos no era profesión sino tonterías de bohemio.
Pero fuera lo uno o lo otro, Jorge Aristizábal Gáfaro sabe que su vida estará por siempre consagrada a la producción de textos.
Es un escritor dedicado, disciplinado, constante, serio, obsesivo con lo que hace, perfeccionista; escribe y corrige y vuelve a corregir y hasta se molesta con él mismo cuando una frase o una escena o un cuadro no salen como a él le gustaría que fuera, pero insiste, una y otra vez insiste, casi hasta el cansancio.
Y cuando no lo logra, prefiere dar una pequeña caminata por su habitación, abre la ventana, se despereza; a veces se toma un vodka y saca cualquier libro de sus autores favoritos, ya sea Kafka, Camus, Borges, Barthes, Easton Ellis…Y regresa a golpear en la puerta de la musa esquiva para lograr acabar de construir esa escena que no le funciona.
Y así como es disciplinado con la escritura, lo es con la lectura y con sus amigos. No es un amigo de a veces o de oportunidades. No. Se es amigo o no se es. Se es para siempre o para nunca; pero amigos los tibios no tienen campo en su alma, por eso muchas veces prefiere el silencio y la soledad y su copa de vodka.
¿Por qué decidiste volverte escritor?
La escritura es un placer, una vocación y una posibilidad de realización personal y profesional. Querer convertir en oficio lo que era un juego fue lo que me llevó a dedicarme a escribir. Cada día estoy más convencido de que debo mantenerlo así.
¿Qué es lo fascinante de escribir?
Descubrir que las personas son textos y que los textos son personas y que las catarsis que se producen al escribir textos, pueden vivirlas también quienes los leen.
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