Sergio Ramírez confiesa cómo gesta sus novelas

15.6.12

El autor de “Margarita, está linda la mar” habló en exclusiva con EL HERALDO. Dice que ha sido muchas cosas, pero fundamentalmente escritor. Asegura que “el novelista está solo en el mundo”



Uno de los grandes escritores de América visitó la Sala de Redacción de EL HERALDO. Se trata del nicaragüense Sergio Ramírez, el autor de “Margarita, está linda la mar”, Premio Alfaguara de Novela (1998).

La obra de Ramírez es mordaz y está llena de una poderosa ironía con la que denuncia los abusos del poder y la represión. Es un conversador elegante y directo, que expone sus ideas con gran claridad.

En literatura domina con maestría la narración, el ensayo y el artículo periodístico. Pero Ramírez es un hombre polifacético que se gradúo de abogado en 1964 y también ha incursionado en la política de su país, Nicaragua, donde ha sido vicepresidente y candidato a la Presidencia.

Visita Honduras en el marco del I Primer Taller Académico-Cultural Internacional Literatura de América Central, evento en el que las máximas autoridades de la UNAH le entregarán el reconocimiento “José Trinidad Reyes” por la calidad de su obra.

En la Sala de Redacción de EL HERALDO habló sobre sus amigos escritores, su obra y su incursión en política. A continuación las palabras de Sergio Ramírez, para que conozca de primera mano las opiniones de este gran escritor.

¿En qué momento encontró su propia identidad como escritor?

Muy joven, en la adolescencia, empecé a escribir mi primer cuento a los 17, 16 años, en un país como Nicaragua, donde la poesía es el terreno más socorrido. Encontrarse a uno mismo como narrador no deja de ser una cosa muy singular, yo escribí poesía obviamente, pero creo que me di cuenta de que lo mío era la narración, contar a los demás lo que yo veía como singular, y esa fue mi guía, narrar lo que me parecía que los demás no habían podido ver igual que yo, que yo tenía que contárselo como una obligación de mi parte, como algo que yo necesariamente tenía que hacer.

Para escribir su último libro, “La fugitiva”, se nota que hizo una investigación bastante larga ¿Cuál es el proceso que sigue normalmente para hacer una novela?

Lo primero es cuando uno tiene la idea, y si se trata de la idea narrativa, y si se trata de una novela de época, uno tiene que hacer lo que hace un director de cine: preparar el escenario, crear el ambiente, crear la atmósfera, con la desventaja de que un director de cine reparte los trabajos, mientras que el novelista está solo en el mundo y tiene que resolverlo todo.
Entonces yo, como en mis otras novelas de época, hice una investigación a fondo, hice una lectura muy intensiva en la Hemeroteca Nacional de San José de los periódicos de la época que a mí me interesaba, para poder crear la atmósfera, ¿qué se veía en los periódicos, en el cine, en la radio, la música?, y eso me tomó algunos años antes de comenzar a escribir la novela en sí misma.

¿Qué tanto ha influido el cine en su literatura?

Muchísimo. hay una parte de mi vida que tal vez no es muy conocida, pero cuando tenía doce años yo fui maquinista, operador de cine, y mi tío Ángel Mercado era el dueño del único cine que había en mi pueblo, entonces yo pasaba las películas, y uno tiene por lo tanto que ver muchas veces la misma película, entonces vi mucho cine. Y yo escribo como si estoy viendo una película, o reproduciendo una película, eso es parte de un entrenamiento que yo recibí muy temprano en mi vida.

¿Por qué es tan difícil para un escritor centroamericano obtener un estatus mundial?

No se necesita ser centroamericano para eso, un escritor de cualquier nacionalidad, boliviano, ecuatoriano, paraguayo, va a enfrentar el mismo problema. Países sin vida editorial, sin crítica, donde los periódicos no dedican grandes espacios a la cultura, donde el número de lectores es reducido, por lo que unos sobresalen fuera de sus fronteras y otros se quedan en su país por cárcel. Es inevitable, es algo que no se puede realmente prever qué va a pasar con cada escritor, entonces eso ocurre en Centroamérica y ocurre en otras partes.

En relación a que los países son cárceles para sus escritores, como dijo usted una vez, ¿considera que ese panorama ha cambiado o todavía hay trabajo que hacer?

Ha cambiado muy poco, es decir que después de la creación de la Editorial Universitaria Centroamericana (Educa), que abrió una gran brecha en ese sentido, volvimos a retroceder, volvimos a las ediciones de 500 ejemplares, 1,000 ejemplares es lo más que se edita de un libro en Centroamérica. Los libros editados por las instituciones no siempre llegan al lector, porque es muy difícil para la institución pública resolver eso, ya editar el libro es bastante, pero ya llevarlo al lector es otro problema, es otra ciencia. En la comercialización de un libro estamos todavía pegados, se publican muchos libros, pero se lee poco.

Publican las universidades, los ministerio de cultura, los municipios, esa es la realidad, que un libro traspase las fronteras todavía cuesta mucho.

Pero ese es un trabajo que bien se puede hacer, Centroamérica es un terreno propicio para la circulación de los libros; si circulan la leche y los jabones, por qué no van a circular los libros.

Hay un medio que ha venido a crear una especie de conmoción en eso, que es Internet, ¿cómo ha influido eso sobre el oficio del escritor?

Para mí mucho, yo comparto la lectura electrónica con la lectura en papel, yo creí que esto era un sacrilegio para mí, pero hoy veo que la lectura electrónica es una gran ventaja.

Yo siempre viajo con mi Kindle; antes viajaba con muchos libros en la maleta, ahora me resulta más fácil llevarlos en mi Kindle. La lectura electrónica es algo que cada vez va a evolucionar más, va a ser más fácil, más accesible, estamos apenas en pañales en esta clase de tecnología. Eso no es algo que uno quiera o no quiera, sino que sucede o no sucede.

Entonces no queda más que avenirse con lo que está en los tiempos.

¿Cuál es el punto de encuentro entre el oficio del escritor Sergio Ramírez y el oficio del político?

Es un encuentro del destino. A mí me gusta hablar de la revolución, más que de política, si la revolución no hubiera existido, la política tampoco. Si hubiera vivido en un país normal donde se respetara un proceso democrático, las elecciones libres, la libertad de expresión sin represión brutal, como la de la dictadura de Somoza, jamás hubiera podido ser candidato de nada, no hubiera estado ni en mis planes. Lo que me hace entrar en la política es la revolución, y es mi único punto de contacto con la política.

Una vez que esto quedó atrás para mí, yo volví al oficio que había elegido de la adolescencia, que es el de escritor, mi oficio fundamental, porque yo fui muchas cosas en la vida, pero mi oficio verdadero siempre ha sido el de escritor.

¿Considera que al dedicarse a la política durante una década perdió una etapa como escritor que pudo haber sido muy productiva?

Sí. bueno, yo terminé mi novela “Te dio miedo la sangre” en 1975, yo me vine con esa novela a Alemania y me vi en la vorágine de la conspiración para derrocar a Somoza; los siguientes tres años, del 75 al 78, fueron muy intensos para mí, me olvidé de la escritura, me olvidé de esta novela que empezó a correr suerte sola porque yo no me preocupé por si se iba o no a publicar. Y del 75 hasta el 85 yo no volví a escribir una línea, entonces pudieron haber sido mis mejores años como escritor, años que llevaba entre los 35 y 45 años de edad, pero bueno, yo no me quejo. Es decir que la revolución también me enriqueció mucho, conocí lo que no hubiera conocido de otra manera, y tampoco me veo yo fuera de la revolución, no me veo en París o en Madrid escribiendo mientras en Nicaragua está ocurriendo una revolución.

Usted fue candidato a la presidencia, ¿cómo estas cosas han marcado su vida como escritor, cómo han marcado su obra?

Yo creo que en el sentido de que yo aprendí a conocer el poder por dentro; no se me ocurriría a mí escribir una novela sobre mi experiencia política, sobre el año de vicepresidente, la revolución, o después de mi ruptura con el Frente Sandinista, no me entusiasma mucho ponerme a escribir mis memorias políticas.

Uno aprende a conocer el poder por dentro, que para un escritor es fundamental, hay que recordar que el poder es un logro grande en el tema de la literatura, el amor, la locura, la muerte, y si uno conoce el poder por dentro puede hablar con más propiedad del poder.

Con más de 30 libros publicados, ¿su literatura ha evolucionado mucho?

Pues lo que pasa es que siempre busco cómo experimentar, la literatura siempre es una experimentación, uno experimenta con el lenguaje. En cada nueva novela yo busco cómo crear una estructura nueva, una manera distinta de presentar a los personajes, crear un lenguaje diferente para cada uno, buscar una estructura diversa aunque uno siga siendo el mismo escritor. Algunas veces sí me encuentro que todos los temas de mi escritura ya están en mi primera novela, como una semilla, eso ocurre, y es curioso. La diferencia es cómo uno dice las cosas, no repetirse en el estilo, aunque tenga un estilo fundamental. Siempre he estado buscando cómo cambiar.

¿Hay alguna responsabilidad, límite, del narrador de ficción cuando lo que va a contar es histórico?

Hasta ahí no, para mí una página de la historia es lo mismo que una noticia que leo en la crónica roja de los periódicos, soy gran lector de la crónica roja porque se encuentran ahí muchísimas historias de gente humilde. Cuando la gente humilde sale en el periódico no es para bien, es porque les pasó algo, o porque hizo algo, eso me impresiona siempre.

Lo mismo pasa con los libros de historia, yo no asumo ninguna responsabilidad como escritor frente a lo que leo, lo que leo para mí es un material que me va a ser útil, pero no tengo que respetar su integridad. Es decir, desde que pasa a la página de una novela mía se convierte en ficción. Es decir, desde el hecho de que vas a entrar a una librería y comprás un libro que en la tapa dice “novela”, yo perdí toda la responsabilidad desde que te lo llevás a tu casa, porque te llevás una novela, no te estoy vendiendo un libro de historia.

Entonces en todo lo que hay ahí dentro pude haber tomado algo de la realidad, pero en última instancia todo es mentira; si tú lo asumes como realidad, esa es tu propia responsabilidad, y la mía, porque yo quiero inducirte a que lo tomés como real, ese es mi deber, que lo vayás leyendo y vayás creyendo que todo es verdad, y si cuando terminás el libro terminás creyendo que todo es verdad, es mi triunfo personal por haberte vendido una mentira como verdadera.

¿Cómo ayudan los reconocimientos y premios en el oficio de escritor?

Ayudan porque crean muchos lectores. cuando se publicó “Margarita está linda la mar” se imprimieron 200,000 ejemplares, eso para mí era algo muy novedoso, que de un libro mío hubiera en el mercado, en toda América Latina y en España, 200,000 mil ejemplares es un salto muy grande que uno se lo debe a los premios, ya eso es suficiente como premio literario.

Si pudiera determinar un momento cumbre de la literatura hondureña, ¿dónde lo ubicaría y por qué?

Bueno, la poesía modernista, los escritores modernistas como Juan Ramón Molina, o los libros de Rafael Heliodoro Valle, o las “Memorias” de Froylán Turcios, son libros que todos deberían leer para saberse hondureños. O la poesía de la generación de Roberto Sosa, Óscar Acosta, Pompeyo del Valle, que es otro gran momento de la literatura hondureña, o la obra literaria de Clementina Suárez, estos son momentos importantes de la literatura hondureña

Nos dimos cuenta de que es admirador de Froylán Turcios, ¿cuál es su obra favorita de él y por qué?

Las “Memorias” me gustan mucho, es un gran libro porque tiene un prosa extraordinaria, cuenta sobre la vida rural en su pueblo, su llegada a la Tegucigalpa de entonces. Para mí es un instructivo, una imagen de esa época de la Honduras rural, porque Turcios viene del más rural de los departamentos de Honduras y quizás de Centroamérica, que es Olancho, que solo se puede comparar con Chontales, en Nicaragua, o con el Guanacaste, en Costa Rica, son esas zonas ganaderas de una cultura rural muy profunda y conservadora. Luego el paso a la Tegucigalpa provinciana de entonces, cómo se manejaban los hilos de la política tras bastidores, igual es una visión muy arcaica de Honduras, muy hermosa, muy bien escrita, pero muy arcaica, es decir, la Honduras rural profunda, sin manchas, donde no hay pecado. 

elheraldo.hn

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