Entrevista a Camilo José Cela

17.8.12


Publicada el 14 de enero de 1992 en el número 359 de la revista Época

Encuentro a Cela en plena forma, con excelente humor, contento de la vida; yo diría que feliz. Vengo a verle porque hace 50 años por estas fechas, puso punto final al manuscrito de La familia de Pascual Duarte. Acabó de escribir la novela el día de Reyes de 1942, en casa de sus padres, en la madrileña calle de Claudio Coello, esquina a Lista. Estaba enfermo y creía que iba á morir.


Medio siglo en la biografía de Pascual Duarte y en la vida de Camilo José Cela. A lo largo de estos años, Pascual Duarte se ha agigantado hasta convertirse en un clásico con sitio asegurado en los manuales de literatura de todo el mundo. Cela se ha casado dos veces, ha tenido un hijo, ha escrito un centenar de libros, ha ingresado en la Real Academia Española; fue senador de designación regia en la etapa constituyente; doctor «honoris causa» por 20 universidades; ha recibido los grandes premios nacionales —todos menos uno, ustedes saben cuál, que nadie se explica cómo aún no le ha sido concedido— y, por último, ha alcanzado el laurel de los inmortales al inscribir su nombre entre los galardonados con el Nobel de Literatura. Además, es cartero honorario con derecho a usar el uniforme del Cuerpo, y goza de franquicia postal, rara distinción de que disfruta en solitario, una vez desaparecido el maestro Ramón Carande. Vamos, que ha sido un medio siglo muy lucido para Pascual y para su creador, las cosas como son.

Camilo José Cela, pese a ir por la vida disfrazado de beligerante, como gusta decir, es bondadoso con el entrevistador y da facilidades para la conversación.

Censores negligentes

-¿Cómo ve usted, don Camilo, 50 años después, la figura y la peripecia humana de Pascual Duarte?
-Con estupor; tanto la figura del personaje como su peripecia humana, las veo con profundo estupor. Yo no me pude imaginar que aquellas páginas que escribí en condiciones, digamos caritativamente que no óptimas, por no decir casi siniestras, pudiesen dar el juego que han dado. Se publicó la novela en Burgos, en la editorial que tenía el general Ibáñez Aldecoa, donde se publicaban libros de Hugo Wast, muy leídos por las señoras bienpensantes. Y se publicó allí porque un hijo del general, Rafael, que estudiaba Medicina en Madrid y era amigo mío, se había peleado con su padre porque tuvo malas notas o algo así, y le habían puesto al frente del negocio. Rafael me pidió el manuscrito, decidió publicarlo y sacó a la calle una edición de 1.500 ejemplares. El original pasó la censura sin dificultades, porque ni siquiera lo leyeron. Pero tras el éxito que alcanzó, se hizo una segunda edición, al año siguiente, y ahora sí, la censura ordenó la retirada de la obra. Yo lo supe a tiempo, por una mecanógrafa que trabajaba en la censura, me fui a las librerías advirtiéndolo, y los policías no encontraron un solo ejemplar, claro.

Camilo José tenía entonces 25 años y era un mozo larguirucho y flaco, aunque el brillo febril de sus ojos anunciaba a un personaje importante, alerta y sabedor del futuro. La novela apareció a finales de aquel año 1942 y tuvo éxito inmediato, pese a que el autor era un desconocido, ga-llego residente en Madrid, de familia en la que se entrecruzaban ecos galaicos, italianos y británicos, que había hecho la guerra como soldado en el bando nacional. Se produjo el milagro, particularmente raro en estos pagos, del reconocimiento apenas discutido del talento excepcional del jo-ven escritor.

-¿Qué tal fueron las primeras críticas?
-En las primeras críticas predominó el entusiasmo, atribuible a que sus autores eran amigos míos. Yo era un muchacho joven, delgadito…, en fin, mis amigos empezaron a escribir sobre mí, a favor, claro. La primera crítica que se publicó fue de Enrique Azcoaga, en Juventud. ¿Te acuerdas de Enrique? El pobre murió; se murieron ya muchos amigos… ¡Ha pasado tanto tiempo…!

-Usted ha dicho que la novel produjo expectación porque llamaba a las cosas por su nombre. Sin embargo, en el texto no hay un solo taco de los que cabría esperar de la condición del protagonista y de su entorno.
-¡Pues claro que no hay tacos! Sería ingenuo haber querido poner tacos en el año 42 en una novela que había que presentar a la censura, razón que muy probablemente lastraba mi conciencia. Naturalmente, yo no me lo planteé; me limité a no ponerlos... ¡Si la palabra culo estremecía, tú dirás...! Además, la novela, que implicaba gran violencia y en cierto modo una crítica de la situación, pasó porque no la leyó ninguno de los censores...

-¿Conocía usted Extremadura, don Camilo? ¿Había estado por los lugares en que discurre la novela?
-Sí, conocía Extremadura. Estuve durante la guerra en un pueblo que hay entre Almendralejo y Mérida, prácticamente equidistante de ambos lugares, que es Torremegía, donde me han dedicado una calle. Yo le dije al alcalde que la dedicaran a Pascual Duarte en vez de a mí, pero se conoce que no les apetecía demasiado... Acampábamos en Torremegía los días de des-canso, y nos íbamos a Almendralejo a tomar vasos, perseguir mozas, yo qué sé, íbamos a lo que suelen ir los soldados cuando no están en el frente...

La condición subhumana

-¿Cómo nació Pascual Duarte? ¿Está inspirado el tremendo personaje en algún hecho real?
-Yo creo que los personajes nacen solos, cobran autonomía y hacen la guerra por su cuenta; sus andanzas van concatenándose, algo así como esa imagen de las cerezas que van tirando unas de otras... Yo no conocí a nadie que hubiera hecho lo que hizo Pascual Duarte, pero sí he conocido a mucha gente que pudo haber hecho lo que hizo Pascual Duarte, eso sí. Y no está inspirada la novela en algún hecho real, pero sí hubieran podido acaecer estos hechos, y aún peores... Con frecuencia, leemos en los periódicos cosas que nos dejan pálidos... Quiero decir que no inventé nada, que todos los días estamos enterándonos de cosas que te dejan estremecido, y mira que uno debería estar curado de espanto ... Pero yo no acabo de curarme de espanto... Bueno, he leído que a un italiano lo detuvieron porque violaba a su hijo de nueve meses... ¡Qué barbaridad...! Tampoco está mal eso del lanzamiento de enanos como diversión...

-Es la condición humana, don Camilo...
-¡Carajo! Es la condición subhumana, querrás decir; cada vez un poco peor...

-Me gustaría saber en qué medida se identifica usted sentimentalmente con el tipo inventado. ¿Sufre con él, goza con él, tiene la tentación de reformarle sobre la marcha de la escritura? ¿Le deja construirse su propia vida? ¿Qué me dice usted, que ha alumbrado tantas criaturas en su obra?
-Bueno, sin ninguna duda hay que meterse sentimentalmente en el personaje inventado, pero nada más, a ver si nos entendemos, nada más que «en horas de oficina». Tú sabes de sobra lo que quiero decir. Si no, sería tremendo, acabaría uno tarado. Para que una novela tenga una mínima autenticidad, tienes tú que sentirte ese personaje en cada momento. Ya dije la diferencia que hay entre una crónica y una novela: y es que el cronista narra aquello que ve, y en la novela hay que narrar desde dentro... El verdadero novelista es el que es capaz de sentirse en un capítulo Juana de Arco y en el siguiente capítulo un chulo de Marsella...

-La familia de Pascual Duarte llamó poderosamente la atención en la España de los años cuarenta. ¿Ha ocurrido algo semejante con cualquiera otro de sus libros?
-No; quizá no pasó con ningún otro de mis libros, aunque esto es también razonable. Primero, porque yo ya era más conocido, por tanto, el factor sorpresa contaba menos. Y segundo, porque es que la gente ya estaba más acostumbrada. La expectación que despertó mi primera novela fue quizá comparable con la que pudo causar, con matices, La colmena o, andando los años, Mazurca para dos muertos. Aunque lo hubiera sido también en un escritor primerizo San Camilo 1936, pero claro, yo ya no lo era... Sorprende la novela que publica el joven Baroja, pero cuando Baroja va por su novela número 20, te gusta o no te gusta, pero te sorprende menos. En cualquier caso, ya lo esperas.

"Cada obra es única para mí"

-Si tuviera que elegir uno solo de sus libros, ¿con cuál de ellos se quedaría?
-No, no me quedaría con ninguno, no sería capaz. Por varias razones: alguno, La familia de Pascual Duarte, por ejemplo, porque me ayudó a romper el fuego. Ahora bien, si lo releo, me doy cuenta de que tiene fallos técnicos gravísimos, que no hubiera cometido hoy. Pero es que, a medida que pasa el tiempo, los autores vamos ganando en serenidad, en sabiduría, lo que vamos perdiendo en frescura y en lozanía. Váyase lo uno por lo otro ¿no?... Por tanto, ¿con qué libro me iba a quedar yo? He cultivado diversos géneros y, por ejemplo, también me gustan mucho los libros de viajes, Viaje a la Alcarria... Yo no podría responderte honradamente…

-¿Le gustaron las dos novelas que se han hecho a partir de sus primeras novelas: La familia de Pascual Duarte y La Colmena? La primera fue premiada en Cannes. Sin embargo, recuerdo haber oído que el Pascual de celuloide no se corresponde con el Pascual literario. ¿Quedó razonablemente satisfecho? ¿Le atrae repetir la experiencia con San Camilo o la Mazurca?
-Si me quitas el adverbio de modo razonablemente, te tengo que decir que razonablemente ya veríamos... Quedé más contento de La colmena, porque se desvirtuó menos. Ahora bien, es obvio que el lenguaje cinematográfico es distinto que el literario. Con no sentirme demasiado traicionado, me conformo. ¿Que yo lo hubiera hecho así? No lo sé; yo no soy director de cine... ¿Repetiría la experiencia con San Camilo o la Mazurca? Bueno, o con La catira, que es una novela de aventuras venezolana o con Cristo versus Arizona, que hubiera sido una película del Far West. ¿Y por qué no? Yo no voy a dar ningún paso. Tampoco lo di con el Pascual Duarte y La Colmena. Se le ocurrió a la gente de cine, me pareció aceptable, y les dije que sí.

-Hace 10 años, La familia de Pascual Duarte había sido traducida a 21 idiomas y andaba por las 106 ediciones… ¿Cómo va la cuenta?
-Eso deberías preguntárselo a Fernandito Huarte… Es muy posible que se aproximen ya a las 170 ediciones… Y fíjate tú que me la rechazó un editor de Madrid diciéndome que consideraba que una editorial era una empresa comercial, y que del Pascual Duarte no se venderían más allá de 10 o 12 ejemplares… Que un editor no tenga criterio literario, es admisible, pero sí debe tener criterio comercial, que para eso está… El criterio literario lo pongo yo... En la fundación que he instituido en Iria Flavia, hay ejemplares de todas las ediciones. Naturalmente, si hay alguna edición pirata en Croacia, ¿yo qué sé? Allí están también todos mis originales, entre ellos el manuscrito del Pascual Duarte, que pude rescatar tras algunas vicisitudes. Ciertamente, es una fundación insólita, porque yo no me quiero comparar con nadie, guárdeme Dios, sería estúpida la comparación, pero ¿tú te imaginas lo que supondría conservar todos los originales de Galdós o de Baroja? Todos los míos están allí. Me aseguran que Pascual Duarte es la novela española más traducida después del Quijote... Lo cual me llena de orgullo y también de estupor. No me lo creo...

"En literatura no hay proyectos"

-Me gustaría saber en qué trabaja usted ahora, don Camilo. Le encuentro con un aspecto físico formidable y con ánimo de emprender cualquier aventura literaria. Usted, que nos tiene acostumbrados a sus arriesgados ejercicios en la forma de contar, en los que se lanza al vacío sin red, tratando de conseguir el «más difícil todavía», ¿qué proyectos inmediatos tiene?
-En literatura no hay proyectos; en literatura no hay más que realidades. Un libro no existe hasta que está editado y en manos del lector. Mientras tanto, es pura y vana fantasmagoria. ¿Es verdad o mentira? Yo siempre dije: uno escribe a diario y no sabe lo que va a salir. Al final, si sale con barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción... He empezado a publicar mis memorias en Diario 16, que pueden ser una cosa fantástica si me salen bien... Ya veremos... Las titulo Memorias, entendimientos y voluntades. Es posible que no cuente toda la verdad… pero, eso sí, no voy a contar mentiras. ¿Para qué iba a contar mentiras? Creo que resultarán interesantes.

-Bueno, don Camilo, yo quedaría muy mal si no le preguntara por el Premio Cervantes...
-Mira, yo soy muy defensor de los usos tradicionales, y me alegra que este año no se haya roto la tradición de no concedérmelo. ¿Qué quieres que te diga...? A mí esto me entristece, no por mí, me entristece por España...

Y Camilo José Cela hace un gesto entre resignado y condescendiente, como queriendo decir ¡allá ellos! Cualquier comentario del periodista sería superfluo.

Vía | intereconomia.com

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