Escribir es siempre escribir en contra

7.8.13

Por Maximiliano Tomas

En su columna de la semana pasada, Quintín rescata una cita magnífica atribuida a León Tolstoi: "El significado de toda obra literaria consiste sólo en no ser instructiva en sentido directo, como una prédica o un sermón, sino en descubrirle a la gente algo nuevo, desconocido y mayormente contrario a aquello que es considerado incuestionable por el gran público". La clave, en este caso, y viniendo de un autor como Tolstoi, está en los términos "contrario" y "gran público". Escribir literatura sería, así, escribir a contracorriente, o contra el sentido del gusto mayoritario. Contra las certezas, las seguridades, el adocenamiento. Escribir contra, escribir en contra. Casualmente, hace unos días se publicó una nueva entrega de la revista online Mardulce Magazine. El artículo central es una encuesta a veintinueve escritores argentinos donde se les pregunta, con engañosa sencillez, contra qué escriben. Las respuestas sirven para pensar el oficio literario, pero también el estado actual de la literatura y de la reflexión crítica en la Argentina.


El novelista Juan José Becerra dice, en la línea tolstoiana: "Me ilusiona escribir contra cualquier premeditación de éxito y contra la 'literatura' que trabaja para lo seguro, lo conocido y el gusto medio, como lo hacen con tanta eficacia la televisión y los diarios. Pongo la palabra entre comillas porque esa 'literatura', adaptada a lo único que se le exige y se le permite (que se deje leer como una propaganda de la realidad), no es literatura sino el discurso que la usurpa". ¿Cuántos escritores (y cineastas, músicos, dramaturgos y artistas plásticos) podría uno encuadrar dentro de esta definición? En un sentido similar, el poeta Alejandro Rubio declara: "Escribo contra el escritor como sacerdote. Contra Ernesto Sabato. Contra la idea de que hay un lugar seguro espiritual desde el cual se pueden lanzar rayos y centellas sobre la pérfida materia. Contra las homilías disfrazadas de ficciones y las ficciones disfrazadas de verdades de a puño. Contra las ficciones en general. Contra los que quisieran extirpar de la escritura todo lo que tiene de juego sexual y de desquite malicioso. Contra los lectores que buscan en las novelas y los poemas consejos para una vida mejor. Contra los lectores que encuentran en las novelas y los poemas un espejo para su melancolía". Y Ricardo Strafacce, autor, entre otros libros, de una monumental biografía sobre Osvaldo Lamborghini, completa: "Escribo contra el realismo resignado, contra el realismo ramplón, contra el realismo apodíctico de mercado. Escribo contra meriendas, mermeladas. Escribo contra las salidas al cine con la novia. Contra la epopeya del abuelo inmigrante. Escribo contra las vanguardias que atrasan. Escribo contra la canchereada. Contra Piglia. Contra Cortázar. Contra los escritores que se creen más inteligentes que el lector".

¿Contra qué otras cosas escriben los autores argentinos (o debería decirse, muchos de los autores argentinos contemporáneos más interesantes)? ¿No funciona el mismo interrogante, en verdad, para cualquier disciplina artística? El crítico y novelista Daniel Link dice escribir "contra las identificaciones sentimentales y contra las arrogancias de la literatura. Contra el capitalismo y sus máscaras piadosas, contra los que hacen de la literatura (esa experiencia radical de transformación de uno mismo) un bien de cambio confortable, contra la ignorancia y las soluciones de compromiso con los horrores del mundo, contra la pobreza de vocabulario y la uniformidad del tono". Y dos escritores jóvenes, Iosi Havilio y Oliverio Coelho, hacen una lista de sus incomodidades estéticas. Coelho: "Contra la burocracia, contra el sentido común, contra la paridad, contra la pared / Contra lo discreto, contra la venerabilidad, contra la gratuidad barroca / Contra natura, contra el campo, contra el cielo, contra la piedad / Contrariado, contra los excesos minimalistas, contra el viento / contra la inocencia de los narradores gráciles, contra la multitud, contra los ventrílocuos, contra la verticalidad / Contramano, contra la congoja vanguardista, contra la horizontalidad / contra el aburrimiento, contra la pureza". Havilio: "Escribo contra las ideas / Contra el oficio / Contra la promesa de un libro / Escribo contra el tiempo/ Contra la superficie / Contra la estupidez / Contra La Literatura / Escribo contra el ingenio / Contra el verosímil / Contra el estilo y la voz propia / Escribo contra las palabras".

Todo esto funciona para el campo de la ficción. ¿Y por fuera de ella? (La sonoridad y la contundencia de títulos como Contra la interpretación, Peleando a la contra, Contra Sainte-Beuve). ¿Contra qué o contra quién escribe un crítico, por ejemplo? Bien pensado, no parece haber grandes diferencias de fondo. ¿Acaso un crítico no debería escribir contra las propias limitaciones, contra el imperio del sentido común, contra la demagogia, contra el ruido general, contra el poder? Sobre todo, un crítico debería escribir contra lo que se espera que él escriba, contra la expectativa, contra las demandas y contra las exigencias del mercado (si es que algo llamado de esa manera verdaderamente existe). Escribir, entonces, contra las obras, los libros y los escritores que no aportan nada nuevo, nada vivo, nada importante (es decir, la mayoría). Escribir incluso contra los lectores, y contra los comentaristas. Siempre que se escribe se escribe en contra. Porque aún cuando se escribe a favor de un libro, de un autor, de una obra, se escribe contra todos los otros libros, autores y obras. Cuando se escribe a favor de un libro, de una obra, de un autor, se excluye, se oscurece, se silencia deliberadamente a los demás. Se dice: es esto y no aquello lo que vale la pena leer. ¿Qué otra cosa, acaso, se le podría exigir a un crítico?.

Vía | lanacion.com.ar

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