A escribir también se aprende

11.10.13

“El kiwi es un aguacate sin depilar”, dice Miguel Ángel. “Las alianzas son los grilletes del matrimonio”, dice Eva. “El dentista es un torturador con licencia”, dice Ramón. “Los gallos son los punkis del corral”, dice Félix. Leen sus frases en una habitación de techos altos, grandes ventanas y paredes color tierra, una de las aulas de la Escuela de Escritores, que ocupa un antiguo piso señorial, entre decadente y bohemio, muy propicio para esto de la literatura. Son greguerías, que el profesor, el escritor Juan Carlos Márquez, les ha encargado para esta clase de escritura creativa. “Luego tienen que basarse en ellas para escribir un relato”, apunta, “aunque enseñamos algo de teoría, la práctica, es decir, la escritura, la lectura y el comentario es lo esencial en estas clases”. En efecto, luego los alumnos leerán sus creaciones y recibirán la opinión de los compañeros. Y después el profesor les dará consejos más técnicos: ese comienzo es confuso, adjetivar mal corta el ritmo narrativo, tiene que haber un conflicto y un cambio en el personaje o, sobre todo, la famosa sentencia de Henry James: “no lo digas, muéstralo”.


Solemos pensar que para ser un gran pianista o un gran pintor es necesario recibir una formación, y es cierto; sin embargo, como al fin y al cabo a todos nos enseñan a leer y a escribir en el colegio, creemos que para ser escritor basta con el talento innato y la paciencia a la hora de esperar la llamada de las musas. Pero la escritura es un oficio que también se aprende. Centros como la Escuela de Escritores, el Hotel Kafka o los Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja comienzan por estas fechas sus cursos para formarnos como novelistas, relatistas, poetas y otras variantes en esto de poner una palabra junto a otra.

Una sesión de trabajo en la Escuela de Escritores. / SAMUEL SÁNCHEZ

“Hay un oficio de escritor que tiene técnicas tan objetivas como las de piano”, explica Javier Sagarna, el director de la Escuela, “se pueden explicar, practicar y llegar a dominar. Este bagaje supone un 80% de lo que es un escritor. El resto, el talento, es lo que acaba poniendo a cada uno en su sitio: lo que distingue al artesano del artista”. ¿Y qué diferencia hay entre uno y otro?: “Más que con los libros que escribe, tiene que ver con la profundidad emocional o con la originalidad de lo que le cuenta con las herramientas que tiene. No es lo mismo lo que nos cuenta J. D. Salinger que un best seller”, dice Márquez. Aunque a veces, sin querer, a algunos se les sale el arte por los poros: “Mira el caso de Ray Bradbury”, apunta Sagarna, “solo pretendía hacer obras de género, de ciencia ficción, y le salían obras maestras”.

No sabemos si llegarán a ser artistas, artesanos, o se perderán por el camino, pero, por lo pronto, el alumnado es variopinto: en esta clase hay gente habituada al uso de las palabras, como periodistas, y otros de mundos ajenos, como informáticos. Algunos vienen de cero: “Yo vengo buscando una experiencia nueva, me gusta leer, sobre todo ensayo, pero nunca he escrito ni un relato ni una poesía”, explica Rosalía a sus compañeros. Aunque abundan las edades intermedias, en la Escuela hay alumnos desde adolescentes hasta octogenarios. “A los alumnos, más que decirles cómo hacerlo, les decimos cómo no hacerlo, dónde están los fallos. Así les guiamos en una especie de proceso de prueba y error que les permite sacar mayor partido a lo que escriben. Porque, al final, uno está solo ante la página en blanco”, dice Márquez.

A lado de la puerta de Hotel Kafka hay un gran retrato de Benito Pérez Galdós. Sus instalaciones ocupan la antigua imprenta del escritor. Al ver lo de “Hotel” mucha gente entra a pedir habitación, pero aquí no hay de eso, sino aulas de escritura. Recibe Guillermo Aguirre que tiene bastante experiencia en esto de las escuelas literarias: estudió en la extinta Escuela de Letras y en el propio Hotel Kafka, ha publicado dos novelas y vive de su trabajo en el sector como coordinador de cursos del Hotel. “Este aprendizaje lo que hace es acelerar un proceso que en la soledad de tu casa resultaría más costoso, largo y tedioso. Aprendí rápidamente cosas que hubiera tardado en aprender mucho más tiempo y luego, una vez aprendidas, las asimilé y las olvidé”, cuenta. Incide también en que una parte importante de todo esto es enseñar a leer: “Nosotros mimamos mucho las clases de lectura de nuestro máster. Aprender a leer es la mejor manera de aprender recursos. Ver e identificar el modo del que otros autores han resuelto un problema narrativo es aprender a resolver los propios: no se será escritor del todo mientras no se sea primero un lector ávido y curioso”.

Novela negra

Hotel Kafka desde la calle. / SAMUEL SÁNCHEZ

En Hotel Kafka imparten cursos variados, como los de True Crime, en el que los aspirantes a escribir novela negra visitan una prisión, disparan un arma en un campo de tiro, o escuchan charlas de policías y forenses. O cursos de traducción literaria: “Recreamos los ambientes, jugando con el tono, las sonoridades”, explica el profesor David Villanueva, a la sazón editor de Demipage, “se intenta reproducir el estilo del escritor (aunque no siempre), cosa que no se hace en traducción más técnica. Ahora lo que estamos haciendo es traducir del francés cuentos de Guy de Maupassant con los que al final del curso haremos un ebook”.

El mundo literario es duro e incierto, y a navegar por sus procelosos mares también enseñan en Hotel: “Funcionamos como un club de alumnos”, explica Aguirre, “e intentamos que el aprendizaje no solo se quede dentro de las aulas. Para ello organizamos eventos que tienen la intención de que el alumno conozca a gente del mundillo como editores, agentes u otros escritores, de modo que aprenda también a moverse por él”. También guían proyectos particulares de los alumnos y, si se tercia, tratan de ponerlos en circulación.

“Nosotros somos un poco aguafiestas con el tema de la publicación”, dice Chema Álvarez, codirector de Talleres Fuentetaja, “preferimos que la obra madure. Hoy día publicar está al alcance de la mano, te puedes autopublicar, tener un blog o escribir una revista digital. La mítica del escritor se ha caído un poco y ahora es buena la paciencia”. Llevan alrededor de 30 años en la brecha, comenzaron por correspondencia (lo que ahora serían sus cursos online) y, de manera presencial, en un sótano de la librería Fuentetaja, con la que solo comparten el nombre. “Empezamos más implicados en la pedagogía de la escritura que en la carrera profesional del escritor”, continúa, “más preocupados por popularizar la escritura y cubrir las carencias que tiene la educación en este aspecto”.

Una vieja máquina de escribir en la Escuela de Escritores. / SAMUEL SÁNCHEZ

Aunque en España el fenómeno es más reciente, en otros países la cosa empieza más atrás. “En países como Argentina eran comunes los talleres en torno a escritores reconocidos, que retransmitían sus secretos a sus pupilos”, dice Álvarez. En cambio, en el mundo anglosajón los talleres están a la orden del día: “uno de los pioneros es John Gardner, en la Universidad de Iowa, cuyo libro El arte de la ficción es como el Catón de la escritura creativa”. Además de impartir cursos, en Fuentetaja tienen una sección editorial que publica este y otros libros relacionados con el aprendizaje de la escritura. “Allí la escritura creativa está integrada en los estudios universitarios de Literatura, lo que sería la filología de aquí”, continúa, “a España ha llegado de la mano de empresas privadas como las nuestras. Aunque parece que últimamente las universidades españolas, tanto públicas como privadas, empiezan a interesarse por esto”.

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Vía | http://ccaa.elpais.com/

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