Escritores que ya no quieren escribir más

17.1.14

imero fue Gabriel García Márquez, a mediados del 2012. Aunque sería más exacto decir que fue su hermano, Jaime, el que dio la noticia: el colombiano ya no escribiría más, debido al imparable avance de una demencia senil. A fines del mismo año se le sumó Philip Roth, que en declaraciones a una revista francesa anunció que Némesis iba a ser su último libro. "No quiero leer ni escribir más. He dedicado mi vida a la novela: estudié, enseñé, escribí y leí. Con la exclusión de casi todo lo demás. ¡Es suficiente!". A mediados del 2013 la canadiense Alice Munro decía más o menos lo mismo: "Probablemente no vuelva a escribir" (y pocos meses después le dieron el Premio Nobel de Literatura). Ahora fue un tercer Nobel, y otro autor que pasó los ochenta años, Günter Grass, el que decidió, en una entrevista periodística, abandonar la escritura. "Tengo 86 años. Mi salud no me permite tomar proyectos que tardaría en realizar cinco o seis años, el tiempo necesario para investigar y escribir una novela".


Hay escritores que no pueden dejar de escribir: a algunos se los llama grafómanos, a otros prolíficos, a otros narradores profesionales. También escritores que lo único que no pueden hacer (o no les interesa hacer), al parecer, es escribir. Otros que escriben bajo presión, o a demanda. Pero ahora debemos lidiar con una nueva categoría: la de los escritores que renuncian públicamente a escribir. Uno terminó por acostumbrarse a los retiros de los futbolistas, de los boxeadores, de los tenistas (los músicos, se sabe, no se retiran: siempre están volviendo): atletas de alto rendimiento, genios del despliegue técnico, estrellas mundiales, el retiro es la ocasión para despedirse de sus seguidores, amasar algunos miles de pesos extra, comenzar una nueva vida. Pero si el acto de escribir suele ser algo íntimo, que se realiza por lo común en silencio y soledad: ¿a quién podría interesarle la renuncia pública de un escritor?

La semana pasada el crítico Matías Serra Bradford publicó un artículo que se ocupaba de los escritores que en algún momento de su vida se hartaron de todo y buscaron abstraerse del mundo, salir de escena. Desde los típicos casos de reclusión de J.D. Salinger y Thomas Pynchon, a las misteriosas desapariciones y exilios autoimpuestos de Ambrose Bierce o Arthur Rimbaud. Ninguno de ellos se preocupó por anunciarlo en los diarios. "La desaparición de un escritor tiene una taxonomía colorida: se esconde, se suicida, pierde la vida en un testimonio o un enfrentamiento, se interna en un bosque, se desconoce su paradero, abandona las letras, se abandona. En casi todos los casos legendarios se trata de ausencias desprovistas de estrategia, de pose. La desaparición tiene modos y modales". Algo parecido escribía un tiempo atrás otro crítico, Ignacio Echevarría, ante las confesiones de Munro y Roth: "El mismo acto de hacer pública la declaración de esa renuncia entraña una interiorización de la figura pública del escritor, con toda su vanidad y toda su servidumbre. Y esa sí es una fatalidad de la que parece improbable zafarse, menos aún cuando se ha alcanzado tal visibilidad".

Es sabido que cuando a Jorge Luis Borges le preguntaron cuándo escribía él respondió "todo el tiempo". Quería decir que aún cuando no escribiera físicamente, estaba escribiendo en su cabeza. Cuando mis amigos escritores están pasando por una fase poco productiva, en la que los cuentos y las novelas no salen o no aparecen, me dicen que no están escribiendo; pero lo hacen con pudor, con malestar, hasta con cierta vergüenza. ¿Por qué será que alguien para quien el acto de la escritura es constitutivo se sacaría de encima esa tarea como si fuera un peso, una carga, algo a lo que se lo obliga? Decir que ya no se escribirá más es lo contrario a desaparecer: suena detrás de esas palabras un eco de desesperación por ser leído, reclamado, tenido en cuenta. Quizá haya otras razones, no confesadas: coqueterías, maniobras publicitarias, secretas renegociaciones de una obra por parte de un agente. O la necesidad de conjurar, contra lo que se asegura, ese destino aparentemente elegido. A Néstor Sánchez, uno de los escritores más singulares y eludidos de la literatura argentina (autor de Nosotros dos , Siberia Blues y La condición efímera ) le preguntaron una vez por qué ya no escribía. "Ya escribí", dijo, sencillamente. Esa es la forma en que debiera renunciar un escritor. En tiempo pasado, en voz baja, sin que le importe demasiado a nadie, y mucho menos a él mismo..

¿Qué te pareció este artículo? Coméntanos en FACEBOOK

Vía | lanacion.com.ar

No hay comentarios:

Publicar un comentario