La cruz de Adán - Cuento de Juan César Flores Granda

20.6.14

Nada más crear Dios al primer hombre, le dijo:
—Te daré una cruz invisible para que la lleves contigo a donde quiera que vayas. No podrás dejarla, por más que trates, aunque te eches a dormir. Siempre irá contigo. Será como tu sombra.
—¿Una cruz? –contestó Adán, no muy convencido de ser aquella una buena idea.
—En efecto, una cruz. Invisible —dijo Dios.
—¿Y de qué me servirá?
—Para recordarte que eres humano y que como tal debes luchar día a día. La vida es una lucha constante, ya lo verás, y la cruz te ayudará a recordarlo.
Dicho esto, desapareció el creador por entre la floresta.
Algo más tarde, recostado sobre el césped, el primer hombre pensó en lo dicho por Dios. Mas no le encontraba sentido a sus palabras. Por tanto no tardó en olvidar el asunto.

***
Un día le venció a Adán un sueño pesado y se quedó dormido. Al despertar vio a su lado a una mujer. Era Eva. Dios se había apiadado de su soledad y le había obsequiado una compañera.
—Compartirá contigo tus días —le dijo Dios.
Adán se quedó contemplando a la mujer y le pareció que era bonita. La atrajo hacia sí para darle un beso en la frente.
—Gracias, padre —dijo Adán.
—Pero has de saber —dijo Dios— que a ella también le entrego una cruz, como la que te entregué a ti.
—¿También invisible?
—La verás algún día —dijo Dios, y se esfumó en el aire.

***
Transcurrieron los años. Adán y Eva tuvieron muchos hijos. Los mayores eran Caín y Abel. Un día Adán quiso enviar a Caín a recoger el rebaño.
—No podré hacerlo —dijo Caín.
—¿Por qué no?
—No sé cómo se hace.
—Te lo explique ayer, cuando te acompañé. Nunca aprendes. Siempre estás…
—No lo regañes, esposo —intervino Eva, que llevaba un nuevo bebé sobre la espalda—. Es sólo un muchacho. Iré yo por él.
Y tuvo Eva que dejar de cocinar para hacer el trabajo que correspondía a Caín. Cuando ya salía de la casa, Abel, el segundo hijo, la alcanzó y se ofreció a acompañarla; mientras tanto, Caín descansaba sobre un jergón a pierna suelta. Al verlo en aquel estado, Adán supo que tarde o temprano le ocurriría algo malo a su hijo mayor, mas se guardó de llamarle la atención.

***
En otra ocasión había llovido tanto que el agua se filtraba por un agujero del techo de la choza. Eva estaba preparando la cena. Adán yacía enfermo de tos; a pesar de ello, intentó pararse para cubrir aquel orificio, pero tropezó y se golpeó la frente. Todavía aturdido, le dijo a Caín.
—Hijo, ve y cubre el orificio. Mira cómo nos moja la lluvia.
—No sé cómo hacerlo. Nunca antes ha habido una lluvia semejante —contestó Caín—. Que lo haga mi hermano Abel.
—Acaba de salir para encargarse del ganado —dijo su padre.
En efecto, en ese momento entró Abel, que traía el cabello empapado, y se sentó para calentarse las manos en el fuego.
—Pero yo no sé hacerlo —insistió Caín.
La frente de Adán se arrugó de rabia. Estuvo a punto de estallar a gritos, pero Eva se puso de pie diciendo:
—No te preocupes, esposo. Lo haré yo. Deja al muchacho en paz.
Dicho esto dejó a su bebé en brazos de Abel.
Molesto aún, Adán se volvió hacia la pared para no ver a su hijo Caín que en ese momento jugaba con su perro favorito.

***
Cuando volvió Eva de cubrir el agujero, le pareció a Adán que a su mujer se le había arrugado el rostro.
—¿Qué te ha ocurrido? —le dijo.
—Nada. No me ha ocurrido nada.
Al día siguiente fue peor. Eva no sólo se había vuelto vieja, sino que tosía todo el tiempo, hasta que un día cayó por fin enferma. Adán se puso triste. Desesperado, se dirigió a una gruta y rezó allí por la enfermedad de su esposa. No tardó Dios en aparecer.
—Te lo dije, Adán. Se trata de la cruz, la que te entregué a ti, a tu mujer y a tus hijos. Ese hijo tuyo, Caín no tiene la suya.
—¿Por qué no la tiene?
—Si te lo digo, cuando llegues a casa, encontrarás muerta a tu mujer. Para evitarlo, debes encontrar tú mismo la respuesta a tu pregunta.
Iba a formularle a Dios nuevas interrogantes, pero éste desapareció. En el lugar en que había estado quedó un higo maduro que Adán comió. Cuando volvía a su casa vio de lejos a sus dos hijos. Abel llevaba sobre sí una cruz grande y hermosa, mientras Caín no llevaba ninguna. Luego, entró a su casa donde encontró a Eva pelando el trigo. Su aspecto era ahora como el de una bruja, horrible y arrugada, sobre la espalda habían dos cruces. Adán no entendía lo que estaba ocurriendo. Sin hablarle a su mujer, viéndola desde un ángulo de la casa, se puso a reflexionar. 
Entonces lo comprendió. Eva se había hecho vieja y enferma por llevar una cruz ajena. 
—Eva —le dijo—. Si continúas cargando la cruz de Caín, morirás sin remedio.
Y le fue explicando todo. Hasta que Eva lo vio todo claro. Entonces ella fue y le devolvió a Caín su cruz. En ese momento Eva recobró su belleza y su fuerza. 

***
Mas ocurrió que Caín se cansó de cargar la suya. Para librarse de su responsabilidad huyó del hogar y en su recorrido por el mundo iba engañando a los hombres diciéndoles que obtendrían muchos beneficios si le ayudaban a cargar su cruz. Aquel que lo hacía no tardaba en morir.



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