“Escribir es un impulso, son necesarias ciertas dosis de masoquismo”

2.7.14

De alma nómada, aunque agarrado a la tierra “porque los viajes pueden ser interiores”, Jokin Muñoz (Castejón, Nafarroa, 1963), nacido entre las vías del tren y el Ebro, padre, profesor y escritor, “en este orden”, diserta sobre literatura, una pasión, “un impulso”, que le ha coronado con el laurel de la crítica. Su novela Letargo, -Bizia Lo, en el original en euskera-, galardonada con el Premio Euskadi es el placer literario en un relato de cinco narraciones que entrega mañana DEIA por 5,95 euros con el ejemplar del periódico.


Letargo. ¿Explíquese?

-La palabra Letargo no es una traducción directa del título original que es Bizia lo, Duerme la vida. Es un título de un poema de Xabier Lizardi que habla del invierno. Podíamos haberlo traducido como Duerme la vida, pero optamos por Letargo porque expresa mejor la idea de que los sentidos están embotados, abotargados, cuando la sociedad está como dormida, sin reaccionar, ensimismada. Ese título podía definir bastante bien lo que recoge el libro en las narraciones.

¿Es la literatura un buen despertador?

-No, no, no... Pobrecita la literatura, especialmente hoy día. La literatura no tiene la fuerza que tenía en otra época. La de hoy es la sociedad de la imagen. Flaubert, Baudeleire y otros escritores fueron procesados por lo que escribían. Ahora la literatura tiene mucha menos fuerza y capacidad de influencia en la sociedad.

¿Por qué escribe en euskera?

-En mi escolarización ha sido la lengua de transmisión cultural. Estudié Filología Vasca y Magisterio en euskera. Me parecía que el euskera tenía muchísima potencialidad para contar determinadas cosas, sobre todo si te centras en contar cosas de aquí. Con eso no estoy diciendo que se deba de escribir en una lengua determinada cuando la ficción ocurre en una zonas determinadas. También abogo por escribir en euskera sobre los canguros de Australia, por ejemplo. Estoy unido con el mundo euskaldun y de Euskal Herria a través de la lengua. Es una lengua que amo, que me gusta, pero no renuncio a escribir en castellano. No tengo una actitud militante con la lengua sino una relación de afecto, de cariño y, sobre todo, de gusto.

¿Qué se pierde y qué se gana con las temidas traducciones?

-Se ganan lectores, sobre todo. Porque en castellano se llega a más lectores. De todas maneras ahora mismo tengo una posición un poco pesimista sobre la literatura. No sé hasta qué punto se llega y hasta qué punto se lee. En cuanto al puente entre euskera y castellano se trata de dos lenguas completamente diferentes. Por ejemplo, una traducción del francés al castellano, entre dos lenguas románicas, siempre es más fácil. En euskera se tiende a hacer versiones. En cuanto a las traducciones de mis libros creo que se ha reflejado bastante bien el relato original.

¿Qué le inspira?

-Si haces una repaso de mi obra literaria se centra, sobre todo, en lo más cercano. Me gusta escribir sobre lo que conozco. Desde cosas que hayan podido tocar a mi familia, alguna de ellas relacionada con la Guerra Civil, o cuestiones más actuales relacionadas con el conflicto vasco. Me costaría mucho escribir sobre algo extraño, lejano o que desconociera. Lo mío es más un terreno cercano y conocido.

Nació junto a las vías del tren y al lado del río. Dos escenarios evocadores para cualquier escritor.

-A mí el concepto de viaje, de desplazamiento, de cambio, de falta de raíces, me atrae. Tengo familia en Argentina, en Aragón, en Zamora, en Gipuzkoa, en Nafarroa... Provengo de muchos sitios diferentes. El tren y el río, el Ebro, me han sugerido cambio y movimiento. Son un elemento presente en mi literatura; la necesidad de huida, de desapego. Es lo que me sugiere y a lo que me he agarrado para mi labor creativa.

El viaje interior o exterior es una constante en su obra. ¿Es la suya un alma nómada?

-Sí. Se puede tener alma nómada sin desplazarse en el espacio. Una capacidad de revisarse continuamente y no estancarse en determinadas posiciones de la vida y de la política, sobre todo. Creo en la evolución constante, en el movimiento constante.

Profesor, padre de familia numerosa... ¿De dónde saca tiempo para entregarse a la escritura?

-Siempre pienso que para escribir son necesarias ciertas dosis de masoquismo porque la mayoría de escritores somos amateurs. Ahora en concreto estoy en un periodo de letargo... je, je. En este momento no me considero escritor. Lo consideraré de nuevo cuando vuelva a escribir. Escribir es un impulso. No lo concibo sin unas dosis de pasión y de entrega total. Las historias te llevan, te absorben y al final acabas encontrando tiempo de donde sea. Incluso acabas en la consulta médica de tanta entrega. El médico me dijo: ‘Chaval para porque no puede ser. Tienes que dormir, tienes que comer...’ La creación de Letargo y la novela posterior, El camino de la Oca, fueron unos periodos de total ensimismamiento, absorción y pasión. Me gustaría entender la literatura de otra manera, pero no puedo. Es una entrega total.

Sostiene que es necesario arriesgar en literatura. ¿Por qué?

-No entiendo una literatura sin ruptura generacional. A mí me parece que los escritores debemos aportar algo nuevo a partir de los anteriores. Muchas veces he echado en falta en la literatura vasca un conflicto intergeneracional. Afortunadamente nos llevamos muy bien entre todos los escritores. Somos como una familia. Pero sí he echado en falta asumir riesgos para crear algo nuevo, no solamente por hacer algo novedoso sino también por algo que inquiete o incomode a la generación anterior.

Libros y verano. ¿Casan bien?

-He llegado a la conclusión de que la literatura es cuestión de gusto. Soy profesor e igual entro en una contradicción, pero a mí no me gusta obligar a leer a mis alumnos y en verano especialmente. El verano es para disfrutar del exterior, de la luz, del aire, de la naturaleza, de los amigos. Tengo una concepción de la vida bastante hedonista. El verano es una fiesta para los sentidos. La lectura es una elección. Yo sí me llevaría libros a una isla desierta como me los llevo a la piscina, pero entiendo a la gente que no lo hace.

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Vía | deia.com/

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