Lujuria

29.6.09


Habíamos bebido ron desde las tres y, cuando se acabó, a eso de las seis, salimos a buscar más. Compramos una botella, de esas gorditas y chatas, y volvíamos para continuar. Fue entonces que Bruno se acordó de ella y dijo:

—Oye, ¿y... si visitamos a Flora?

Accedí y nos dirigimos al cuartito de la chica.

Nos recibió sorprendida, sonriente. Acercó unas sillas y, viendo la botella, dijo:

—¡Estos! ¡Cuándo no!

Le pedimos que pusiera música, que nos acompañara y que aceptara un trago.

Luego hablamos, reímos, recordamos anécdotas graciosas.

Nos fuimos emborrachando más y a ella empezó a cambiarle la voz.

Estábamos en media botella cuando llegó Amelia. Nos saludó feliz, aceptó un vaso, pero no se sentó porque dijo que debía conversar con un hijo suyo por Internet. Me acordé que yo también debía comunicarme con mis padres, como todos los sábados. Decidí pues acompañarla. En la habitación se quedaron Bruno y Flora.

Amelia habló con su hija y yo con mi madre. Creo que tardamos una hora o algo así. Al cabo regresamos a la habitación de Flora. Ella y Bruno estaban mucho más ebrios. Balbuceaban y se miraban de una forma rara. Al vernos entrar, Flora se dirigió a mí y dijo:

—Mauricio, ¿por qué te fuiste? No vuelvas a dejarme sola. No sabes lo que ha pasado.

Decía esto, mas no se le vía enojada; reía más bien.

—Pero —respondí—, ¿qué ha pasado?

No dio respuesta, sólo sonrió y Bruno también sonreía.

No recuerdo cómo fue que Bruno y yo abandonamos la habitación, pero recuerdo, eso sí, que aparecimos en la alameda, sentados en una banca, con otra botella en la mano y hablábamos fuerte. La gente nos miraba sorprendida. Ya he dicho que era sábado, noche en que mucha gente circulaba de arriba para abajo. Hacía un calor sofocante. De repente, Bruno paró de reír y dijo:

—No imaginas lo que ha ocurrido.

—Habla.

—La he chapado. Me la he chapado.

Lo decía como si hubiera ganado un premio valioso.

—¡Qué!

—Pucha. ¡Qué ricos senos! La he besado. Toda.

No podía creer. A eso se había referido ella.

—Y ¿qué más? Cuenta.

Confesó que la había besado en la boca, en el cuello, en los senos, que un poco más y ya casi le hacía el amor. En el último instante ella lo había detenido, recordándole su compromiso con Raquel, no podía traicionarla porque, además, era su amiga. Pero él había insistido:

—No importa, hagámoslo, hagámoslo.

—No, suéltame.

— Niega, niega que te gusto. Niégalo.

—Me gustas —había dicho ella, tras unos segundos de vacilación—. Sí. La verdad es que me gustas. Me gusta tu cabello ensortijado, tus ojos claros, tus labios rojos. Pero no puedo tener nada contigo.

Entonces se separaron. Fingieron indiferencia. Hablaron de otros temas, aunque intentaban sonreír, como si nada hubiera ocurrido. Bebía él ya sin ánimo y ella aceptaba el vaso y bebía poco.

—En el fondo —dijo Bruno—, muy en el fondo, a Flora le habría encantado quedarse conmigo, pero sabía que Amelia y tú iban a volver. Por eso no quiso darme su cuerpo.

Se nos había pasado el trago. Sentí la mente más despejada. La gente iba y venía. La temperatura aumentaba. Las cantinas se llenaron de gente y las discotecas abrieron sus puertas. En las miradas de hombres y mujeres había un brillo de lujuria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario