Rufino Cauna Chanco

20.6.09

Al ingresar al aula del tercer año todos los alumnos se pusieron de pie. Todos menos uno. Vi que era muy pequeño, demasiado pequeño para ese grado. Era casi un enano. Tuve que llamar su atención a fin de que lo hiciera. Le dije:

—¡Oiga, jovencito! ¡Póngase de pie! !Sabe perfectamente cuáles son las reglas!

Se incorporó de un salto y pronto tenía las manitas de bebé pegadas a las piernas, en posición de atención.

—Jóvenes —saludé—, buenas tardes.

Y a una voz respondieron:

—¡Buenas tardes!

—Tomen asiento.

—¡Gracias!

Me presenté como el nuevo profesor de lenguaje. Di mi nombre. Hablé de mi experiencia previa, de la disciplina, de los valores. Luego pedí que cada uno de ellos se presentara.

—Escuchen —expliqué—. Cuando lo hagan, pónganse de pie y denme estos datos: nombre, edad y la profesión que esperan alcanzar cuando sean grandes. Repito: nombre edad y la profesión que ejercerán de adultos. ¿Me oyeron?

Dijeron a coro que sí. Entonces empezó el primero:

—Lucio Mamani Velasquez, tengo 14 años y de grande quiero ser doctor.

—Muy bien. El siguiente.

—Mi nombre es Juan Anchapuri Nina, tengo 14 años y voy a ser abogado.

—Excelente. El que sigue.

—Yo me llamo...

—¿Cómo? —amonesté— ¡Eleve la voz jovencito!

—... me llamo Donato Vega Tacora, tengo 15 y me gustaría ser ingeniero civil.

Los fui escuchando, uno a uno. Asentía cuando alguno me sorprendía con la profesión elegida. Por ejemplo, uno dijo que deseaba ser mecatrónico; otro, que deseaba trabajar en la NASA y otro que algún día sería mi colega.

Cuando le tocó el turno al enano, se puso de pie y con vocecita de pito, dijo:

—Me llamo Rufino Cauna Chanco, tengo...

—¡Cinco años! —interrumpió otro alumno a quien nadie había pedido su intervención. Entonces, la clase estalló en un ataque de risa. Yo mismo no pude contenerme y me volví hacia la pizarra tratando de disimular. Luego me contuve y llamé seriamente la atención del alumno interruptor. Cauna continuó:

—Soy Rufino Cauna Chanco y tengo 15 años. Aún no sé que voy a ser.

Cuando terminaron de presentarse, inicié la clase. Al finalizar ésta, durante el recreo, llamé al muchacho a mi pupitré. Era muy tímido. No podía sostener mi mirada. Intenté en vano conseguir que se relajara. Me confesó que su padre vendía automóviles en la ciudadela CETICOS y que aunque ganaba mucha plata, nunca le daba lo que necesitaba. Le pegaba mucho.

Al mes de haber iniciado mis labores, recibí una notificación de la DRE. Me vi obligado a abandonar el colegio.

Pocos años después, estaba yo sentado en una de las bancos de la avenida Bolognesi, frente a la pollería El Pechugón. Había adquirido un diario en el kiosco de doña Panchita. Entonces, leí —con mucho pesar— el obituario. No podía creerlo: el enanito había muerto. Acudí pues a la misa de difunto donde conocí a la madrastra —el padre estaba en viaje de negocios—. Me dijo que el chico había fallecido de tuberculosis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario