Un día de San Juan

26.6.09

Había ruido de música en el ambiente cuando desperté a eso de las ocho. Supe pronto de dónde provenía: el profesor Josué ensayaba con sus alumnos.

Me levanté, cepillé mis dientes y salí rumbo a la pileta. Lavé mi cabeza, el rostro, el cuello y las axilas. Mientras lo hacía, observé que los alumnos habían terminado de practicar y se marchaban.

Cuando volví al cuarto, el profesor se miraba al espejo y arrancaba vellos de su mentón con una pinza oxidada. Nos saludamos. Dejó de acicalarse y desprendió un plátano, lo peló y se lo llevó a la boca. Luego de comer se echó en la cama, me anunció que dormiría, y pronto lo sentí roncar.

Decidí lavar mis polos, toalla y medias, lo cual hice en media hora. Luego volví a la habitación. Leí una vez más a Ruiz Zafón y me animé a escribir un cuento. Para hacerlo me inspiré en un amigo que trabajaba en la UGEL. En el relato, él se enamora de la secretaria. Un día le lleva un plato de ceviche. Cuando regresa para recoger el plato que cree ya vacío ve indignado que ella ha convidado el ceviche a su novio, que trabaja en la misma dependencia.

Luego quise seguir escribiendo. Recordé algo que me ocurrió cuando era muy joven. Es algo que les pasa a muchos: el chico regresa a su casa a altas horas de la noche y como no tiene llave para entrar, decide hacerlo por el muro. Al llegar a su habitación la madre lo golpea. Y recuerdo ahora que fueron muchas las veces que hice eso y muchos los golpes que recibí.

Cogí luego los manuscritos y me dirigí a la sala de cómputo. Encendí una vieja Pentium III, que tardaba horrores en arrancar. Escribí.

Ya terminaba de hacerlo cuado llamó a la puerta el profe Josué. Miré el reloj y supe que el tiempo había volado: eran las doce y media. Le abrí y, sonrisa en rostro, me ofreció un juane que le habían obsequiado las alumnas de enfrente, a las que llamo "Las Marías".

Comimos. Estaba bastante bien: arroz amarillo, un trozo de gallina (Deben haber muerto más de un millón en toda la selva) y medio huevo duro. Recordé que Sergio había dicho una vez que el arroz con pato era mil veces superior al juane y aunque, ese que comí, no estaba mal, estuve de acuerdo con él. El arroz con pato es mucho mejor, sobre todo cuando se le agrega cervecita negra, como lo hacía mi madre.

Debo decir de otra lado, que el pueblo estaba desierto durante todo el día, pues como era 24 de junio, día de San Juan, todos se habían marchado a la playa que llaman La Chancadora, que está cerca de Pumahuasi. Además el cielo estaba nublado y de cuando en cuando caía una fina garúa.

Más tarde, desde la una y hasta las tres, el profe y yo nos dedicamos a jugar en las viejas computadoras o, en mi caso, a elaborar en excel mis registros de evaluación y asistencia.

Luego nos dirigimos al cuarto y decidimos no acudir a la playa porque, primero, no teníamos ganas, y segundo, porque era ya muy tarde.

Pasamos el resto de la tarde oyendo música y jugando al golpeado. A las seis salimos a buscar cena y la encontramos en el restaurante (si a cuatro palos y una mesa destartalada se puede llamar restaurante) de doña Ruma, que nos sirvió un guiso compuesto de pollo, yuca y arroz. Como de costumbre, las tazas en las que nos sirvió el té estaban mugrientas y una vez más temí enfermarme, pero nada pasó.

Retornábamos a la habitación por las pista cuando vimos que las familias volvían de La Chancadora. Bajaban de los bajaj y motocar y luego se disponían a beber cerveza en las puertas de sus casas y también en las de las bodegas. ¡Cómo bebían!

Al verlos así, tan despreocupados, tan irresponsablemente ebrios, derrochando el dinero de la coca, me convencí, una vez más que aquellas personas no tenían solución, pues se pasaban la vida bebiendo y no se preocupaban, o se preocupaban casi nada, de la educación de sus hijos, quienes ostentaban un bajísimo rendimiento académico. Y de su vocabulario, de su lenjuage, ni se hable.

El día de San Juan transcurrió para mi sin mayores celebraciones. Al acostarme pensé en mi esposa, en mis hijas. Las imaginé realizando sus tareas rutinarias: el trabajo o el estudio. Entonces, como cada vez que pensaba en ellas, como cada vez que las recordaba, un sentimiento dulce y triste oprimía mi pecho.

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