Ganar o perder

24.8.09

Imagina a un grupo de amigos y amigas en una habitación, sentados en viejos colchones. Conversan, gastan bromas, ríen. Están bebiendo cerveza. La botella y el vaso pasan de mano en mano. La música suena.

Entre ellos están Marisol y Luis. Se conocieron ayer y ahora son ya pareja, aunque no con las de la ley, pues él es casado, tiene esposa, y Marisol también tiene marido.

Pero ahora están allí sentados, con las piernas cruzadas, formando círculo. Alguien sugiere jugar a la botella borracha y todos, felices, asienten en señal de conformidad. El nombre del juego los excita.

El juego comienza, la botella gira en el centro. El castigo consiste en un chape. El castigado debe cumplir la orden. La cumple. Chapa a una chica. Todos aplauden, aúllan. La botella vuelve a girar: nuevo chape, nuevas carcajadas. Los ojos brillan al igual que el borde húmedo del vaso. Otro sugiere que el castigo debe consistir en un chape con lengua. Reciben la sugerencia con una salva de vivas y aplausos. La botella gira una vez más. El clímax aumenta, las lenguas se acarician. Crece el bullicio, las risotadas.

Están felices, excepto alguien.

Luis no comprende porqué nadie le ha impuesto el castigo de besar a Marisol. Es mala suerte, piensa. Está celoso, muy celoso. Otros ya han besado a su chica. Él la mira con reproche, con cierto odio. No debió permitir que la besen. Le gustaría agarrarla a bofetadas allí mismo. Es una puta, piensa. De pronto se percata de que los muchachos miran a Marisol con deseo, con hambre. Sabe que es la chica más bonita de la reunión. Dios, qué bonita está, y ya todos la han besado, han introducido la lengua en su boca, menos él, menos él. ¿Por qué? ¿Por qué?

Entonces una idea súbita, cual latigazo, cae en su mente. Ve la radio encendida, su radio. Se pone de pie bruscamente, tambaleante.

Los amigos lo miran con ojos confundidos.

—¡Me largo! —grita, mientras da un salto hacia la radio, que desconecta y coge del asa con tosquedad.

Luego se vuelve hacia la chica, la levanta del hombro violentamente.

—¡Vámonos!

—Luis, ¿qué pasa? Por favor —dice uno.

—Si deseas irte —dice una chica— vete, pero no te lleves la radio.

—¡Me la llevo porque es mía, carajo! —responde Luis.

Los amigos se quedan de una pieza. No comprenden la extraña reacción de su amigo. Lo ven salir.

Mientras Luis arrastra su radio y su chica, piensa: “Ningún hijo de su madre va a besar a mi chica ni va a divertirse con mi radio”.

Punto.

Ahora, imagina la escena, toda la escena anterior, hasta la parte en que Luis piensa: “Es mala suerte”. Imagina, repito, toda la historia hasta esa frase. Veamos: el grupo de amigos está sentado en el colchón formando un corro, beben cerveza. Alguien sugiere jugar a la botella borracha, juegan. Llegan los besos y los besos con lengua. Se besan. Pero a Luis no le ha tocado besar a Marisol. Es el momento cuando piensa: “Es mala suerte”.

Luego de este pensamiento Luis se dice: “Nunca tuve suerte con las chicas”. Intenta sonreír, disimula su desconcierto. El último muchacho en besar a Marisol se ha demorado más de la cuenta y a Luis le ha parecido que ella lo disfrutaba. Es una puta, piensa Luis. No comprende porqué la suerte no lo complace. Arde en deseos de besar a su chica. Está riquísima, piensa. La ve sonreír al muchacho que demoró besándola.

Entonces una idea súbita, cual una pedrada, cae en su mente. Ve la radio. Es mi radio, piensa. Ve a la chica, feliz, junto al muchacho.

Armado de valor, se pone de pie, empuña las manos y tambaleándose dice:

—Amigos…, amigos, por favor. Tengo un terrible dolor de cabeza. Perdónenme. Me retiro. Les dejo la radio para que continúen divirtiéndose. Marisol, quédate si quieres.

Ella se queda. Luis sale de la habitación, sin chica y sin radio, las manos en los bolsillos, muerto de celos. Piensa: “Nunca he tenido suerte con las chicas”.

Llega a su casa y se acuesta.

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