La felicidad no llega a los que la esperan

27.2.12

Mi padre se llamaba Paulino, y siempre me dijeron que me parecía mucho a él. Me dejó cuanto tenía yo cuatro años. Apenas lo recuerdo. Durante años viví creyendo que, con su muerte, había sido el causante de mis carencias materiales. Llegué a reprocharle el haberse ido. "¿Por qué me dejaste?", solía decirle. Estaba seguro de que mi suerte habría sido distinta de seguir él con vida. 

Tuvieron que transcurrir muchos años antes de percatarme de que esto era una gran tontería. Hoy comprendo que nada, ni siquiera la muerte de nuestros seres queridos, puede determinar nuestro futuro. Hay que tomar la responsabilidad de nuestro destino. Hay que tomar el control de nuestra mente. Hay que buscar el aliento, la sonrisa, la fuerza. Hay que buscar la felicidad. Hoy sé que ella no llega sola o porque la pidas con toda la fe del mundo. Aprende a hacerte feliz a ti mismo.

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