¿Por qué escribo lo que escribo?

28.8.13

Pirulina se casó con Meñico Maldotado.
Lo vio por primera vez al natural en la noche de bodas y le propuso: “¿Te parece si mejor vemos la tele?”.
***
En un lote baldío una cabra encontró un rollo de película, y empezó a comérselo.
Llegó otra cabra y le preguntó: “¿Qué estás comiendo?”.
“Una película -respondió la primera-.Pero me gustó más el libro”.
***
En el bar la curvilínea rubia le preguntó al añoso caballero que se sentó a su lado: “¿Cuánto se lla... perdón: ¿cómo se llama?”.
***
Uglicio era más feo que un coche por abajo.
Además era tonto, y pobre de solemnidad.
Le propuso matrimonio a una mujer que ya no estaba precisamente en sus mejores años.
A pesar de eso ella lo rechazó.
“¿Por qué? -le preguntó Uglicio, desolado-. ¿Hay alguien más?”.
“¡Tiene que haberlo! -exclamó la mujer con desesperación-.¡Tiene que haberlo!”.

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Yo soy conferenciante de la legua.
A mi edad debería estar sentado en una mecedora, viendo pasar la vida y esperando la otra.
Pero Diosito bueno me ha dado salud buena, y entusiasmo, y permanente asombro, y hambre y sed insaciables de vivir.
Gratias ago tibi, Domine.
Voy entonces por todos los caminos, jubiloso juglar; de arriba para abajo en el avión; de aquí para allá en el automóvil.
Me sé cien hoteles de memoria.
Ningún buen restaurante, o buena fonda, o buen figón caminero, o mercado que ofrece buen yantar me son ajenos.
Gano la vida hablando y escribiendo.
Fortuna grande es ésa.
No siempre he sostenido mi palabra, pero la palabra me ha sostenido siempre a mí.
Por eso nunca he tenido que trabajar.
Soy excepción gozosa al bíblico principio según el cual el hombre debe ganar el pan con el sudor de su frente.
Yo ni sudo ni me acongojo.
Logré escapar de la venganza de Yahvé, y me las he arreglado para vivir del cuento.
No somos muchos los que podemos vivir para contarlo.
Mañana martes, por ejemplo, a las 9 de la mañana, daré una conferencia en el Teatro Universitario, Unidad Mederos, de la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Estaré eternamente agradecido con esa prestigiada institución que me otorgó su máxima distinción académica: el grado de Doctor Honoris Causa.
La noble casa de estudios cumple 80 años de existencia, y su rector, el doctor Jesús Áncer Rodríguez, nos pidió a cada uno de los doctorados dar una conferencia magistral -en mi caso conferencia a secas- sobre un tema de nuestro especialidad.
Como no tengo ninguna hablaré acerca de lo único que conozco, y no muy bien: yo mismo.
Diré “Por qué escribo lo que escribo” -tal nombre lleva la disertación-, y narraré venturas y aventuras de mi vida.
(Desventuras he tenido pocas, y no hablo de ellas por una sencilla razón: las he olvidado).
Diré cómo llegué a este hermoso oficio de escribidor y decidor; te daré las gracias por ser uno de mis cuatro lectores, y por escucharme.
Contaré las primeras cosas que escribí -mea culpa- y las últimas que se me han ocurrido, entre ellas esa nueva sección nombrada “Plaza de almas”, que a poco tiempo de su aparición, apenas unas cuantas semanas, me ha hecho recibir cientos de mensajes conmovedores.
Y a todo esto: ¿qué fue hoy de esa sección? En muchos de estos correos venía la misma sugerencia: ¿por qué la publico el lunes, que para muchos es día de morriña en que el ánimo no está dispuesto a reflexiones? Decidí entonces que la Plaza de almas se traslade al martes.

Te espero entonces, si eres lector mío regiomontano, mañana martes a las 9 a.m.
en la Unidad Mederos de la UANL, y aquí y los próximos en la Plaza de Almas, si eres mi lector en cualquier parte del país y de los otros donde aparece esta columnejilla.

***
Un misionero inglés y una joven hermana de su iglesia fueron a llevar la palabra del Señor a las tribus de beduinos del desierto.
Extraviaron la ruta.
Después de largos días de camino el camello en que iban cayó muerto de sed, hambre y cansancio, si bien no necesariamente en ese orden.
El misionero pensó que de seguro no tardarían en seguir la misma suerte del artiodáctilo -porque el camello es un artiodáctilo-, y decidió pasar sus últimas horas holgándose con su feligresa.
La ingenua joven no sabía nada acerca de las realidades de la naturaleza, de modo que el reverendo expuso una de las partes más reales de su cuerpo y le dijo: “Hermana: de aquí sale la vida”.
“¡Praise the Lord, reverendo! -exclamó entusiasmada la piadosa chica-.¡Póngasela al camello!”.

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Vía | elmanana.com/

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