Vargas Llosa: la literatura como vocación,
disciplina y terquedad
Aquí extrajimos algunos fragmentos en los que
el gran autor peruano define lo que la lectura, la escritura y la literatura
significan para él.
Sobre la lectura:
Aprendí
a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de
la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado
en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia,
traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo
las barreras del tiempo y del espacio (...).
Sobre la escritura:
Gracias
a ellos [los escritores que lo influenciaron, como Flaubert, Faulkner y Sartre]
y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena
parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una
vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo
extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo,
eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.
Sobre la literatura como experiencia que
humaniza:
Por
el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los
deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del
viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los
contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos
peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas,
menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni
siquiera existiría.
y como experiencia que acerca a las
personas entre sí (advertencia: ¡Vargas Llosa revela aquí muchos finales de
libros clásicos!):
La
buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar,
sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos,
costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta
al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente
en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna
Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El
Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a
enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de
Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es
semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un
agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura
crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que
erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones,
los idiomas y la estupidez.
La literatura, también, como clave de
comprensión:
La
literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a
entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos,
transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que
nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos
parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría
de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que
certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el
destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la
historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.
Y, finalmente, la literatura como
disciplina, una vocación... y terquedad:
Y la
verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables,
como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y
una terquedad.
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