Ángel
Esteban y Raúl Cremades (*)

¿Cuál es tu lugar habitual de trabajo?
En Londres suelo trabajar en casa, por lo menos medio día, hasta
las dos de la tarde. En las tardes voy a la biblioteca, a veces a
la British Library (que es muy grande y tiene una fantástica
colección), a veces a la London Library (algo más pequeña,
privada, pero muy bien ubicada en el centro). Trabajo en
bibliotecas desde que era estudiante. Allí voy a leer,
investigar, pero también a escribir, para cambiar de ambiente, y
porque en las bibliotecas hay silencio, una privacidad que se
respeta y una atmósfera estimulante. Pero también hago un
horario parecido en otros sitios en que vivo, como París, Madrid
o Lima. De lunes a sábado escribo la novela en que estoy
trabajando en ese momento y los domingos los dedico a los artículos.
Suelo cumplir un horario estricto: me levanto muy temprano, leo por la mañana una hora, luego hago algo de ejercicio, voy a caminar con mi mujer más o menos una hora en el parque, luego leo periódicos, pues me interesa saber qué pasa en el mundo. A continuación trabajo de corrido hasta las seis o las siete de la noche, y nunca escribo más tarde de esa hora. Trabajo arriba en mi escritorio, allí tengo muchos libros. En las bibliotecas no tengo lugar fijo, ocupo el que me dejan libre, pero no me importa. En la London Library hay algunos sitios más cómodos, unos sillones con tablero, pero son los más solicitados y siempre están ocupados desde que se abre la biblioteca por unos viejecitos muy simpáticos.
¿Qué objetos hay a tu alrededor mientras trabajas?
Depende de la novela que esté escribiendo: ahora mismo estoy con
un tema histórico y necesito mucho material de investigación:
tengo libros, folletos, fichas, cuadernos de notas. Como siempre
estoy viajando, debo cargar con ese material, llevo lo
indispensable, maletas, por eso quizá tengo la hernia. En verano
sigo trabajando. En Marbella es muy grato y cómodo, tiene un
buen clima, voy a una clínica de ayuno muy bonita, donde me
someto a una purificación física, con dieta y control médico.
Suelo llegar exhausto después de tantos viajes, meses de trabajo
intenso, etcétera, y puedo escribir, aunque cuando ayuno no
tengo la misma lucidez y concentración y el rendimiento
intelectual disminuye. Procuro entonces hacer un trabajo más mecánico
y fácil.
A la casa de Lima no he ido mucho durante la dictadura, pero
ahora, que las cosas han cambiado, sí que voy de vez en cuando y
también puedo trabajar con tranquilidad. Puedo ponerme a
escribir en cualquier sitio, no tengo por qué estar en un lugar
concreto. Es fundamental, nada más, que pueda mantener mi rutina
y no tenga muchas interrupciones. Si debo salir unos días, es
malísimo; no sólo dejo de trabajar: retrocedo. Volver a
familiarizarme con lo que estaba haciendo me cuesta mucho, por
eso trato de concentrar los viajes y salir cuando termino un capítulo
o un libro. Así el viaje no me perturba.
¿Cuál es, entonces, tu método de trabajo?
Antes de comenzar a redactar hago muchos esquemas, sobre todo con
las trayectorias de los personajes, y procuro tener una idea
aproximada de cómo se van a ir cruzando y descruzando las
trayectorias. Me lleva bastante tiempo organizar de modo general
la estructura de la obra. Cuando tengo ese esquema, que es
embrionario, me pongo a redactar y muchas veces lo modifico. Pero
no comienzo a redactar hasta que no está el esquema. Luego, la
estructura definitiva va saliendo en función del trabajo. De
pronto descubres que un personaje empieza a crecer, que tiene
unas posibilidades que vale la pena desarrollar; y en cambio otro
personaje que pensabas que iba a ser principal de repente se
despinta, se empobrece. Es el momento más interesante del
proceso de creación; no se puede planear todo: hay un elemento
espontáneo, intuitivo, que va operando, te hace descubrir
posibilidades y a veces va modificando lo que tú habías
planeado racionalmente. Es la parte más misteriosa e irracional,
difícil de controlar.
Me fascina mucho la intervención en el trabajo creativo de
toda esa veta irracional y oscura de la personalidad, que va
filtrándose en el trabajo. Y en mi caso nunca es al principio:
cuando tengo muy avanzado el proyecto voy descubriendo los
elementos impremeditados. Al comienzo el trabajo es frío, tengo
mucha inseguridad y además no veo cómo va a ser el desarrollo
de la historia.
Trabajando, perseverando, va tomando forma, pero eso lo sé
ahora, pues al principio de mi carrera literaria era muy
inseguro, tenía una angustia enorme, una sensación de derrota.
Hay días en que el trabajo me cansa, porque es muy aburrido, y
detesto lo que estoy haciendo; pero los días buenos, cuando
descubro detalles, siento que la historia avanza, me encuentro
con unas posibilidades que me estimulan mucho. Son momentos de
mucha exaltación, y de alguna manera compensan por la parte
rutinaria del trabajo creativo, pues éste tiene mucho también
de artesanal, mecánico, que requiere mucha disciplina y
perseverancia. Pero los momentos ricos te desagravian por los
rutinarios.
¿Crees en la inspiración?
Se puede hablar de inspiración, pero en mi caso es como una
consecuencia del trabajo. El trabajo sistemático, disciplinado,
en un momento dado produce esos estados de ánimo que se llaman
inspiración, donde sientes una lucidez particular, una audacia
para inventar, imaginar. Si yo hubiera esperado esos estados de
trance, nunca hubiera escrito, pues me vienen como consecuencia
el trabajo. Nunca he sentido la tentación de dejar de escribir,
pues -como dijo Flaubert- para un escritor, al final o en un
momento dado de su vida, escribir se convierte en su manera de
vivir; se produce una identificación tal entre la vocación y la
vida que ya no concebiría yo una vida distinta de la que llevo.
En un período de mi vida, cuando hice política, se produjo
en cierta forma, por razones materiales, un pequeño abandono,
pues no podía seguir el ritmo de escritura que había llevado
hasta entonces; y eso supuso para mí una enorme angustia, sentir
que me estaba traicionando a mí mismo, me sentía como extraño.
Siempre me ha intrigado que algunos escritores como Rulfo o Ciro
Alegría, luego de un período de mucha fecundidad, callaron como
si hubieran perdido el pulso, la vocación. Rimbaud es el caso más
famoso: siendo todavía muy joven deja de escribir, se dedica a
otra cosa y desaparecen las huellas de su producción. Hay muchos
casos. Me intriga, pues sé que no seré de ellos.
¿Cómo nacen las novelas?
La memoria es un factor muy importante en mi caso. Todas las
novelas que he escrito, incluso las obras de teatro, han
comenzado siempre por una experiencia de tipo personal,
entendiendo experiencia en un sentido muy amplio, no solamente
cosas vividas, pueden ser cosas leídas, oídas. La imaginación
trabaja con ciertas imágenes de la memoria, almacenadas, que serán
estímulo para la creación. Cuando decido escribir sobre un
tema, en cierta medida ya he estado trabajando sobre él, a través
de la memoria, la imaginación, quizá de un modo no muy
consciente. Entonces empiezo a tomar notas, a documentarme sobre
el tema, el ambiente, los personajes. Es un proceso que dura
mucho tiempo. Nunca me pongo a escribir sobre lo primero que se
me ocurre, tiene que pasar la prueba del tiempo, pues sé que
cuando empiezo me va a tomar años, ya que la idea ha de estar
sedimentada.
¿Has abandonado alguna obra después de comenzar?
Me ha pasado una vez con una obra de teatro sobre Santa Teresa.
Me fascinó la biografía de Santa Teresa, la manera de describir
las voces que escuchaba, las visiones; me pareció un material
excelente para escribir un monólogo, para explicar el éxtasis y
el contacto con lo sobrenatural. Pero después de mucho tiempo me
di cuenta de que no era posible para mí: carecía de condiciones
para realizar ese trabajo. En embrión sí he abandonado muchos
proyectos, pero en medio solo éste.
Háblanos sobre tus lecturas.
Cuando empiezo cada trabajo tengo lecturas obligatorias; por
ejemplo, ahora escribo sobre Flora Tristán y Gauguin [la novela
se llamará El paraíso en la otra esquina], y eso me lleva leer cosas
sobre el XIX peruano y el francés, para ambientarme de manera
libre, no tanto por la fidelidad a la historia. Tengo una cierta
propensión realista y necesito leer cosas concretas: qué se comía,
qué se bebía, cómo vestían, qué tipo de diversiones tenían,
cómo se transportaban... eso me ayuda mucho a sentir el
personaje, sus movimientos, su idiosincrasia. Todo esto lo
combino con lecturas literarias. Aprendí a leer en Cochabamba a
los cinco años y fue un milagro descubrir cómo a través del
hecho mágico que es la lectura uno podía vivir aventuras
maravillosas, trasladarse en tiempo y espacio, vivir vidas
extraordinarias. Es una sensación de milagro que he conservado
cuando me encuentro con un libro que realmente me hechiza, me aísla.
Es el placer supremo.
Cuando eres escritor o lector consumado ya eres más difícil
de hechizar, pues conoces la cocina, todos los trucos. Así,
cuando encuentras una novela que anula en ti la conciencia crítica,
quiere decir que es muy buena y el placer es muchísimo mayor.
Cuando eres más joven, eres más fácilmente seducido. Ahora he
leído una novela de Coetze, el escritor sudafricano, que me
sedujo desde el principio. La han traducido al español con el título
de Desgracia.
¿Qué libros te dejaron una huella más profunda durante
la infancia?
Leí desde el principio libros para niños, pero historias como
Pinocho, y no dibujos animados o cómics. El primer autor de
aventuras que me impactó fue Alejandro Dumas. Leí toda la serie
de Dumas con fascinación. Viví más en el mundo de Dumas que en
el real. Sobre todo Los tres mosqueteros, El conde
de Montecristo, etcétera. Antes leí a Verne, Salgari. Y más
tarde Victor Hugo: Los miserables fue un libro que me
marcó profundamente. El cine también me gustó desde siempre y
me gusta todavía, pero soy mucho menos riguroso que con la
literatura: un libro malo no lo puedo leer. Cuando era joven, leía
todo hasta el final aunque fuera malo. Ahora no lo puedo hacer:
dejo los libros malos. La mala literatura me irrita, pero las
malas películas las puedo ver, no me aburren, sólo detesto las
pretenciosas; no me gusta el género policial en literatura, pero
el cine policial, negro, me encanta; lo que menos me gusta tanto
en cine como en literatura es la ciencia ficción.
¿Cuáles han sido tus influencias?
Lo que te gusta, preocupa, lo que queda en la memoria, ejerce
influencia sobre tus temas. Las influencias más importantes son
las que no resultan conscientes para ti, que operan como
esquivando los controles, las censuras. La literatura está hecha
de influencias, nadie escribe desde un vacío. Lo importante no
son las influencias, sino el provecho que tú sacas de ellas.
Algunas te anulan, otras te enriquecen, son fértiles. Hay a
veces algún tipo de originalidad que es tan específica que
anula, arrastra al discípulo y hace de él un epígono. Mis
influencias han sido muchos autores de novelas de aventuras, pues
en mi obra hay siempre la tentación, la búsqueda de la
aventura, cuando no es pura aventura.
Entre los escritores modernos muchos: Sartre cuando yo era joven,
más sus ensayos e ideas que sus novelas. Y aunque luego me
distancié de sus ideas, algunas cosas suyas pienso que siguen
siendo válidas: la literatura no es gratuita, no es sólo un
ejercicio intelectual, deja una huella en la vida que influye a
través de las conductas, de alguna manera ayuda a modelarte en
parte. La literatura como mero entretenimiento no es válida.
Todo influye, haciendo la vida más llevadera, más vivible que
si no existiera.
También Faulkner y la generación perdida de los Estados Unidos,
no sólo por ser un autor genial, sino porque el mundo que él
inventó y los recursos técnicos eran tan útiles para el mundo
latinoamericano, la historia latinoamericana, las circunstancias,
con tantas coincidencias con el deep south, que era su
material de trabajo, que esa influencia fue muy grande en mí.
Recuerdo que fue el primer escritor que yo leí con lápiz y
papel, deslumbrado por las estructuras, las técnicas, la manera
de organizar el tiempo, los puntos de vista, cómo cruzaba los
planos de espacio y de tiempo. Me mostró cómo la técnica podía
ser un elemento esencial de la originalidad de la obra literaria.
Es además un autor que nunca me ha decepcionado, al releerlo he
vuelto a sentir el placer, la fascinación de la primera vez.
Muchos otros fueron importantes: Malraux, La condición
humana,
sobre todo en mis primeras novelas. Y luego la novela del XIX,
que sigue siendo para mí el modelo de la novela total,
ambiciosa, que compite con la realidad.
¿Te ha estimulado el éxito para escribir?

¿Qué pasos sigues cuando comienzas a redactar las ideas
que ya has madurado?
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Cuando escribo hago un esquema, hago fichas y luego empiezo a trabajar; después el trabajo hace pedazos el esquema, lo voy modificando mientras trabajo, pero el esquema inicial es fundamental, pues es el punto de partida para tener una mínima seguridad y no escribir con la impresión de dar palos de ciego, que es una sensación muy deprimente. Pero el esquema no es un corsé: de hecho, jamás respeto literalmente los esquemas. Corrijo mucho. Escribo el primer borrador, que siempre es muy caótico, a mano, y en ello invierto las dos primeras horas del día; luego paso al ordenador (antes a la máquina de escribir) esa información, pero lo que necesito es vencer la prueba de la primera redacción, el borrador. Es lo más difícil, lo que me cuesta más trabajo, más tiempo y esfuerzo, tengo que ser muy estricto y disciplinado. Cuando ya lo tengo (es un texto muy caótico, lleno de signos, señales, que nadie que no sea yo podría entenderlo, es un laberinto), el trabajo se convierte en algo más estimulante y entretenido, más fácil y placentero, y lo paso muy bien. |
Un escritor mexicano amigo mío me dijo una vez que lo que a mí
me gustaba era reescribir, no escribir, y tiene razón. Cuando ya
poseo la primera versión y tengo la seguridad de que la novela
está allí, que hay que desenterrarla, es cuando lo paso mejor,
ahí puedo disfrutar, de manera descansada, sin la sensación de
derrota; a veces corrijo hasta dos o tres veces la novela entera;
el borrador es el material completo y sobre eso comienzo a
trabajar, que generalmente significa reducir, eliminar,
concentrar. No enseño nada hasta que está más o menos
terminado. El producto final lo leen antes de ser publicado las
personas que tengo más cerca: mi mujer, mi agente, mi editor y
algunos amigos. Las sugerencias que me hacen, junto con mis
propias postreras correcciones, pueden ser todavía tratadas e
incluidas, ya que el proceso desde que se entrega el manuscrito
hasta que se publica es largo. Yo mismo corrijo las pruebas
porque es una última posibilidad de revisión del texto. Y todavía
cuando sale publicado hay erratas a veces, por desgracia.
Cuando doy una novela para publicar es porque veo que ya está
muy bien, aunque uno podría corregir toda la vida. Hay un
personaje de una novela de Camus, La peste, que siempre
está comenzando una novela, y nunca pasa de la primera página o
frase, porque está continuamente corrigiendo lo poco que ha
escrito. A veces es un peligro la búsqueda de la perfección
absoluta, una primera frase puede escribirse de infinitas maneras
diferentes. Uno no queda nunca totalmente satisfecho, pero hay
que poner punto final alguna vez.
¿Qué opinión te merece la crítica?
Leo la crítica que se hace sobre mí. Hay una crítica
interesante, que te descubre cosas, te enseña, pero otras críticas
son meras reseñas. Por desgracia, la crítica -que para mí es
un género creativo más que analítico- es cada vez peor, no es
creativa, sino académica, ininteligible, vanidosa, oscura, que
poco tiene que ver con la literatura: tiene que ver más con la
lingüística, la semiótica. Otras veces es crítica superficial
de reseña, no al servicio de la literatura, sino de las
editoriales, y eso empobrece la tarea crítica. Pero ha habido críticos
buenísimos.
Respeto a algunos críticos, no a todos, a veces ilustran
algunos aspectos de mi creación, pero nunca su labor es
decisoria: jamás la opinión de un crítico me ha llevado a
cambiar mis ideas, mi modo de trabajar o de escoger temas o
actitudes.
¿Cuál es tu relación con los lectores?
Esa relación no existe mientras escribes y luego es muy difícil.
Lo más que sabes es si se lee o no, si se compra o no, lo cual
es un indicio de lectura. Pero luego, lo que ocurre en esa
intimidad que es la lectura, tan secreta, es muy difícil
averiguarlo. Mi libro más vendido en el ámbito anglosajón es La tíaJulia y el escribidor, por ejemplo. Es una gran
sorpresa, pues yo pensaba que era muy latinoamericano y no tan
interesante para otras culturas.
¿Qué relación observas entre la vocación y el
trabajo?
El escritor no es un género, es un individuo, un escritor
necesita tiempo para escribir. No creo en el escritor que escribe
por hobbie los domingos. Se necesita tiempo, hay que dedicarse de
lleno si se quiere hacer una obra importante, trascendente,
aunque muchos escritores no pueden hacerlo así. Recuerdo que en
1958 ya había tomado la decisión de ser escritor (no pensaba
que pudiera llegar a vivir de eso) y decidí algo que me costó
mucho: buscar un trabajo de modo que no me destruyera la vocación
literaria, aunque no obtuviera una buena remuneración económica.
La condición era que me dejara tiempo. Tuve la suerte de
conseguir trabajos asequibles: primero enseñé en la escuela
Berlitz de París y tenía mucho tiempo libre; luego en la Radio
Televisión Francesa, donde trabajaba de noche y escribía de día;
después en la Agencia France-Presse, donde tenía unas horas al
día para escribir, y luego en la universidad, que tiene esa
ventaja: no es un trabajo tan absorbente que no te deje tiempo
para escribir. Lo fundamental para mí es que el trabajo para
vivir no te quite energías, ilusiones y tiempo de escritura.
Supuesto el tiempo, ¿cuál es la receta para llegar a
ser un buen escritor?
Hay sólo una: trabajar, entregarte en cuerpo y alma, con
perseverancia, con rigor. En una labor creativa no hay garantías
de que el trabajo llegue a ser premiado con el talento, por
desgracia. Hay un factor de suerte, azar, y otro que es una
cierta disposición innata, etcétera; pero lo cierto es que si
no haces el esfuerzo, nunca lo vas a saber. Hay gente que se
contenta con el primer éxito o que se desvirtúa; otros se
duermen en los laureles o empiezan a buscar excusas; a veces el
talento brota del esfuerzo. La gran ventaja del tra-bajo
literario es que todo puede ser materia adecuada para la creación:
las cosas buenas y malas, las facilidades y dificultades; es más,
la literatura es muchas veces la gran revancha contra las
adversidades y sinsabores de la vida.
¿Cómo concibes los títulos de tus obras?
Me cuesta mucho sacarlos, y trabajo mucho mejor cuando tengo un título
bien conseguido, pues me da seguridad; cuando lo encuentro, me va
bien; si no, es como modelar una figura decapitada. La ciudad y
los perros me costó mucho. Incluso cuando estaba en pruebas seguía
cambiándole el título: se iba a llamar Los impostores, La
morada del héroe... y me daba cuenta de que no funcionaban. Es
curioso que cuando encuentras un buen título eres consciente de
que lo es y de que funciona. Sin embargo, en los personajes, los
nombres me vienen con más facilidad. El título es complicado
sobre todo cuando son varias historias entrecruzadas en una
novela larga; pero cuando aparece, me ayuda mucho.
¿Qué piensas sobre la vocación?
Tiene algo de maravilloso, y es que su ejercicio es su mejor
premio. Al final, cuando escribes (o pintas, o cantas o bailas)
de un modo comprometido íntimamente, vocacional, descubres que
lo más importante no son las consecuencias de lo que haces, lo más
importante es hacerlo. Desde luego es mejor vender que no vender,
ganar premios que no ganarlos, recibir comentarios a no
recibirlos, pero en última instancia lo decisivo es que has
pasado mucho tiempo entregado a un proyecto que salió de la
nada, ha ido tomando cuerpo y ha alcanzado una forma de
existencia, y que ya se ha independizado de ti, pero conserva
algo tuyo. Es una operación misteriosa, como dar la vida, es la
gran compensación de una vocación. Cuando terminas una obra,
hay una especie de liberación acompañada de fatiga y una cierta
nostalgia de que algo ha terminado, pues partir es morir un
poquito, como decía Baudelaire. Yo lo que hago es comenzar
inmediatamente otra cosa, para no seguir viviendo de lo anterior,
de la reminiscencia.
Háblanos un poco ahora sobre tu trabajo con los artículos.
Es muy distinto. Como leo muchos periódicos constantemente, voy
encontrando temas durante la semana. Si elijo uno bueno en los
primeros días, es perfecto, porque así voy pensando cómo
enfocarlo hasta el domingo, que es el día en que descanso de la
novela y me dedico al periodismo. Generalmente he descubierto que
es mejor concentrarse en una idea: si metes muchas el artículo
fracasa y no interesa, es confuso, disuelto. El mejor artículo
es el que puedes resumir en una idea. Los escribo directamente a
ordenador. Si llego con la idea pensada, es muy fácil. Si no, me
cuesta mucho y me quedo exhausto. Me gusta escribir artículos
pues no me satisface la idea del escritor absolutamente centrado
en un mundo ficcional, sin conexiones con la vida real. Aunque la
literatura es lo que más me gusta, también quiero tener un pie
en la realidad y la actualidad, lo que pasa fuera de los libros,
lo político, social, entre otros. Los artículos son una manera
de estar en el mundo y también de participar en el debate
cultural, cívico, político. En el artículo parto de una anécdota,
que luego desemboca en unas reflexiones. El artículo debe tener
un anzuelo, un atractivo que vaya no tanto a la razón como a la
curiosidad; así, una anécdota es muy eficaz para comenzar y
enganchar al lector.
...
Después de casi dos horas de entrevista, agradecemos a Mario su
amabilidad al recibirnos en su casa y dedicarnos tanto tiempo.
Mientras bajamos para despedirnos de Patricia, comenta que, después
de publicar Kathie
y el hipopótamo, algunos amigos empezaron a regalarle
figuras decorativas de diversos tamaños y la sala se fue
llenando poco a poco de esos animales tan característicos,
testigos de la génesis de más de una de sus grandes obras de
teatro. Casi en la puerta nos cuenta, divertido, una última anécdota:
hace poco recibió una carta de un estudiante alemán que aprendía
español con ayuda de un diccionario. Estimulado por la lectura
de Laciudad y los perros, le escribió la siguiente misiva:
"Estimado señor: mucho bonito su libro leído he".
* Ángel Esteban y Raúl Cremades enseñan en las universidades de Granada y Alicante, España, respectivamente.
3 comentarios:
Muy buena la entrevista,
y el blog, muy interesante para los que disfrutamos de la lectura y la escritura !
Un poco antigua (del 2001), pero no deja de ser interesante. Además revela tópicos importantes sobre el proceso de su escritura.
Gracias María Cecilia.
Hermosa entrevista y todavía actual!, me inspira mucho a seguir escribiendo
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