¿Quieres saber cómo se escribe un cuento?
Pues entonces debes leer a Anton Chejov, el mejor cuentista ruso, y uno de los mejores del mundo.
En este artículo, basado en sus cartas, encontrarás algunos tips e ideas que te enseñarán a escribir cuentos. Léelo atentamente.
La lección de Chejov (3). Cartas
Chejov mantuvo a lo largo de su vida una intensa
correspondencia con sus familiares y amigos, además de numerosos escritores y
gente de la profesión como su editor y directores de compañías teatrales. Tanto
fue así que sólo la correspondencia abarca doce de los treinta volúmenes de las
obras completas en ruso publicadas bajo la dirección del académico Nikolai
Fedorovich Bélchikov (1890-1973).
En muchas de aquellas cartas, Chejov ejerció una
actitud crítica sobre los textos de escritores contemporáneos, de jóvenes
autores o admiradores que le enviaban sus escritos e, inclusive, de su hermano
mayor. En otras se aprecia su relación con Máximo Gorki (1868-1936), desde la
juventud y los primeros trabajos de éste hasta la carta que le envió al
director de la Academia
de Ciencias renunciando a ser académico al enterarse de que su amigo había sido
rechazado como miembro de aquella institución.
Hay otras a su editor y amigo Aleksey Suvorin
(1834-1912), y muchas más a Olga Knipper (1868-1959), actriz que representaba
sus obras y una de las principales figuras del Teatro del Arte de Moscú, con la
que acabaría casándose en 1901. También son numerosas las cartas que le dirigió
al actor y director teatral Konstantin Stanislavski (1863-1938) haciéndole
comentarios sobre los textos o las representaciones de sus obras.
La obra epistolar de Chejov es enorme y comprende múltiples temas, entre ellos el proceso de gestación de algunos de sus relatos más conocidos como "La muerte de un funcionario", "La tristeza", "La estepa", "El pabellón número 6" y "El monje negro", o de dramas como "Las tres hermanas", "Ivánov", "Tío Vania", "La gaviota" y "El jardín de los cerezos".
La obra epistolar de Chejov es enorme y comprende múltiples temas, entre ellos el proceso de gestación de algunos de sus relatos más conocidos como "La muerte de un funcionario", "La tristeza", "La estepa", "El pabellón número 6" y "El monje negro", o de dramas como "Las tres hermanas", "Ivánov", "Tío Vania", "La gaviota" y "El jardín de los cerezos".
Para Chejov, la literatura debía fundamentarse en
la experiencia: sólo había que escribir de lo que se había experimentado o se
conocía. El escritor debía ser objetivo: "El subjetivismo es una cosa
tremenda. Es un mal por el solo hecho de que ata de pies y manos al pobre
autor", pone en una carta de 1883. En cuanto a la finalidad de la
literatura, ésta debía retratar la vida de forma veraz. En una carta de 1887
dice: "La literatura artística se llama así precisamente porque pinta la
vida como es en realidad. Su fin es la verdad incondicional y honrada". Y
en otra del mismo año: "Seamos tan complejos y tan simples como la vida
misma. La gente cena y al mismo tiempo logra la felicidad o destroza su
vida".
De los numerosos libros que han aparecido en los
últimos años sobre la correspondencia de Chejov, he aquí una breve selección de
fragmentos de algunas de sus cartas más significativas:
A Mijail P. Chejov (Abril
de 1879)
Haces bien en leer libros.
Acostúmbrate a leer. Con el tiempo, valorarás esa costumbre. ¿La señora Beecher
Stowe te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace tiempo y he vuelto a leerla
hace unos seis meses con un fin científico, y después de la lectura sentí la
sensación desagradable que sienten los mortales que comen uvas pasas en
exceso... Lee los siguientes libros: "Don Quijote" (completo, en
siete u ocho partes). Es bueno. Las obras de Cervantes se encuentran a la
altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los hermanos que lean, si aún no lo
han hecho, Don "Quijote" y "Hamlet", de Turgueniev. Tú,
hermano, no lo entenderás. Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee
"La fragata Palas", de Goncharov.
A Alexander Chejov (Abril
de 1883)
Insistes en llenar tus relatos de
tonterías insignificantes, a pesar de que no eres un escritor subjetivo por
naturaleza. En ti, ése es un rasgo adquirido. Abandonar esa subjetividad es tan
fácil como beber un trago. Uno sólo tiene que ser más honesto, abrirse y
exponerse en cualquier parte, no invadir ni atropellar al héroe de su propio
relato, renunciar a uno mismo aunque sea por media hora. Tienes un cuento donde
una joven pareja de recién casados se besa durante toda la comida, sufre sin
causa, llora mares de lágrimas. Ni una palabra sensata; nada más que
sentimentalidad. Quiere decir que no escribiste para el lector. Escribiste
porque a ti te gusta ese tipo de chismes. Pero supongamos que tuvieras que
describir la cena: cómo comieron, qué comieron, cómo es la cocinera, cuán
insípido es tu héroe, cuán contento con su fácil felicidad, cuán insípida es tu
heroína, cuán divertido su amor por este satisfecho y sobrealimentado bebe-ganso:
a todos nos gusta ver gente contenta y feliz, es verdad, pero describir todo lo
que se dijeron y cuántas veces se besaron no es suficiente. Necesitas algo más:
liberarte a ti mismo de la expresión personal que una plácida y melosa
felicidad produce en todo el mundo. La subjetividad es algo terrible. Es mala
por el sólo hecho de que revela la mano -y también los pies- del autor. Apuesto
a que todas las hijas-de-predicador y esposas-de-empleado que leen tus obras se
enamoran de ti; y si fueras alemán, te servirían cerveza gratis en todas las
cervecerías atendidas por mujeres. Si no fuera por esa subjetividad, serías el
mejor de los artistas. Sabes cómo reír, cómo herir y cómo ridiculizar, posees
un estilo acabado y gran experiencia, porque has vivido tantas cosas, pero ¡qué
lástima! Todo es material que se desperdicia.
A Dmitri V. Grigoróvich
(Marzo de 1886)
Su carta, mi querido y buen
bienhechor, me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar.
Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en mi alma. Todas las personas
cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han
cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la
de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que
escriben, y no puedo recordar ni a uno sólo que haya visto en mí a un artista.
En Moscú existe el llamado "círculo literario". Talentos y
mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el
reservado de un restaurante y dan rienda suelta a sus lenguas. Si fuera allí y
les leyera una parte de su carta, se reirían de mí. Tras cinco años de
deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general
de mi insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos
con indulgencia y a escribir de manera trivial. Esa es la primera razón. La
segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina de modo que
el proverbio sobre las dos liebres nunca quitó tanto el sueño a nadie como a
mí. Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran
pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud
superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que
haya trabajado más de un día. "El cazador", que a usted le gusta, lo
escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que
informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme
para nada del lector ni de mí mismo. He escrito intentando no desperdiciar en
un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué, he
guardado y escondido con mucho cuidado. Disculpe la comparación, pero ha
actuado en mí como la orden gubernamental de "abandonar la ciudad en
veinticuatro horas", esto es, de pronto he sentido la imperiosa necesidad
de darme prisa, de salir lo antes posible del lugar donde me hallo empantanado.
Estoy de acuerdo en todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver
publicado "La bruja". Si hubiera escrito ese cuento no en un día,
sino en tres o cuatro, no lo tendría. Me libraré de los trabajos urgentes, pero
me llevará tiempo. No es posible abandonar el carril en el que me encuentro. No
me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se trata de mí. Dedico a escribir
mis horas de ocio, dos o tres por día y un poco de la noche, esto es, un tiempo
apenas suficiente para pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo
libre y menos obligaciones, me ocuparé de asuntos serios.
A Alexander Chejov (Abril
de 1886)
En mi opinión, una verdadera
descripción de la naturaleza debe ser breve, poseer carácter y relevancia. Hay
que acabar con lugares comunes como "el sol poniente, bañado en las olas
del mar oscurecido, vertió su oro carmesí", o "las golondrinas,
sobrevolando la superficie del agua, gorjeaban jubilosas". Al describir la
naturaleza, uno debe atrapar pequeños detalles arreglándolos de tal manera que
con los ojos cerrados se obtenga en la mente una imagen clara. Por ejemplo, si
quieres lograr el efecto total de una clara noche de luna, escribe que un trozo
de cristal de botella rota brillaba como una pequeña estrella en el estanque
del molino, mientras la sombra oscura de un perro o un lobo pasó bruscamente
como una pelota, y así sucesivamente. La naturaleza cobrará así vida si no
temes comparar sus fenómenos con acciones humanas ordinarias. En la esfera de
lo psicológico, los detalles son también la clave. Dios nos libre de los
lugares comunes. Primero
que nada, evita describir el estado interior del héroe, tienes que tratar de
que se aclare a partir de sus acciones. No es necesario retratar
demasiados personajes. El centro de gravedad debe estar en dos personas: él y
ella. Te escribo esto como lector que tiene un gusto definido. También para que
tú, al escribir, no te sientas sólo. Es duro estar solo en el trabajo. Es mejor
recibir un comentario crítico pobre que no recibir ninguno en absoluto, ¿no es
verdad?
A I.L. Shecheglov (Enero
de 1888)
No debe darle al lector ninguna
oportunidad de recuperarse: tiene que mantenerlo siempre en suspenso. Estos
comentarios no serían aplicables si "Mignon" fuera una novela. Las
obras largas y detalladas tienen sus propios fines particulares, que por
supuesto requieren de la ejecución mas cuidadosa. Pero en los cuentos es mejor
no decir suficiente que decir demasiado, porque… porque… No sé por qué.
A V.G. Korolenko (Abril
de 1888)
Le estoy enviando el cuento sobre
el suicidio. Yo lo leo y no encuentro en él nada que pudiera interesarle; es
una obra pobre. Ayer di a leer el cuento que estoy escribiendo para la
"Sieverny Viesnik" a una muchacha. Lo leyó y me dijo: "¡Oh, qué
aburrido!". Eso es: realmente aburrido. He tratado por todos los medios de
darle vida; lo he acortado, lo he pulido, etcétera, pero sigue siendo aburrido
a pesar de mis esfuerzos.
A A.N. Pleshcheyev (Abril
de 1888)
He venido trabajando por largo
tiempo en un cuento breve para la "Sieverny Viesnik". Ha debido estar
terminado hace meses, pero ¡Dios mío! Siento que no lo terminaré hasta mayo.
Desafortunadamente, no estoy satisfecho con él y me he prometido a mí mismo no
enviártelo hasta que no lo haya dominado. Hoy he leído todo lo escrito hasta
ahora, he reescrito partes y he decidido comenzar de nuevo desde el principio.
Aun si no resulta lo que yo esperaba, sabré al menos que trabajé de manera
concienzuda y que me he ganado el dinero que pudiera traerme. El cuento carece
de interés y de sabor. Yo lo reordeno, lo ironizo, le hago todo tipo de
cambios, y aún me deja insatisfecho; así que ya lo tengo decidido: lo terminaré
para mayo o lo abandonaré por completo.
A Máximo Gorki (Diciembre
de 1898)
Me pregunta cuál es mi opinión
sobre sus cuentos. ¿Qué opinión tengo? Un talento indudable, y además un
verdadero y gran talento. Por ejemplo, en el cuento "La estepa" crece
con una fuerza inhabitual, e incluso me invade la envidia de no haberlo escrito
yo. Usted es un artista, una persona sabia. Siente a la perfección. Es
plástico, es decir, cuando representa algo, lo observa y lo palpa con las
manos. Eso es arte auténtico. Esa es mi opinión y estoy muy contento de poder
expresársela. Yo, repito, estoy muy contento, y si nos hubiésemos conocido y
hablado en otro momento, se hubiese convencido del alto aprecio que le tengo y
de qué esperanzas albergo en su talento. ¿Hablar ahora de los defectos? No es
tan fácil. Hablar sobre los defectos del talento es como hablar sobre los
defectos de un gran árbol que crece en un jardín. El caso es que la imagen
esencial no se obtiene del árbol en sí, sino del gusto de quien lo mira. ¿No es
así? Comenzaré diciéndole que, en mi opinión, usted no tiene contención. Es
como un espectador en el teatro que expresa su entusiasmo de forma tan
incontinente que le impide escuchar a los demás y a sí mismo. Especialmente
esta incontinencia se nota en las descripciones de la naturaleza con las que
mantiene un diálogo; cuando se leen, se desea que fueran compactas, en dos o
tres líneas. Las frecuentes menciones del placer, los susurros, el ambiente
aterciopelado y demás, añaden a estas descripciones cierta retórica y
monotonía, y enfrían, casi cansan. La falta de continencia se siente en la
descripción de las mujeres ("Malva", "En las balsas") y en
las escenas de amor. Eso no es oscilación y amplitud del pincel, sino
exactamente falta de continencia verbal. Después es frecuente la utilización de
palabras inadecuadas en cuentos de su tipo. Acompañamiento, disco, armonía:
esas palabras molestan. En las representaciones de gente instruida se nota
cierta tensión, como si fuera precaución; y esto no porque usted haya observado
poco a la gente instruida, usted la conoce, pero no sabe exactamente desde qué
lado acercarse a ella. Debería dejar Nizhni y durante dos o tres años vivir,
por así decirlo, alrededor de la literatura y los círculos literarios; esto no para
que nuestra generación le enseñe algo, sino más bien para que se acostumbre, y
siente definitivamente la cabeza con la literatura y se encariñe a ella.
A Iván L. Leóntiev (Marzo
de 1890)
Me asusta la palabra
"arte", como a las mujeres de los comerciantes les asustan los
espantajos. Cuando me hablan de lo artístico y de lo anti artístico, de lo que
es escénico y de lo que no lo es, de tendencias, de realismo, etcétera, me
pierdo, titubeo y respondo con medias verdades banales, que no valen nada. Divido
las obras en dos clases: las que me gustan y las que no me gustan".
A Máximo Gorki
(Septiembre de 1899)
Un consejo: al corregir las
pruebas, tache muchos de los sustantivos y adjetivos. Usa tantos sustantivos y
adjetivos que la mente del lector es incapaz de concentrarse y se cansa pronto.
Si yo digo: "El hombre se sentó sobre el césped", lo entenderá de
inmediato. Lo entenderá porque es claro y no pide un gran esfuerzo de atención.
Por el contrario, si escribo: "Un hombre alto, de barba roja, torso estrecho
y mediana estatura, se sentó sobre el verde césped, pisoteado ya por los
caminantes; se sentó en silencio, con cierto temor y tímidamente miró a su
alrededor", no será fácil entenderme, se hará difícil para la mente, será
imposible captar el sentido de inmediato. Y una escritura bien lograda, en un
cuento, debería ser captada inmediatamente, en un segundo.
A Olga Knipper (Octubre
de 1899)
El arte, sobre todo, el arte
escénico, es un campo por donde no se puede andar sin tropiezos. Por delante
hay muchos días desgraciados y temporadas completamente fallidas; habrá grandes
errores y grandes desilusiones. Hay que estar preparado para todo eso,
aguardarlo y, a pesar de todo, seguir con empeño, como un fanático, tu propia
línea.
A Olga Knipper
(Septiembre de 1900)
Olga, querida mía, mi pequeña
actriz maravillosa, ¿por qué ese tono, ese humor quejoso y amargo? ¿realmente
soy tan culpable? Pues bueno, perdóname, querida mía, mi zagala, no te enfades,
no soy tan culpable como te lo hace creer tu desconfianza. Hasta el momento no
he podido ir a Moscú porque estaba enfermo, no hay otro motivo, te lo aseguro,
querida, te doy mi palabra. ¡Palabra de honor! ¿Me crees? Me quedaré en Yalta
hasta el 10 de octubre, trabajaré y luego saldré hacia Moscú o, según mi estado
de salud, hacia el extranjero. En cualquier caso, te escribiré. No he tenido
carta de mi hermano Iván ni de mi hermana Macha. Evidentemente están molestos,
pero no sé por qué. Ayer estuve en casa de Sredin; había muchos invitados, casi
todos desconocidos. Su hija está clorótica, pero va al liceo. El padece de
reumatismo. En cuanto a ti, escríbeme detalladamente cómo ha ido "La hija
de las nieves", cómo ha sido el principio de la temporada, cuál es el
estado de ánimo de todos, cómo está el público, etcétera. Y, puesto que no eres
como yo, tienes mucho que escribirme, tienes material para dar y regalar,
mientras que yo no tengo nada, salvo quizá una cosa: hoy he cazado dos ratones.
En Yalta sigue sin llover. ¡Esto sí que es sequía! Pobres árboles,
especialmente los del monte de al lado, que durante todo el verano no han
recibido ni una gota de agua y están completamente amarillos; es como las
personas que no reciben ni una gota de felicidad a lo largo de toda su vida.
Hay que creer que así debe ser. Escribes: "tienes un corazón amante,
tierno, ¿por qué lo endureces?". Pero ¿cuándo lo he endurecido? ¿Cómo,
pensándolo bien, he dado prueba de esta dureza? Mi corazón te ha amado en todo
momento, y ha sido tierno contigo, nunca te lo ha ocultdo, nunca, nunca, y tú
me acusas así a la ligera. A juzgar por tu carta, deseas y esperas alguna
explicación, una larga discusión, con caras serias y consecuencias serias; pero
yo no sé que decirte, como no sea una cosa que ya te he dicho mil veces y que,
por lo que parece, seguiré diciéndote durante mucho tiempo, esto es, que te
quiero, y nada más. Si ahora no estamos juntos no es por culpa mía ni tuya,
sino del diablo que ha puesto en mí el bacilo y en ti el amor por el arte.
Hasta la vista, mi querida viejecita, que los ángeles te guarden. No te enfades
conmigo, palomita, no estés triste, sé sensata. ¿Qué hay de nuevo en el teatro?
Escribe, te lo ruego.
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