Nosotros

22.8.14

La cogimos por la cintura y la atrajimos con fuerza a nuestro pecho y sin esperar, locos de excitación, besamos sus rojos labios. Y mientras saboreábamos su delicioso néctar nos percatamos de que no sabía besar. Nos apartamos de su rostro y la miramos a los ojos.

—¿Es tu primera vez, no? —le dijimos. 

Pero ella no respondió. Nos atrajo hacia ella y se aferró temblorosa.

Sentimos su palpitar, sus incipientes montecillos, los frágiles huesos de la espalda, al momento de recorrerla con las manos. Nos embargó un sentimiento dulce, mezcla de deseo y compasión. “No queremos hacerle daño”, pensamos. “Es aún una criatura apenas. Diecisiete años a lo sumo”. Pero el deseó nos susurró palabras demoníacas al oído. La apretamos contra la pared, le rasgamos la blusa y besamos sus pechos blancos. Parecíamos volar teniéndola así, tan sumisa, tan dispuesta. Hasta que mi yo y yo nos separamos. Entonces vi mi pecado y salí corriendo. Dejé que el otro yo hiciera lo que quisiese. Yo no enlodaría mi alma aprovechándome de aquel ángel.


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