Margaret Atwood dio algunos secretos para escribir

23.12.17

La escritora canadiense charló con Alberto Manguel a sala llena. "Atrévanse a publicar", aconsejó.


En su novela más conocida, El cuento de la criada (1985), la extraordinaria escritora canadiense Margaret Atwood describe un futuro apocalíptico de una sociedad dominada por una secta, en la que las mujeres son (más) oprimidas. Los poderosos han aniquilado, a su vez, los derechos civiles: ese es uno de los modos en esta novelista ensayista, poetisa, imaginó una versión totalitaria y teocrática de los Estados Unidos -para algunos anticipatoria, incluso profética en ciertos sentidos-, que cobra especial resonancia frente al liderazgo de Donald Trump y la proliferación de iniciativas por los derechos de las mujeres en el mundo.

Sin embargo -aunque reconoció que “la elección de Trump le dio un marco de situación a la serie”- llamativamente, Atwood casi no hizo referencias políticas puntuales, ayer, en la Biblioteca Nacional, durante la entrevista pública que le hizo el director de esta institución Alberto Manguel, y que se transmitió por Internet.

En cambio, buena parte de las preguntas estuvieron orientadas al repaso de su infancia –escribió su primera historia a los 7 años, contó- y de su trayectoria literaria, que se inició profesionalmente en la década del 60, cuando las primeras autoras feministas empezaban a instalar cuestiones relacionadas con los derechos de las mujeres y la escritora canadiense escribía poemas que publicaba por su cuenta.

“Leíamos a Doris Lessing y a Simone de Beauvoir, pioneras de este movimiento”, recordó Atwood, en relación a esos años. “Yo había crecido en el norte de Canadá, en una zona rocosa y arbolada, en contacto con la naturaleza, pero desde chica soñaba con viajar a París, fumar y escribir, o trabajar como camarera; volverme una mujer independiente”.


En relación a sus personajes femeninos, señaló que intenta “contar a mujeres verosímiles, personas con motivaciones contradictorias, que tienen derechos aunque no sean ángeles, porque tampoco los hombres lo son. Pensemos que el 53 por ciento de las mujeres blancas estadounidenses votaron por Trump”, ilustró en segunda y última referencia directa al presidente estadounidense.

También dijo que “la familia está en el origen de la inequidad entre los géneros; luego otros modelos reproducen esa inequidad” Desde la publicación de su primer título, La mujer comestible, en 1969, Atwood erigió una obra que le valió reconocimiento internacional: recurrente candidata al Nobel, es considerada una de las más notables autoras contemporáneas, traducida a medio centenar de lenguas. Lleva escritas 17 novelas, siete libros para niños y casi dos docenas de poemarios. En total, más de 40 títulos.

En relación a la serie de El cuento de la criada, explicó que “lo más llamativo es que pese a su aparente crueldad no he incluido nada que los seres humanos no hayan hecho alguna vez: pasan cosas terribles, pero que no inventé yo”.

También a consejo a los aspirantes a escritores: “Lean, escriban, insistan. No se intimiden, atrévanse a publicar. Al lector se lo interesa de a una página por vez. Escritor es todo aquel que escribe. Los mejores son los que nos inducen a seguir leyendo hasta la última página”


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Fuente| www.clarin.com/

Si quiere escribir bien, lea los consejos de los escritores

22.2.16

A veces pareciera que el oficio de escribir fuera tan simple como que un escritor se sentara en su estudio y saliera de ahí con una novela. Escribir, no obstante, es un oficio complejo, que requiere de disciplina, también talento, aunque para eso no hay teorías exactas.

Escuchar a los escritores que ya lograron el nombre para sus vidas, puede ayudar a los que empiezan con ciertos detalles. Ellos lo saben, y por eso algunos escriben sobre cómo escribir.


Stephen King lo explica en Mientras escribo, un libro para hablar de su oficio. “(...) Nunca te preguntan por el lenguaje. A un DeLillo, un Updike, un Styron, sí, pero no a los novelistas de gran público. Lástima, porque en la plebe también nos interesa el idioma, aunque sea de una manera más humilde, y sentimos auténtica pasión por el arte y el oficio de contar historias mediante la letra impresa”.

Si bien cada escritor elige su camino y estilo, lo de la disciplina es un tema que se repite. Sí, es talento, pero casi todos coinciden que, lo primero es fundamental.

King cree que el escritor no se hace ni por circunstancias ni por por voluntad. “Es un accesorio que viene de práctica, y que, dicho sea de paso, no tiene nada de excepcional”.

La disciplina, sin embargo, compromete. Hace cinco años la secretaria de Hemingway le contó al periodista John Saldarriaga que Hemingway no se daba permiso de no escribir aunque estuviera enguayabado, y eso podría ser casi diario, ni cuando estaba enfermo. Escribía de todos modos, porque era su empresa, su compromiso.

En Cartas a un joven novelista, Mario Vargas Llosa escribió que “esa otra cosa misteriosa que llamamos el talento, el genio, no nace –por lo menos no entre los novelistas, aunque sí se da a veces entre los poetas o los músicos – de una manera precoz y fulminante (los ejemplos clásicos son, por supuesto, Rimbaud y Mozart), sino a través de una larga secuencia, años de disciplina y perseverancia. No hay novelistas precoces. Todos los grandes, los admirables novelistas fueron, al principio, escribidores aprendices cuyo talento se fue gestando a base de constancia y convicción”.

Leer y escribir
Muchos autores tienen sus libros de consejos, pero los mejores están en sus escritos mismos. Lo dicen teóricos y escritores: la importancia de la lectura para la escritura. El escritor Patricio Pron usa una palabra más fuerte: es imprescindible.

Stephen King señala que cualquier aspirante a escritor debería leer The elements of style de William Strunk Jr. y E.B. White. Vargas Llosa tiene una recomendación más específica. “Si este tema, el de la gestación del genio literario, le interesa, le recomiendo la voluminosa correspondencia de Flaubert, sobre todo las cartas que escribió a su amante Louise Colet entre 1850 y 1854, años en que escribía Madame Bovary, su primera obra maestra. A mí me ayudó mucho leer esa correspondencia cuando escribía mis primeros libros”. Porque todos han tenido sus maestros antes, por supuesto.

De todas maneras, no hay que olvidarse de rayar. Está la famosa frase de Rainer Maria Rilke: Si crees que eres capaz de vivir sin escribir, mejor no escribas.

Anécdotas
Luego están las anécdotas de los escritores, que también ayudan. En Clases de literatura, Julio Cortázar les comentó a sus alumnos de Berkeley, en 1980, que si bien sabe dónde debería ir una coma, por ejemplo, él las suprime porque obedece a una “especie de pulsación, a una especie de latido que hay mientras escribo”. Por eso de la editorial le devolvían los manuscritos rayados muchas veces, después de pasar por el corrector de estilo, con comas que deberían estar, pero no estaban. De la que más se acordó fue una en la que le habían agregado 37 comas, y él las suprimió todas, las 37 enteras, otra vez. Era él y sus ideas.

¿Quiere ser escritor? Empezar es su trabajo. Luego, no está mal leer libros de escritores que hablan del oficio. Se puede encontrar con Horacio Quiroga diciéndole “no adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo”. Hacer luego eso que le dé la gana, romper las reglas como Cortázar, depende sólo de usted.

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Vía | El Colombiano.com


Por qué sentarte a escribir puede resolver algunos de tus problemas

3.2.15

Los estudios sobre la escritura expresiva son concluyentes: plasmar las ideas sobre un papel guarda beneficios incontables para la salud


Ayuda e incrementa la memoria, controla los desórdenes de humor, alivia los síntomas de la depresión e incluso eleva los ánimos de los enfermos con cáncer. Escribir y dejar volar los dedos para contar nuestras propias historias no es solo cosa de periodistas a lo gonzo, literatos e intelectuales. Los diarios personales son algo más que dejar plasmado sobre el papel anécdotas y pensamientos que rondan la cabeza. Esa costumbre que a priori podría parecer algo propio de etapas como la adolescencia en realidad es una práctica que se enmarca dentro de la llamada escritura expresiva.

Altamente recomendada para todo tipo de edades, forma parte de la terapia con la que muchos expertos tratan a sus pacientes. ¿Por qué? Rosana Pereira, miembro del grupo de psicología positiva aplicada del Colegio de psicólogos de Madrid, explica que plasmar los pensamientos sobre un papel supone una forma de ordenarlos: “Se usa un procedimiento paso a paso que favorece el orden de las ideas y ayuda a tomar consciencia de lo que se está pensando en ese momento”. Vale, me apunto a probarlo, ¿cómo empiezo?

¿Dónde lo hago? ¿Una tablet o un cuaderno?

El formato es muy importante. Rescata los bolis porque resulta más efectivo escribir a mano sobre un cuaderno (nada de folios que se puedan perder) y aún más clave es evitar la autocensura: debe permitirse no poner pegas y que todo salga a la luz de forma natural.

¿Cuándo lo hago? ¿Mañana o noche?

La psicóloga sostiene que lo importante es elegir siempre el mismo momento del día y así crear una rutina que facilite el proceso creativo.

¿Tengo que contarlo todo?

Sí, lo positivo y lo jodido. Un estudio de la Universidad de Carolina del Norte demostró que aquellas personas que habían escrito sobre una experiencia negativa notaban mejorías en su memoria mayores respecto aquellas que habían escrito sobre una experiencia positiva o un tema. Pereira se apoya precisamente en este enfoque a la hora de hablar sobre la evolución de un paciente: “para salir de una situación, funciona mejor escribir sobre malo que sobre lo bueno”.

¿Cómo me va a ayudar?

Los expertos aseguran que podrás superar miedos, fobias sociales o el pánico inicial frente a diágnosticos de enfermedades. El diario Health Psychology reseñó una investigación sobre los efectos de la escritura expresiva para pacientes con cáncer de mama: “cuando los participantes de la investigación escribieron sobre sus más profundos miedos y sobre los beneficios de un diagnóstico de cáncer de mama alcanzaron beneficios físicos y psicológicos a largo plazo” explicaba Qian Lu, responsable de la investigación.

Norah Barranco, socióloga de la Universidad de Granada, es un gran ejemplo de la escritura expresiva. Le amputaron una pierna y relató su propia experiencia en En busca de la sirenidad. Escribir le ayudó a sentirse mejor respecto al dolor de un miembro fantasma: “me ha permitido hacer tomas de conciencia sobre aspectos de mi vida” explica a S Moda. Sobre sus beneficios, es concluyente: “la creatividad y crear una historia es sanador, nos conecta con la vida, nos hace empatizar y desdramatizar situaciones”.

En esta misma línea se postula Rosana Pereira. Para la psicóloga, este tipo de escritura ayuda a “tomar consciencia del cambio que se ha producido y de la evolución” y contribuye a liderar mejor las emociones: “cuando uno sabe qué situaciones le hacen sentir de una manera determinada, tiene más predisposición para cambiar”.

¿Es realmente un camino hacia la felicidad?

Entre el vasto número de investigaciones sobre la escritura expresiva, el New York Times recogía hace unos días que ahora se está estudiando si el poder de escribir y reescribir una historia personal podría derivar en cambios de comportamiento y mejorar la felicidad.

El punto de partida es la creencia por parte de algunos investigadores de que la redacción y edición de nuestras propias historias nos ayuda a cambiar la percepción que tenemos sobre nosotros mismos e identificar los obstáculos que se interponen en el camino hacia una salud mejor. De hecho, en una investigación que se hizo con universitarios de primer año con malas notas, se demostró que aquellos a los que se había motivado para escribir sobre las dificultades de ser novatos, habían mejorado su nota media y tenían menos posibilidades de abandonar al año siguiente que los estudiantes que no habían recibido ninguna motivación.

¿Qué efectos notaré sobre mi persona?

Según Rosana Pereira, aumentarás la “sensación de control” y serás "capaz de detectar esas cosas que te hacen sentir mal. Empiezas a comprender lo que está pasando y eres responsable de las cosas que te ocurren”.

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Vía | http://smoda.elpais.com/

La espera - Relato corto de Juan Cesar Flores Granda

27.11.14

Habíamos quedado en vernos a las ocho. Faltaban apenas cinco minutos para ese momento maravilloso. Cuando oi sonar el timbre, una especie de corriente eléctrica me atravesó de pies a cabeza. Volé a abrir la puerta. Y allí estaba, soberbia, bellísima. No como otros días, en pantalón. No con el cabello suelto. No sin maquillaje. Vestía ahora un vestido verde y corto. Sus piernas eran dos columnas perfectas. Su cabello formaba un moño alto y reluciente. Pero eran sus pechos los que me dejaron sin aliento. Enormes, puntiagudos, bajo la tela de la blusa, que también era verde.
—Estás linda —le dije, besando su mejilla perfumada.
Se limitó a sonreír. Luego, sin decir nada, se sentó en el sillón, extrajo de su bolso un espejo y procedió a mirarse en él. Me senté a su lado. Con disimulo, continué mirando sus hermosas piernas. Me parecían bellas en extremo, sentía deseos de arrojarme sobre ellas y mordisquearlas.
Esperé a que terminara de acicalarse. Se había pasado el rouge por los labios. Parecía ahora una muñeca.
—¿Lista? —le pregunté.
Se puso de pie sin contestarme. Se encaminó hacia la puerta. Yo la seguí, como un perro que sigue a su dueña. Jane Iba delante de mí, moviendo las caderas, haciendo sonar sus tacos en el piso de madera. Me la imaginé desnuda.
Se dio la vuelta antes de abrir la vuelta, me estrechó y me regaló un beso largo, húmedo, con lengua. No pude más, la aprisioné salvajemente.
—Así no, así no, me haces daño —luchó por librarse de mi desesperación.
Pero yo continúe besando su cuello, luego intenté besar sus pechos. Fue entonces que me detuvo.
—¡No sigas!
—¿Por qué? ¿Acaso no te gusto? ¿Acaso no...?
—Claro que sí, pero no seas bruto. Ten paciencia.
—No puedo, no puedo, necesito besarte, tenerte, necesito...
Acabó alejándome de sí. Había puesto una mano en mi pecho como quien rechaza a alguien indeseable. Me largó una cachetada feroz. Mis ímpetus volvieron a su cauce. Agaché el rostro como un niño en falta.



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Un día perfecto para los canguros - Haruki Murakami

26.11.14


Dentro de la jaula había cuatro canguros. Uno era macho, dos eran hembras y el cuarto acababa de nacer. Delante de la jaula de los canguros tan solo nos encontrábamos ella y yo. No se puede decir que se tratara de un zoológico muy frecuentado y además era lunes por la mañana. Seguro que el número de los animales era mucho mayor que el de las personas que los visitaban. Nuestra intención, por supuesto, era ver al bebé canguro. Aparte de esto, no teníamos pensado ver ninguna otra cosa. Antes de enero supimos del nacimiento del bebé canguro a través de un periódico local.. Entonces, después de un mes, cuando ya se podía visitar al bebé canguro, decidimos esperar una mañana adecuada para ir a verlo. Sin embargo esa mañana no llegaba. Un día llovía, al día siguiente seguía lloviendo, al otro día el suelo estaba mojado y resbaladizo, los dos días siguientes soplaba un viento fortísimo. Un día a ella le dolía la muela, otro día yo tenía que ir al ayuntamiento. Y así hizo un mes.

Dejamos pasar un mes sin apenas darnos cuenta. ¿Qué es lo que hice durante ese mes? La verdad es que no me acuerdo muy bien. Me da la impresión de que hice muchas cosas, pero también me parece que no hice nada en especial. Hasta que no vino el chico encargado de traernos el periódico a final de mes para recoger el dinero, no me di cuenta de que había trancurrido todo un mes.

Sin embargo, por fin llegó la mañana para ver a los canguros. Nos despertamos a las seis, descorrimos las cortinas y comprobamos en seguida que era la mañana perfecta para ir a ver canguros. Nos lavamos la cara, preparamos la comida, dimos de comer al gato, hicimos limpieza, nos pusimos gorras para el sol y salimos de casa.

Oye, ¿crees que el bebé canguro está vivo todavía? Me preguntó mientras íbamos en el tren.
Supongo que sí porque no ha aparecido ninguna noticia en el periódico diciendo que haya muerto.
Quizás se ha puesto enfermo y le han tenido que llevar a algún hospital.
Aún así habría aparecido alguna noticia en el periódico.
Le habrán puesto al fondo de la jaula.
¿Al bebé canguro?
No, a la madre. ¿No será que les han encerrado en una habitación oscura al fondo de la jaula?

Me sorprendía que ella pudiera pensar en posibilidades tan remotas.

De alguna manera, me da la impresión de que si dejamos pasar esta ocasión ya no podremos ver nunca más a un bebé canguro.
¿A sí?
¿Acaso tú has visto alguna vez un bebé canguro?
No.
¿Y tienes la certeza de que lo podremos ver?
Mmmm. la verdad es que no lo sé.
Pues por eso estoy preocupada.
Pero, contesté es verdad que puede ser como tú dices, sin embargo tampoco he visto nunca a un bebé jirafa ni a una ballena nadar en el mar. ¿Por qué el no ver a un bebé canguro te supone ahora un problema?
¡Pues porque se trata de un bebé canguro! contestó.

Me rendí y me puse a leer el periódico. Hasta ahora no ha habido ni una sóla vez que la haya podido ganar en nuestras discusiones.

Por supuesto el bebé canguro estaba vivo. Él (o ella) parecía mucho más grande que en la foto del periódico. Daba vueltas con alegría dentro de la jaula. Ya no se podía decir que fuera un bebé canguro, más bien parecía un canguro de un tamaño un poco más pequeño de lo habitual. Al verlo, ella se desilusionó un poco.

¡Pero si ya no es un bebé!
No es que tenga que ser como un bebé la consolé.
Deberíamos haber venido antes.

Fui a la tienda y compré dos helados de chocolate, al volver con los helados todavía estaba apoyada en la jaula y contemplaba a los canguros.

Ya no es un bebé canguro repetía.
¿Cómo lo sabes? le dije mientras le ofrecía uno de los helados.
Porque si fuera un bebé canguro su madre lo llevaría en la bolsa, ¿no?.

Asentí mientras lamía el helado. Para empezar comenzamos a buscar a la madre canguro. Saber cuál era el padre era sencillo, el canguro más grande y más tranquilo. No dejaba de mirar la hierba verde dentro de la tiesto de comida con una cara como la de un músico que se ha quedado sin inspiración. De entre las otras dos canguros hembra no había forma de saber cuál era la madre.

Pero una de las dos es la madre y la otra no lo es, ¿no? dije.
Claro.
¿Entonces la canguro que no es la madre qué hace aquí?
No lo sé me respondió ella.

Al canguro bebé parecía no importarle mucho quién era la otra canguro y seguía dando vueltas de un lado a otro. De vez en cuando, sin ninguna razón aparente, excavaba agujeros en el suelo con las patas delanteras. Mordisqueaba un poco de hierba, excavaba un poquito, les tiraba del pelo a las dos canguros hembra, se revolcaba por el suelo, se volvía a levantar y volvía a correr dando vueltas.

¿Por qué los canguros pueden correr tan deprisa dando saltos? me preguntó ella.
Para poder escapar fácilmente de los enemigos.
¿Enemigos? ¿qué enemigos?
Los humanos respondí. Los humanos matan canguros con un bumerán y luego se comen su carne.
¿Y por qué las madres canguro llevan a los bebés canguro en una bolsa en su vientre?
Para poder escapar juntos. Los bebés canguro no pueden correr tan deprisa como ellas.
¿Para protegerles?
Ajá contesté. A todos los bebés se les protege.
¿Hasta qué edad les protegen?

La verdad es que había leído toda esa información en el libreto que nos dieron a la entrada del zoológico.

Hasta que cumplen uno o dos meses más o menos.
Entonces, si este bebe tiene un mes recién cumplido dijo ella mientras señalaba al bebé canguro debería poder entrar en la bolsa de la madre.
Sí contesté seguramente.
Oye, ¿no crees que se debe estar muy bien dentro de la bolsa de una mamá canguro?
¡Y tanto!
¿Como querer meterse dentro del bolsillo de Doraemón o como el deseo de volver al útero materno?
Ajá.
Seguro que sí.

El sol había llegado a lo más alto. Desde una piscina cercana se oía el griterío de unos niños. En el cielo flotaban nubes de verano.

¿Comemos algo? le pregunté.
Un perrito caliente me respondió y una cocacola.

El encargado del puesto de perritos calientes era un estudiante con pintas de trabajar a media jornada. Dentro de la tienda, con forma de vagón de tren, tenía un puesto un radiocassette bastante grande. Mientras los perritos calientes se cocinaban escuché unas canciones de Steve Wonder y Billy Joel. Al volver a la jaula de los canguros ella me saludó con un ¡Mira! y señaló a una de las canguros hembra.

¡Mira, mira! ¡Se ha metido dentro de la bolsa!
¿No pesará mucho?
La mamá canguro parece muy fuerte.
¿De verdad?
Bueno, hasta ahora ha logrado sobrevivir, ¿no?

La mamá canguro soportaba los fuertes rayos del sol sin que ni siquiera una gota de sudor le cayese por la cara. Tras terminar las compras de la tarde en un supermercado de Aoyama y hacer una pausa en una cafetería nos preguntamos.

Lo seguirá llevando dentro, ¿verdad?
Sí.
¿Se habrán dormido ya?
Puede que sí.

Comimos perritos calientes, bebimos cocacola y volvimos a la jaula. Cuando llegamos, el papá canguro seguía mirando fijamente el tiesto de comida buscando la inspiración. La mamá canguro y el bebé canguro, unidos, descansaban del largo día. La misteriosa canguro hembra no paraba de dar saltos como si quisiera comprobar la flexibilidad de su cola. Fue uno de los días más calurosos que recuerdo.

Oye, ¿vamos a beber una cerveza? me preguntó ella.
¡Vale! contesté.


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Cómo enseña a escribir Stephen King

24.9.14

Antes de conocer el éxito literario, Stephen King fue profesor de lenguaje en un colegio. Rememorando sus días a cargo de una clase de secundaria, el aclamado autor comparte su opinión sobre la gramática, las lecturas y explica por qué descubrir la gran literatura es como perder la virginidad.


Mientras escribo, de Stephen King, ha estado presente en mis clases de lenguaje por años, pero no fue sino hasta este verano cuando comencé a enseñar en un centro de rehabilitación de drogas y alcohol, que descubrí su verdadero valor en plenitud. Durante semanas luché por sintonizar con mis desintoxicados, frustrados y reacios alumnos. Saqué a relucir mis mejores lecciones y eché mano a mis mejores trucos, pero salvo por una entusiasta lectura en voz alta de El corazón delator de Poe, fracasé en captar su atención o imaginación.

Hasta el día en que repartí ejemplares de Mientras escribo. Las memorias de King son más que un inventario de la caja de herramientas del autor o un voyerista vistazo a su prolífica y exitosa vida dedicada a la escritura. Allí King hace un recuento de sus años como profesor de lenguaje en secundaria, de su propia recuperación de la adicción al alcohol y las drogas, además de su amor por sus alumnos (“incluso los del tipo Beavis y Butt-Head”). Y, lo más importante, cautiva al lector con su honesto recuento de los desafíos que enfrentó, y promete redención a cualquiera que esté dispuesto a acercarse a la página en blanco con una meta.

Le pedí a King que se explayara sobre las partes de Mientras escribo que más me gustan: los aspectos esenciales de la enseñanza, los detalles más curiosos de la gramática, y sus ideas sobre cómo incentivar el amor por el lenguaje en nuestros alumnos.

Ud. escribe que enseñó gramática “exitosamente”. ¿Cómo definía el “éxito” cuando hacía clases?

Para empezar, éxito es mantener la atención de los alumnos y, luego, hacerles ver que la mayoría de las reglas son bastante simples. Siempre comenzaba diciéndoles que no hay que preocuparse mucho de cosas como los verbos raros, y que sólo recordaran hacer concordar el sujeto y el verbo. Es como lo que decíamos en Alcohólicos Anónimos: “Mantenlo simple, estúpido”.

Cuando las personas me piden que nombre mis libros favoritos, tengo que solicitarles que amplíen su petición: ¿para leer o para enseñar? Ud. da una fantástica lista de libros para leer al final de Mientras escribo, pero ¿cuáles fueron sus favoritos para enseñar, y por qué?

Al llegar a las clases de literatura, cuando mayor suerte tuve con los alumnos de secundaria fue al enseñar el largo poema Caída, de James Dickey. Es sobre una azafata que es succionada desde un avión. Ellos vieron enseguida que era una amplia metáfora de la vida misma, desde que naces hasta que mueres, y les gustó el rico lenguaje. Tuve mucho éxito con El señor de las moscas (de William Golding) y con cuentos como Una rubia imponente (de Dorothy Parker) y La lotería (de Shirley Jackson). (Ellos debatían sobre la cagada que queda en este último… me río de sólo recordarlo). Ninguno puso un libro de gramática en su lista de lecturas fascinantes, pero Los elementos del estilo (de William Strunk, Jr. y E.B. White) todavía es un buen manual. Los chicos lo aceptan.

Ud. escribe: “Los principios gramaticales de la lengua materna, o se absorben oyendo hablar y leyendo, o no se absorben”. Si eso es verdad, ¿por qué se enseña gramática en el colegio? ¿Por qué molestarse en nombrar las partes?

Cuando nombramos las partes, quitamos el misterio y convertimos a la escritura en un problema que puede ser resuelto. Solía decir a mis alumnos que si eras capaz de ensamblar un auto a escala o las partes de un mueble siguiendo las instrucciones, podías escribir una oración. Aunque leer es la clave. Si un chico o chica crece oyendo “no me interesa” y lo lee una y otra vez, sólo podrá aprender que no es capaz.

Aunque amo enseñar gramática, tengo conflictos con la utilidad del análisis morfosintáctico. ¿Usted lo enseñaba? Y si era así, ¿por qué?

Lo enseñé, siempre empezando por decir: “Esto es por diversión, como resolver un crucigrama o un Cubo de Rubik”. Les decía que lo tomaran como un juego. Les daba oraciones para analizar como tarea para la casa, pero les prometía que no haría pruebas sobre aquello, y nunca lo hice. ¿De verdad enseñas eso? ¡Bien por ti! Pensé que ya nadie más lo hacía.

En la introducción de Los elementos del estilo, de Strunk y White, este último repasa la instrucción de Strunk de “omitir palabras innecesarias”. Aunque sus libros sean voluminosos, su escritura se mantiene concisa. ¿Cómo decide qué palabras son innecesarias y cuáles se requieren para expresar algo?

Es lo que oyes en tu cabeza, pero nunca es correcto a la primera. Entonces, tienes que reescribir y revisar. Mi regla general es que un relato de 3.000 palabras debería ser reescrito en menos de 2.500. No siempre es así, pero sí la mayoría. Lo que necesitas es sacar todo en lugar de sentarte y no hacer nada. ¡No se permiten flojos!

Por extensión, ¿cómo puede un profesor ayudar a sus alumnos a reconocer qué palabras requiere su propia escritura?

Siempre hay que preguntarle al alumno “¿qué quieres decir?”. Que cada oración que responda a esa pregunta sea parte de un ensayo o una historia. Y cada oración que no, dejarla ir. No creo que se trate de palabras per se, sino de oraciones. Acostumbraba a veces a darles a escoger: escribir 400 palabras sobre “Mi madre es horrible” o “Mi madre es maravillosa”. Construir cada oración sobre lo que elegiste. Lo que significa dejar fuera tanto a tu papá como a tu moquillento hermano chico.

En Mientras escribo, Ud. identifica algunas frases que deberían eliminarse de la caja de herramientas de cualquier escritor: “En aquel preciso instante” y “al final del día”. ¿Alguna nueva frase irritante que desearía compartir? (La mía es “por accidente”).

“Algunas personas dicen” o “muchos creen” o “el consenso es”. Ese tipo de vaguedades me hacen querer patear algo.

Ud. escribe que “es imposible convertir a un mal escritor en escritor decente”. Si es así, ¿cómo debería proceder un profesor con sus alumnos menos talentosos?

Pregúntate qué necesitan para tener éxito en la vida, el mínimo necesario (como llenar un currículo) y enfócate en ello. A veces puede ser tan sencillo como escribir -a modo de ejercicio en clase- instrucciones sobre cómo llegar en una ciudad desde el Punto A al Punto B. Se confunden solos, al menos al principio. Puede resultar muy divertido. Mis chicos terminaban gritándose unos a otros, “¡no, no, vas a la izquierda, a la copa de agua!”. Cosas así.

Una gran escritura a menudo estriba en ese punto óptimo entre el dominio gramatical y un cuidadoso rompimiento de las reglas. ¿Cómo saber en qué momento los alumnos están listos para comenzar ese rompimiento? ¿Cuándo debería un profesor guardar su lápiz rojo y permitir que aparezcan esos modificadores?

Pienso que uno tiene que asegurarse de que ellos saben qué están haciendo con esos elementos, aquellas oraciones fragmentarias y de corrido, aquellas repentinas digresiones. Si te dan una respuesta satisfactoria a la pregunta de “¿por qué escribiste de esta forma?”, están bien. Y -vamos, profe- tú sabes cuando es a propósito, ¿o no? ¡Confiésalo a tu tío Stevie!

Coma antes de la “y”, ¿sí o no?

Puede ir o no ir. Por ejemplo, me gusta “Jane compró huevos, leche, pan, y una barra de dulce para su hermano”. Pero también me gusta “Jane entró corriendo a casa y dio un portazo”, porque quiero sentir todo como un solo respiro.

Usted ensalza los beneficios de escribir los primeros borradores “con la puerta cerrada”, pero los alumnos están a menudo tan enfocados en dar a los profesores lo que estos quieren y tan temerosos de cometer errores, que terminan paralizados. ¿Cómo pueden los profesores incentivar a los chicos a “cerrar la puerta” y escribir sin temor?

En el contexto de una clase es muy, muy difícil. La falta de temor siempre se da cuando un chico escribe para sí mismo y casi nunca cuando escribe para obtener una nota (salvo que tengas a uno de esos raros chicos valientes, totalmente seguros). Lo mejor -quizás lo único- es plantearle al alumno que decir la verdad es lo más importante, mucho más importante que la gramática. Yo diría: “La verdad es siempre elocuente”. A lo que los alumnos responderían: “Señor King, ¿qué significa elocuente?”.

Por supuesto, una vez que tengan algo en el papel, van a tener que abrir la puerta e invitar al mundo a leer lo que han escrito. ¿Cómo se las arreglaba con el proceso de edición en los primeros años de su carrera y cómo enseñaba a sus alumnos a atender a los comentarios?

A muchos les daba lo mismo; ellos sólo estaban cumpliendo con tareas. Con aquellos que son más sensibles e inseguros, tienes que combinar suavidad con firmeza. Es un asunto delicado, en especial con adolescentes. ¿Tuve alumnos que se pusieron a llorar? Sí. Diría que esto “es sólo un paso para llevarte al siguiente”.

Ud. advierte a los escritores que “no hay que abordar la página en blanco a la ligera”. ¿Cómo pueden los profesores incentivar a los alumnos a enfrentar la página en blanco a la vez con seriedad y entusiasmo?

Eso se me daba mejor cuando podía transmitir mi propio entusiasmo. Me acuerdo de haber enseñado Drácula a estudiantes de segundo año de universidad prácticamente gritando. “¡Fíjense en todas las voces diferentes en este libro! ¡Stoker es un ventrílocuo! ¡Me encanta!”. No sé mucho respecto de profesores que “actúan”, como si estuvieran en un escenario, pero los chicos responden al entusiasmo. Tú no puedes ordenarle a un chico divertirse, pero puedes hacer de la sala de clases un lugar en que se sienta seguro, donde ocurran cosas interesantes. Quería que cada clase de 50 minutos se percibiera como de media hora.

Ud. ha dicho que las composiciones “son una cosa tonta y sin sustancia”, totalmente inútiles para enseñar a escribir bien. ¿Qué tipo de tareas de redacción son útiles?

Trataba de dar tareas que pudieran enseñar a los chicos a ser específicos. Solía repetir “Observa, luego escribe” media docena de veces al día. Entonces, a menudo les pedía que describieran operaciones que ellos manejaban. Pedía a una chica que escribiera un párrafo sobre cómo le hacía trenzas a su hermana. A un chico que explicara las reglas de un deporte. Son sólo puntos de partida, en que los estudiantes aprenden a llevar al papel lo que podrían contarle a un amigo. Mantener lo concreto. Si le pides a un alumno que escriba sobre “Mi película favorita”, estás abriendo las compuertas a la subjetividad y, en consecuencia, a una inundación de clichés.

Hago mucha lectura en voz alta en mi clase, porque pienso que es la mejor manera de introducir a los estudiantes en el desafío del lenguaje y la retórica. ¿Tiene algún texto favorito para leer en voz alta, ya sea de sus clases o de las lecturas a sus propios hijos?

Solía leerles a mis hijos Calor de agosto, de W.F. Harvey. Al llegar a la última línea -“El calor es como para volver loco a un hombre”-, se podía oír caer un alfiler. Dulce Et Decorum Est, de Wilfred Owen, fue también un éxito. Cuando eran pequeños, mis hijos querían comics. Después, El Hobbit y de El Hobbit pasaron a El Señor de los Anillos. En viajes largos, todos escuchábamos audiolibros. Un buen lector adentrándose en un libro es maravilloso. Musical.

Los profesores de lenguaje tienden a caer en uno de dos casos cuando abordan la lectoescritura: aquellos que creen que deberíamos dejar leer a los estudiantes lo que ellos quieran, pues estarán más interesados en los libros, y aquellos que creen que los profesores deberían impulsar a los alumnos a leer textos más desafiantes, a fin de exponerlos a nuevo vocabulario, géneros e ideas. ¿Dónde se ubicaría Ud.?

Uno no quiere desesperarlos, por ello es que es una idea tan horrible intentar darles a leer Moby Dick o Dublineses a muchachos de secundaria. Hasta el más brillante se aburre. Pero es bueno enriquecerlos un poco. Así verán que hay mundos literarios más brillantes que Crepúsculo. Leer buena ficción es como dar el salto desde la masturbación al sexo.

Ud. pinta un cuadro bastante desalentador de los profesores como escritores profesionales. La pedagogía es, a fin de cuentas, una “profesión que consume”, como dice una amiga, y puede ser todo un desafío encontrar la energía para nuestras propias empresas creativas después de un día de trabajo. ¿Aún siente que hacer clases a jornada completa al tiempo que se persigue una vida dedicada a la escritura es una proposición condenada?

Muchos escritores tienen que enseñar para llevar pan a la mesa. Pero no tengo duda alguna de que la pedagogía absorbe las energías creativas y reduce la producción. “Proposición condenada” es demasiado fuerte, pero es difícil, Jessica. Hasta cuando se tiene tiempo es difícil hallar la vieja energía.

Si su escritura no hubiera dado resultado, ¿cree que habría continuado como profesor?

Sí, pero habría obtenido algún título en educación básica. Había conversado de eso con mi mujer justo antes del éxito de Carrie (1973). He aquí la triste verdad: para cuando llegan a la secundaria, muchos de esos chicos ya han cerrado sus mentes a aquello que amamos; yo quería trabajar con ellas mientras aún estuvieran abiertas. Los adolescentes son maravillosos, hermosos librepensadores la mayoría de las veces. Y, en el peor de los casos, es dar puñetazos contra una pared de ladrillos. Además, están tan ocupados con sus hormonas que a menudo es difícil captar su atención.

¿Cree que los grandes profesores nacen o que se pueden formar?

Los buenos profesores pueden formarse, si es que realmente quieren aprender (algunos son bastante flojos). Los grandes profesores, como Sócrates, nacen.

Usted se refiere a la escritura como un oficio más que un arte. ¿Y qué pasa con la docencia? ¿Oficio o arte?

Ambos. Los mejores profesores son artistas.

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Nosotros

22.8.14

La cogimos por la cintura y la atrajimos con fuerza a nuestro pecho y sin esperar, locos de excitación, besamos sus rojos labios. Y mientras saboreábamos su delicioso néctar nos percatamos de que no sabía besar. Nos apartamos de su rostro y la miramos a los ojos.

—¿Es tu primera vez, no? —le dijimos. 

Pero ella no respondió. Nos atrajo hacia ella y se aferró temblorosa.

Sentimos su palpitar, sus incipientes montecillos, los frágiles huesos de la espalda, al momento de recorrerla con las manos. Nos embargó un sentimiento dulce, mezcla de deseo y compasión. “No queremos hacerle daño”, pensamos. “Es aún una criatura apenas. Diecisiete años a lo sumo”. Pero el deseó nos susurró palabras demoníacas al oído. La apretamos contra la pared, le rasgamos la blusa y besamos sus pechos blancos. Parecíamos volar teniéndola así, tan sumisa, tan dispuesta. Hasta que mi yo y yo nos separamos. Entonces vi mi pecado y salí corriendo. Dejé que el otro yo hiciera lo que quisiese. Yo no enlodaría mi alma aprovechándome de aquel ángel.