Son las diez de la noche y todos duermen. La radio suena a bajo volumen, para permitir que el hombre descanse en paz. Las hormigas se deslizan por la mesa y mi pie remoja en agua con vinagre.
Ya casi todos duermen. Yo sigo aquí, escribiendo unas líneas, con la esperanza de encontrar, mañana al despertar, el pie totalmente curado, aunque sea tal vez una esperanza vana.
Al hacer un recuento de las enfermedades (muy pocas) que me aquejaron a lo largo de la vida, caigo en la cuenta de que la mayoría afectó mis extremidades inferiores. Recuerdo mi primer uñero, hacia la edad en que cumplí dieciséis años. Estaba todavía en el colegio. Luego, a la edad de 20 años volvió a atacarme otro. En el 2004, pasados los 30, fui víctima de doble ataque: hongos y uñero a la vez. Recuerdo éste como uno de los peores. Laboraba en el colegio Gómez, de auxiliar, y, como es lógico, debía estar en constante movimiento. Creo que me contagié en la ducha del baño de la casa de alquiler. El piso y las paredes, siempre húmedas, estaban cubiertas de musgo. Era un baño público en una casa donde vivían unas nueve familias. En el patio, en una gran jaula, gruñía un enorme cerdo blanco. Me extraña ahora que las familias no contrajeran la enfermedad, lo que podría significar que, o era yo muy descuidado con mi aseo o, de alguna manera, soy sensible a esa enfermedad. En fin, esta experiencia fue bastante dolorosa, más que todo porque justo en aquella fecha, me trasladaron a otro colegio, el cual se ubicaba a dos horas y media de camino, en pleno monte. Fue la catástrofe. Los funcionarios no querían comprender la gravedad de mi dolencia. Y en el hospital del seguro, se limitaron a recomendarme que reposara; pero la distancia hasta mi trabajo, no me lo consentía. El dedo gordo del pie izquierdo semejaba un enorme globo rojo, la pus era constante y a ello se sumaba la molestia producida por los insectos, que atraídos por el olor a herida infectada, pugnaban por lamer las supuraciones. El martirio concluyó cuando por fin viajé a Tacna, tras cuatro meses de suplicio, en donde me practicaron una extracción.
Y ahora, justo ahora en que creía superado este tonto mal, vuelven a atacarme los malditos hongos. Mi pie remoja en agua con vinagre y el hombre ha comenzado a roncar.
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