Punto de vista por Janet Burroway
El punto de vista es el elemento más complicado de la
narración. Si bien es posible analizarlo, definirlo, esquematizarlo, se trata
en última instancia de una relación entre escritor, personajes y lector que,
como toda relación, tiene sus sutilezas. Podemos discutir sobre el narrador, la
omnisciencia, el tono, la distancia o la credibilidad en determinado cuento,
pero ninguna conclusión que saquemos lo ubicará en el mismo casillero con otro
cuento.
En primer lugar debemos desechar la acepción común de
la frase "punto de vista" como sinónimo de opinión, como cuando
decimos por ejemplo "desde mi punto de vista debe haber pena de
muerte". La visión del autor acerca de lo que es o debería ser el mundo se
nos revelará al final, según el uso que haga del punto de vista; y no al revés:
identificar las creencias del narrador no sirve para describir el punto de
vista en el relato. En lugar de pensar que el punto de vista consiste en la
opinión o las creencias del autor, hay que tomarlo de un modo más literal, como
"el punto desde donde se mira mejor".
¿Quién se ubica dónde para mirar la escena?
O, mejor, como estamos hablando de lenguaje, las
preguntas deben ser: ¿Quién habla, a quién, cómo, a qué distancia de la acción,
con qué limitaciones?: aspectos todos relacionados con la elección del punto de
vista. Dado que el autor quiere hacernos compartir su perspectiva, las
respuestas nos ayudarán a descubrir su opinión, sus juicios, su actitud o su
mensaje.
¿QUIÉN HABLA?
La primera decisión que debe tomar un autor respeto al
punto de vista tiene que ver con el narrador. He aquí la clasificación más
simple que se puede hacer acerca de quién habla: un cuento puede ser narrado en
tercera persona (Ella pasea bajo la luz de la luna), en segunda persona (Paseas
bajo la luz de la luna) o en primera persona (Paseo bajo la luz de la luna).
Los relatos en segunda y tercera persona los cuenta un narrador, los relatos en
primera persona, un personaje.
Tercera persona
La tercera persona, desde la cual el narrador cuenta
el relato, se puede subdividir según el grado de conocimiento u omnisciencia
que asume el narrador. Advierta que, como estamos hablando de grados, las
subdivisiones son sólo aproximadas. Como autor está usted en condiciones de
decidir cuánto sabe. Puede conocer la verdad plena y eterna; puede saber qué
hay en la mente de uno de los personajes pero no qué piensa el otro; o puede
saber únicamente lo que se ve desde fuera. Usted decide. Al comienzo del cuento
deberá indicar al lector qué grado de omnisciencia ha elegido; una vez hecha
esta señal, se abre un "contrato" entre el autor y el lector,
contrato delicado de romper. Si se ha limitado a la mente de James Lordly
durante cinco páginas mientras James mira lo que hacen la señora Grumms y sus
gatos, rompe usted la convención si se mete de pronto en la mente de la señora
Grumms. Igualmente, nos sentiríamos tratados mal y dispuestos a romper gustosos
el contrato si nos da usted los pensamientos de los gatos.
El narrador omnisciente -llamado a veces narrador
editor omnisciente porque dice de frente lo que se supone que debemos pensar-
tiene un conocimiento total. Cuando es usted autor omnisciente es un dios;
puede:
1. Informar
objetivamente lo que está pasando.
2. Meterse
dentro de la mente de los personajes.
3. Interpretar
por los lectores la apariencia de los personajes, lo que dicen, sus actos o sus
ideas, aun si los propios personajes no pueden hacerlo.
4. Moverse
libremente en el tiempo y en el espacio para brindarnos vistas panorámicas o
telescópicas o microscópicas, o históricas; puede decirnos lo que sucede en
cualquier parte, o lo que sucedió en el pasado, o lo que sucederá en el futuro.
5. Hacer
reflexiones generales, juicios, proporcionar verdades. Los lectores aceptarán
que el narrador omnisciente hable así. Si el narrador nos dice que Ruth es una
mujer buena, que Jeremy no comprende sus verdaderas motivaciones, que la luna
va a estallar dentro de cuatro horas y con eso todo se pondrá mejor, le
creemos. Aquí tenemos un párrafo que muestra los cinco campos de conocimiento
señalados:
(1)
Juan le dio una feroz mirada al bebé que lloraba. (2) Asustado por el gesto el
bebé tragó saliva, y lloró más fuerte aun. Odio esto, pensó Juan; (3) pero lo
que sentía no era odio. (4) Hace solo dos años él había llorado de esa manera.
(5) Los chicos no saben diferenciar entre el odio y el miedo.
Este es un ejemplo burdo, pero el autor que domine su
oficio puede pasar de un campo de conocimiento a otro. En la primera escena de
La guerra y la paz, Tolstoi describe a Anna Scherer así:
Ser
entusiasta se había vuelto su vocación social, y, a veces, aunque no sintiera
entusiasmo se entusiasmaba con el propósito de no desilusionar a quienes la
conocían. La tenue sonrisa que, aunque no le iba a sus suaves rasgos, llevaba
siempre en los labios, expresaba, como en los niños mimados, una continua
consciencia de su meloso defecto, que ella ni deseaba ni podía ni consideraba
correcto corregir.
Aquí en dos oraciones Tolstoi nos dice lo que pasa por
la mente de Anna y sus expectativas, cómo se ve ella a sí misma, qué le
conviene, qué puede y no puede hacer, y además ofrece un comentario general
sobre los niños mimados.
La voz omnisciente es la voz de la épica clásica (Y
Meleanger, distante, no sabía nada de aquello, pero sentía que sus partes
vitales ardían en fiebre), de la Biblia (Así el Señor envió la peste sobre
Israel; y cayeron 70,000 hombres), y de la mayoría de novelas del siglo XIX
(Tito estiró la mano para ayudarlo, y es tan extrañamente rápida el alma de los
hombres que en ese instante, cuando empezó a sentir que su expiación era
aceptada, tuvo el fugaz pensamiento de las molestias que lo aguardaban). Pero
una de las tendencia actuales de la literatura es su movimiento hacia abajo: de
los héroes a los personajes comunes; y hacia adentro: de la acción a la mente;
por lo tanto, los escritores del siglo XX evitan sobre todo la posición de
dioses omniscientes y prefieren restringirse a unos pocos campos de
conocimiento.
El punto de vista de narrador omnisciente limitado es aquel en el cual el narrador puede
moverse con cierta libertad, pero no toda la libertad del narrador omnisciente.
Se puede conceder a sí mismo, por ejemplo, el conocimiento de lo que están
pensando los actores en escena, y el de sus actos, pero a los demás personajes
conocerlos solo exteriormente. Puede ver microscópicamente todo, pero no
presumir de dueño de la verdad eterna. La forma de omnisciencia limitada que se
usa más a menudo es aquella en que el narrador puede ver los hechos
objetivamente, y además acceder a la mente de uno de los personajes, pero no a
las del resto, ni se otorga a sí mismo ningún poder explícito de juzgar. Es el
punto de vista particularmente útil para el cuento porque establece rápidamente
quién es el que lleva el punto de vista o tiene los medios de percepción. El
cuento es una forma tan apretada que apenas hay tiempo o espacio para
desarrollar una sola consciencia. Quedarse con la visión externa de las cosas y
con el pensamiento de uno de los personajes ayuda a mantener el control del
foco del relato, y evita los cambios torpes de punto de vista.
Pero también la novela utiliza frecuentemente este
método, como en The Odd Woman, de Gail Godwin:
Eran las diez de la noche del mismo día, y los
residentes del condominio en la montaña iban regresando a su rutina y su
sobriedad. Jane, en cambio, sentada en la cocina con un vaso de escocés sobre
la mesa limpia ante ella, iba cayendo más y más en un sentimiento que sólo
identificaba como algo poco familiar. No podía describirlo: era a la vez
temible y agradable. Era como dejarse llevar y traer de algún lugar. Trató de
recordar, ¿cuándo había comenzado exactamente?
Se nota que aquí la autora ha limitado su
omnisciencia. No nos dirá la verdad final sobre el alma de Jane, ni definirá
para nosotros ese sentimiento "poco familiar" que la propia mujer no
puede definir. El narrador tiene a su disposición los hechos y los pensamientos
de Jane, pero eso es todo.
La ventaja de la omnisciencia limitada respecto a la
omnisciencia total reside en la inmediatez. En el ejemplo que hemos visto, como
no nos está permitido saber lo que no sabe Jane de sus propios sentimientos,
buscamos a tientas con ella el entendimiento. En este proceso se crea un
convenio entre autor y lector, un convenio que no se puede romper. Si al llegar
a ese punto la autora se detiene y responde a la pregunta de Jane "¿cuándo
había comenzado exactamente?" diciendo "Jane no lo recordaría jamás,
pero lo cierto es que empezó una tarde cuando tenía dos años", sentiremos
que hay una imprevista y no solicitada intrusión del autor.
Dentro de las limitaciones que la escritora se ha
impuesto hay no obstante fluidez y una gama de posibilidades. Note que el
pasaje comienza con una observación panorámica (Las diez, residentes, rutina) y
pasa luego a un enfoque más cerrado, con una visión todavía exterior de Jane
(sentada en la cocina), antes de introducirse en su mente. La frase "Trató
de recordar" da cuenta de manera relativamente factual de sus procesos
mentales; en cambio con la siguiente oración "¿Cuándo había empezado,
exactamente?" ya estamos dentro de la mente de Jane, oyendo la pregunta
que se hace a sí misma.
Aunque parece restringida esta forma usual de
omnisciencia limitada (información objetiva, más una consciencia), dadas todas
las posibilidades de la omnisciencia dispone no obstante de una libertad que
ningún ser humano posee. En la vida cotidiana uno tiene acceso total a una sola
mente, la propia, y al mismo tiempo uno es la única persona a la que no se
puede observar desde el exterior. Como escritor puede usted hacer lo que ningún
ser humano puede: estar simultáneamente dentro y fuera de un personaje
determinado. A esto se refiere E.M. Forster en Aspectos de la novela como "la diferencia fundamental entre la
gente común y los personajes de las novelas":
En la
vida diaria nunca nos comprendemos uno al otro, ni existe la clarividencia
plena ni la confesión total. Sabemos del otro por aproximación, por tanteos,
por signos externos, y eso basta para la vida social e incluso para la vida
íntima. Pero la gente en las novelas puede ser comprendida totalmente por el
lector, si así lo desea el novelista; su intimidad puede ser exhibida lo mismo
que su vida interior. Y por esa razón a menudo nos parecen mejor definidos que
los personajes de la Historia, nos parecen incluso conocidos nuestros.
El narrador
objetivo. A veces el novelista o el cuentista no desea mostrar más que los
signos externos. El narrador objetivo no es omnisciente sino impersonal. Cuando
escribe como narrador objetivo restringe usted su conocimiento a los hechos que
cualquier persona puede observar, a los sentidos de la vista, el oído, el
olfato, el gusto y el tacto. En el cuento "Colinas como elefantes
blancos" Ernest Hemingway nos informa lo que dice y hace una pareja que
disputa, sin revelar directamente sus pensamientos y, al mismo tiempo, sin
hacer ningún comentario:
El
norteamericano y la muchacha que lo acompañaba ocupaban una mesa en la sombra.
Hacía mucha calor y el expreso de Barcelona tardaría cuarenta minutos en
llegar. Se detenía dos minutos en el empalme, y seguía hacia Madrid.
—¿Qué
vamos a tomar? —preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero para dejarlo
sobre la mesa.
—Hace
mucha calor —dijo el hombre.
—Bebamos
cerveza.
—Dos
cervezas —dijo él, mirando la cortina.
—¿Dobles?
—preguntó una mujer desde el umbral
—Sí,
dobles.
La
mujer desapareció con dos vasos de cerveza y dos redondeles de fieltro que
colocó sobre la mesa para poner encima los vasos llenos. Luego quedó mirando al
hombre y a su compañera. La muchacha no apartaba la vista de la línea de
colinas. Brillaban blancas bajo el sol y el terreno era oscuro y reseco.
En el transcurso de este cuento sabremos, íntegramente
por deducción, que la chica está encinta y que se siente coaccionada por el
hombre para hacer un aborto. Ni la preñez ni el aborto son mencionados en
ningún momento. La narración se mantiene recortada, austera y externa. ¿Qué
gana Hemingway con su propósito de objetividad?
Guía al lector al descubrimiento de lo que realmente
ha pasado. Los personajes evitan el tema, buscan evasivas, disimulan, pero sus
verdaderas intenciones y sus pensamientos son traicionados pos sus gestos, sus
reiteraciones y los deslices de su lenguaje. El lector, guiado por el autor,
saca sus conclusiones, como en la vida cotidiana; así es como tenemos la
satisfacción de conocer a los personajes incluso más de lo que ellos mismos se
conocen.
Hemos dividido con propósitos de claridad las
posibilidades de la narración en omnisciencia editorial, omnisciencia limitada
y narración objetiva, pero entre los extremos de la omnisciencia editorial
(conocimiento total) y la narración objetiva (sólo observación externa) las
posibilidades de la omnisciencia limitada son infinitas. Como es usted quien va
a escoger su voz narrativa dentro de ese rango, necesita saber que al hacerlo
impone sus reglas propias y que, después de fijarlas, tiene que ceñirse a
ellas. Como narrador está usted en situación parecida a la de los poetas que
tienen que escoger entre el verso libre y la rima. Si el poeta escoge el soneto
está obligado a rimar. Los escritores que recién empiezan muchas veces se
sienten tentados de cambiar el punto de vista, cuando es innecesario y, al
mismo tiempo, un fastidio.
“El
cuello de Leo era raspado por la tela áspera de su uniforme. Se concentró en
los botones y trató de no mirar a la cara al director de la banda, quien, sin
embargo, estaba más divertido que enojado”.
Este es un torpe cambio de punto de vista, porque tras
haber sentido el embarazo de Leo, de pronto se nos pide saltar dentro de los
sentimientos del director de la banda. Puede mejorar si se pasa de la mente de
Leo a su observación:
El
cuello de Leo era raspado por la tela áspera de su uniforme. Se concentró en
los botones y trató de no mirar a la cara al director de la banda, el cual, sin
embargo, sorprendentemente estaba sonriendo.
La nueva versión es más fácil de aceptar porque nos
mantiene dentro de la mente de Leo mientras observa que el director de la banda
no está enojado. De paso sirve al propósito de sugerir que Leo fracasa en su
intento de concentrarse en los botones, y así la confusión se destaca.
Segunda
persona
Primera y tercera persona son las más comunes en la
narración; la segunda persona es experimental e idiosincrásica. Pero mejor
mencionarla, porque varios autores del siglo XX se han interesado en sus
posibilidades.
El concepto de narrador se refiere a los modos básicos
de la narración. En tercera persona todos los personajes son llamados él, ella
o ellos. En primera persona el personaje que cuenta la historia se refiere a sí
mismo como yo, y a los demás personajes como él, ella o ellos. La segunda
persona es un modo básico del relato sólo cuando un personaje es llamado tú o
usted. Si un autor omnisciente se dirige al lector como tú o usted (Recuerda
que fulano estaba en tal situación al comienzo...), esto no cambia el modo
básico de la narración en primera o tercera persona. Sólo cuando "tú"
se convierte en personaje, en actor del drama, la novela o el cuento está en
segunda persona.
En Even Cowgirls get the Blues Tom Robbins muestra
ambos usos de la segunda persona:
Si puede usted abrochar su reloj pulsera a un rayo de
luz su reloj seguirá caminando, pero las manecillas ya no se moverán.
Pero cuando el narrador se dirige al personaje
central, Sissy Hankshaw, la narración está básicamente en segunda persona:
Tira dedo. Al comienzo tímidamente, mostrando apenas
el puño, inclinándote levemente en dirección a tu soñado destino. Una ardilla
corre por una rama. Le tiras dedo a la ardilla. Un arrendajo pasa volando. Tu
señal va hacia abajo.
Esta narración en segunda persona tiene un efecto
extraño y original: el narrador observa a Sissy, y las órdenes que le da aun
así implican una relación íntima y afectiva, que nos hace más fácil
introducirnos en su mente.
Tu pulgar hace la diferencia con los demás seres
humanos. Empieza a sentir la presencia alrededor de tu dedo. Te sorprendería
que no haya magia allí.
En este ejemplo el tú del texto se refiere a un
personaje nítidamente delimitado, distinto al lector. Pero también se puede
usar la segunda persona como medio de convertir al que lee en personaje, como
en el cuento "Panel Game" de Robert Coover.
Te retuerces, enviciado en Lady (que te excita) y en
Norteamérica (que no, pero la bendices de todos modos); sin embargo tus
contorciones serán mal interpretadas: Lady amorosa levanta sus pestañas, cierra
los ojos y su respiración se acelera con la excitación... El público aúlla
feliz mientras tanto. ¿Y quién puede maldecirlo? Tú resígnate a pasar la prueba
en paz y saluda con una sonrisa tímida, no te muevas.
Una vez más el efecto de la segunda persona es inusual
y complejo.
El autor atribuye al lector características y
reacciones específicas; y así —presumiendo que uno le sigue la corriente— lo va
empujando más adentro y en mayor intimidad con el relato.
Es poco probable que la segunda persona se vuelva un
modo mayor en la literatura, como la primera y la tercera personas; pero
precisamente por eso puede usted encontrarla interesante para la
experimentación. Es sorprendente y relativamente poco ensayada aun.
Primera
persona
Un relato está en primera persona cuando el que habla
es un personaje. El término narrador se refiere a menudo al que narra el
cuento, pero, hablando estrictamente, un cuento tiene narrador sólo cuando es
contado en primera persona por uno de los personajes. Puede ser el
protagonista, yo que cuento mi historia, en cuyo caso se trata de un personaje
narrador central. O puede ser alguien que cuenta la historia de otro, en cuyo
caso es un narrador periférico.
En cualquier forma, es importante indicar desde el
comienzo qué tipo de narrador usamos, de manera que se sepa quién es el
protagonista del relato. Como en el primer párrafo de La soledad del corredor
de fondo, de Allan Sillitoe:
En cuanto llegué a Borstal, me destinaron a corredor
de fondo de cross-country. Supongo que pensarían que tenía la complexión
adecuada para ello, porque era alto y flaco para mi edad (y lo sigo siendo),
pero, fuese como fuere, a mí no me contrarió nada, si debo decirles la verdad,
porque en mi familia siempre le hemos dado mucha importancia al correr,
especialmente al correr huyendo de la policía.
La atención se centra inmediatamente aquí sobre el yo
del relato, y esperamos que ese yo sea el personaje central, cuyos deseos y
decisiones llevan adelante la acción. En cambio desde las primeras líneas de La
declinación y caída de Daphne Finn, de Bruce Moody, es Daphne la que adquiere
vida por la atención y el detalle, mientras que el narrador se establece como
observador e informante del asunto:
—¿Eres
realmente tú?
Alta
y melodiosa, la voz descendió hacia mí desde atrás y arriba —como parece que lo
haría siempre, según parece— indistinta, igual que campanadas de otro pueblo.
Incapaz
de contestar negativamente, me volví en el escritorio, alcé la vista, y sonreí
amargamente.
—Sí —dije
sorprendido por el rostro que se asomaba sobre mi hombro, un rostro cuya
belleza era evidente, sin concesiones a lo convencional.
El narrador central siempre está, como lo indica su
nombre, en el centro de la acción; el narrador periférico puede estar en
virtualmente cualquier otra posición que no sea el centro. Puede ser el segundo
en importancia en el cuento, o no estar involucrado en la acción para nada,
sino ocupar simplemente la posición de un observador. El narrador puede
describirse a sí mismo con detalle, o puede ser alguien difícilmente
identificable, e imparcial. Es posible incluso un narrador en primera persona
del plural, como el que usa Faulkner en "Una rosa para Emily", relato
que es contado por un narrador que se identifica solo como nosotros, gente del
pueblo en el que tiene lugar la acción.
Es cosa aceptada, y lógica, que el narrador puede ser
central o periférico, personaje que cuenta su propia historia o alguien que
cuenta la de algún otro. Sin embargo, el crítico y editor norteamericano Rust
Hill, en su libro Writing in general and
the Short Story in particular, plantea interesantes observaciones al
respecto. Según Hill, el punto de vista falla cada vez que nuestra percepción
de lo que sucede en el curso de la historia es diferente de la del personaje
que cambió con la historia, o soporta la acción. Incluso si el narrador parece
un observador periférico y la historia se refiere a otro, es realmente el
narrador el que ha cambiado, y debe serlo, para que nos sintamos satisfechos en
nuestra identificación emotiva con él.
Creo que siempre pasa esto en los relatos de mayor
éxito; o bien el personaje que sufre los cambios con la acción es el que lleva
el punto de vista, o, quienquiera que sea, el personaje que lleva el punto de
vista se convierte en el personaje que cambia con las acciones. Llámenlo la ley
de Hill.
Por supuesto, esta opinión nos obliga a deshacernos
del valioso concepto de narrador periférico. Hill usa los conocidos casos de El
gran Gatsby y Corazón de las tinieblas para ejemplificar lo que sostiene. En el
primer caso Nick Carraway es un personaje testigo que nos cuenta la historia de
Jay Gatsby, pero, al final de la historia, es la vida de Nick la que cambia con
todo aquello que ha observado.
En el segundo ejemplo Marlow nos cuenta la historia de
Kurtz, el buscador de marfil; incluso nos advierte: "No quiero aburrirlos
con lo que a mí personalmente me sucedió". Al final de la novela Kurtz (al
igual que Gatsby) es asesinado, pero no es la muerte de Kurtz la que más nos
afecta, sino lo que ha aprendido Marlow personalmente de Kurtz y de su muerte.
Lo mismo se puede decir de La declinación
y caída de Daphne Finn: el foco de la acción está en Daphne, pero el dolor,
la pasión y el fracaso los pone su biógrafo. Incluso en "Una rosa para
Emily", donde el narrador es un nosotros colectivo, es el impacto
implícito de Miss Emily sobre la población el que nosotros compartimos. Como
tendemos a identificarnos con aquel a través del cual percibimos la historia,
nos conmueve su percepción, incluso si la acción más fuerte de la historia está
en otro lugar; a menudo es el mismo acto de observar el que produce la
epifanía.
Hay que reconocer que un narrador en primera persona
tiene todas las limitaciones de un ser humano, y que no puede por tanto ser
omnisciente. Está obligado a informar sólo lo que sabe. E incluso aunque el
narrador interprete efectivamente las acciones, haga sentencias o prevea el
futuro, siguen siendo opiniones de un ser humano falible; no estamos obligados
a aceptarlas, como lo estamos en el caso de las interpretaciones, verdades y
predicciones del narrador omnisciente. Si quiere usted que aceptemos el mundo
del narrador lo más difícil, la piedra de toque de la narración, consiste en
convencernos a los lectores que confiemos y creamos en su narrador. Por lo
contrario si su propósito fundamental consiste en que rechacemos las opiniones
del narrador y nos formemos unas propias, se trata de un narrador no fiable.
¿A QUIÉN?
La mayoría de relatos están dirigidos a esa convención
literaria que llamamos el lector. Cuando abrimos un libro estamos aceptando
tácitamente el rol de miembros de un auditorio impreciso de lectores. Si el
relato comienza diciendo "Mis padres fueron un borracho y una analfabeta;
nací en las ciénagas de turba de Galwall durante la Gran Hambruna de la
Papa", no nos alarmamos en absoluto. No nos colocamos al frente de ese
desfalleciente irlandés que ha cruzado el Atlántico para hacernos sus
confesiones, ni le increpamos ¿Por qué me viene a mí con todo esto?
Note que el concepto tradicional del lector presume la
universalidad del público. La mayor parte de los cuentos no se dirige a
determinado sector o periodo de la humanidad, ni permiten diferenciar entre
lector y autor; se presupone que quien quiera lea el cuento puede llegar más o
menos a la misma idea que su autor tiene del lector. De hecho la mayoría de
escritores, aunque no lo reconozcan en el texto ni lo admitan, se dirigen a
alguien que podría ser más o menos del mismo nivel de inteligencia que ellos.
El autor de una novela romántica gótica se dirige a un lector genérico, pero
sabiendo que su público ya está acostumbrado a la repetición de una fórmula, y
que espera ciertos hechos: una amante rica, una heroína virtuosa, una casa
amenazadora, vestuario colorido. La noción de cuento de New Yorker es
ligeramente menos convencional: se podría decir que es lo que el autor nota que
los editores notan que es lo que quieren los lectores del New Yorker. Cualquier
persona que escribe algo que parece literatura asume el hecho de que sus
lectores acostumbran leer, lo cual sólo es cierto para la mitad del género
humano. Mi madre, fastidiada con las dificultades de mi estilo, acostumbraba
recomendarme que escribiera para las masas, refiriéndose a los lectores del
Selecciones que según ella necesitan afecto y distracción. Yo solía considerar
su meta demasiado estrecha, hasta que me di cuenta de que mi propia meta, ser
universal, era incluso más limitante: miraba a mis lectores como la gente que
no leerá jamás el Selecciones.
No obstante, el supuesto más común de quien narra el
relato, sea autor omnisciente o personaje-narrador, es que el lector es alguien
tan convencible y entretenible como cualquier otro, y que el relato no necesita
una justificación.
Pero hay varias excepciones a esta tendencia, que se
pueden usar para implicar dentro del drama al narratario de la historia. El
narrador puede dirigirse al lector, pero señalándole ciertos rasgos específicos
que nosotros, los lectores reales, debemos aceptar para poder compartir la
ficción. Los novelistas del siglo XIX acostumbraban dirigirse "A ti,
amable lector, querido lector", etc., y esta pequeñísima caracterización
era la manera de comprometer la comprensión mutua. En La soledad del corredor de fondo de Allan Sillitoe, el narrador
divide el mundo en nosotros y ustedes. Nosotros, el narrador y los de su clase,
son los marginales, los que viven por medios ilegales; mientras que ustedes
son, por lo contrario, los que respetan la ley, los prósperos, los educados
pero aburridos. Citemos nuevamente La soledad...
Supongo
que esto les hará reír a ustedes, que yo digo que el gobernador es un canalla
estúpido, cuando se da el caso de que yo apenas sé escribir y él sabe leer y
escribir y sumar como un profesor. Pero lo que yo digo es la pura verdad. Él es
estúpido, y yo no, porque yo sé ver mejor lo que hay dentro de los de su clase
que lo que él ve que hay dentro de la mía.
La alusión más clara en este párrafo es que el
narrador puede ver mejor dentro de nosotros los lectores que lo que nosotros
vemos en quienes son como él; y gran parte de la ironía que se desprende del
cuento se basa en el hecho de que mientras más simpatizamos y nos identificamos
con el narrador, más aceptamos su condena de nosotros.
A otro personaje
Más específicamente, la historia puede estar contada a
otro u otros personajes, en cuyo caso los lectores somos una especie de
mirones; el que cuenta no nos reconoce ni por suposición. Así como
narrador-autor que cuenta la historia en tercera persona es teóricamente más
impersonal que el personaje que cuenta mi historia en primera persona, el
lector es teóricamente un receptor más impersonal que cualquiera de los
personajes del cuento. He dicho teóricamente porque, sobre todo tratándose del
Punto de vista, más que de ningún otro elemento de la estructura narrativa,
cualquier regla que se trate de imponer parece más la invitación a violarla
hecha a un autor creativo.
En la novela o cuento epistolar, la narración consiste
íntegramente de cartas escritas por un personaje para otro.
Yo,
Mukhail Ivanokov, maestro del mesón de la aldea de Ilba en la República
Soviética de Ucrania, le saludo y pido clemencia, Charles Ashland, comerciante
petrolero de Titusville, Estados Unidos. Estrecho su mano.
O la convención puede ser un monólogo, dicho en voz
alta por un personaje, para otro personaje:
¿Me
permitiría, Monsieur, ofrecerle mis servicios? Si no le molesto, naturalmente.
Mucho temo que ni pueda usted hacerse entender por ese estimable gorila que
maneja este bar. No habla más que holandés. Y si usted no me permite ayudarle,
nunca comprenderá que desea usted un gin.
(Albert
Camus, La caída)
Una vez más las posibilidades son infinitas; el
narrador puede hacer una confesión íntima a un amigo, a una amante, o puede
presentar el caso ante los tribunales o ante un grupo de personas; puede estar
escribiendo un informe muy técnico sobre la situación asistencial, adecuado
para ocultar sus propios sentimientos; puede estar exprimiendo su corazón en
una carta que él sabe que nunca enviará.
En cualquier caso, la convención adoptada siempre será
contraria que cuando se cuenta la historia al lector. El oyente, al igual que
el narrador, está inmerso en la acción; la convención no dice lo que son los
lectores, sino lo que no son: somos espías, con toda la ambigua intimidad que
esto supone.
Por Martikka
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