Pedido especial en un restaurante de Pocollay

18.10.09

Estábamos muertos de hambre y por eso, cuando Enrique nos sorprendió con una invitación a la Olla de Barro (en Pocollay), no cabíamos de contentos. Nos alistamos como balas y pronto el taxi nos dejó en la puerta del restaurante. Éramos seis: Enrique, Feli (su esposa), mis tíos Carlos y Lucinda, el sobrino de Feli y yo. Ni bien nos sentamos pedimos la carta y hete aquí que ofrecían picante a la tacneña, chicharrón mixto, parrilladas, cuyes chactados y otras exquisiteces. Se nos hizo agua la boca y la sed nos obligó a solicitar las primeras cervezas. A los pocos minutos volvió el mozo con lapicero y cuadernito para anotar los pedidos. Pedimos todos, excepto el sobrino de Feli, quien luego de auscultar la carta, todo desganado, dijo:

—Oiga señor, ¿no habrá otra cosa aparte de lo que se menciona en la carta?

—¿Como qué, joven?

—No sé. Hummm... Nada de la lista me convence.

Yo creí que el sobrino tenía un gusto demasiado exigente, pero no, pues casi me caigo de espaldas cuando el sobrino le dijo al mozo:

—Oiga, ¿podría hacer un pedido especial?

—Claro, cómo no. Si es que está a nuestro alcance, lo haremos con gusto.

—Pues —continuó el sobrino—, sírvame una buena porción de arroz blanco en un plato hondo y...

—Y... —se impacientó el mozo.

—Y encima póngale un par de huevos fritos.

¿Se imaginan? ¡Pedir huevo frito en un restaurante campestre! Para morirse de indignación.

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