¡Qué suerte!

Sé que a otros les puede haber ocurrido cosas mucho más interesantes y hasta fantásticas. De todas maneras quiero contar esta anécdota que en su momento me dejó muy pensativo.

Era un 24 de diciembre. Estaba misio, recontra misio. Por si acaso, decidí rebuscar bajo mi cama y entre mis ropas por si hubiera por allí alguna moneda perdida. Pero no hallé nada. ¡Y era 24 de diciembre! Tenía yo 14 años y muchas ganas de pasarla bien en compañía de mis primoss, que era la constumbre en esas fechas. Mi madre nunca me había ragalado nada, así que por ese lado no me hacía muchas ilusiones, y de mi padre mejor no digo nada, pues hace tiempo que se lo había cargado la pelona.

Llegó las ocho de la noche, hora en que debía llegar a casa de mis primos, allí nos encontraríamos mi madre y mis hermanos. Tomé el bus de la Línea 7, que me llevaría hasta la avenida Leguía. Cuando estuvimos cerca de la feria 28, bajé y pagué al cobrador una moneda de cincuenta céntimos. No había dado dos pasos, cuando el cobrador me llamó diciéndome:

—Tu vuelto.

Fue un instante de confusión, sí de confusión, en que el joven depositó en mi mano nada menos que 19 soles con cincuenta céntimos. Ni siquiera tuve tiempo de aclarar que ese dinero no me correspondía pues el carro partió en un segundo. Y yo me quedé allí empuñando las monedas.

El caso es que esa navidad la pasé bien, pues para mí esa plata ya era algo. Finalmente me quedé con la idea de que ese dinero me lo habia enviado el flaco Jesús. ¿Suerte, no?